El contraste no pudo ser más elocuente. Mientras Macías dedicó todo su discurso a señalar los que consideró graves errores del expresidente Juan Manuel Santos —con una estrategia retórica que consistió en combinar un aparente presente apoyado en la expresión “recibe usted un país, señor presidente…” (aludiendo a Duque), pero con una clara intención de resaltar el pasado de yerros de Santos— el nuevo Presidente pintó un país de posibilidades, en el que dificultades como la inseguridad, el desempleo, la falta de salud y, en general, los problemas que aquejan a los colombianos, encontrarán solución.

La intervención de Macías provocó una confusión inicial porque, como era de esperarse, lo natural era que se refiriera al Presidente que acababa de juramentar y al cual le había puesto la banda presidencial. Pero no ocurrió así.

Macías dedicó la parte inicial de su discurso a exaltar al exmandatario Álvaro Uribe —presente en la ceremonia— y a evocar los que consideró logros de ese gobierno. Incluso, llamó la atención el hecho de que fuera precisamente por esa mención que excitara los ánimos del auditorio y le arrancara aplausos y vivas hacia Uribe, una respuesta que no recibió su propio discurso al final.

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Tal vez, Macías no entendió que hablaba en nombre del Congreso de la República, que representa a todos los colombianos con sus matices políticos e ideológicos, y no a título personal, en un claro descache (¿o fue a propósito?) del sentido de su intervención.

Duque, en cambio, dejó para el final de su discurso la mención a Uribe, a quien reconoció de manera muy rápida si se tiene en cuenta que en su discurso de 52 minutos no se refirió al expresidente sino hasta ese momento.

El discurso de odio y críticas de Macías, no se sabe si en una maniobra preparada o no, que tuvo como libreto el mismo memorial de agravios convertido en aviso publicitario por el que el Centro Democrático pagó para su difusión en varios medios con el fin de mostrar la ‘herencia’ que le deja Santos a Duque, se convirtió en el camino empedrado para que después entrara la alocución de Duque, más ponderada, más conciliadora, invocando la unión de los colombianos.

Después de su loa a Uribe, Macías no volvió a despertar los aplausos del auditorio. Duque, en cambio, logró las palmas cuando habló de acabar con la conexidad que existe entre los delitos de narcotráfico y secuestro con el de rebelión, desarticular las redes criminales en el país, haciendo valer el principio de que quien la hace la paga; también cuando habló de la defensa de la ética pública, para lo cual presentará un proyecto anticorrupción; o cuando habló de hacer un gobierno para los jóvenes, entre otros apartes de su intervención.

Los tonos de los discursos de Macías y Duque, ambos uribistas pura sangre, conducen a pensar en dos tendencias claras y diferentes que pudieran estar tomando forma en el interior del partido que lidera Uribe. La pregunta es cuál de esos dos discursos prevalecerá en Colombia durante los próximos cuatro años, teniendo en cuenta que Duque necesita del Congreso para sacar adelante sus iniciativas.

Si no es así, si no fue la manifestación de dos tendencias claramente divergentes, el país asistió a una táctica similar a la del policía malo y el policía bueno ante un detenido: el primero lo ablanda para que le suelte información al segundo. En este caso, Macías preparó al país para que el discurso de Duque tuviera más impacto, pero los dos seguirán obedeciendo a los mismos intereses y concibiendo el ejercicio del poder no con base en el futuro, sino pasando cuentas de cobro por el pasado.