El pesebre que une a generaciones: la familia Alzate celebra 100 años de magia, tradición y movimiento

La familia Alzate Alzate es protagonista de una de las más arraigadas y singulares tradiciones decembrinas en su región, destacándose por preservar, por más de un siglo, un monumental pesebre en movimiento. Este pesebre, cuya construcción y puesta en escena ocupa un trabajo minucioso durante 90 días, abre sus puertas al público cada diciembre entre las 2:00 p.m. y las 8:00 p.m., atrayendo tanto a locales como visitantes que desean experimentar el espíritu de la Navidad. Según testimonios recogidos por LA PATRIA, esta tradición ha sido cuidadosamente transmitida por varias generaciones, pasando de los padres fundadores, Miriam y Marcos Alzate, a sus hijos y nietos.

Luis Arturo Alzate, custodio actual de la tradición, recuerda el origen familiar del pesebre y el significado profundo de la unión de sus padres —casados en 1938— quienes, al fusionar las iniciales de sus nombres, componían la palabra “mimar”, evocando el cariño y dedicación con que criaron a sus descendientes. Fue Mario, uno de los hermanos y ya fallecido, quien añadió el componente innovador: dotar las figuras del pesebre con movimiento. Su destreza técnica permitió que figuras como el leñador, caracterizado por su hacha, cobraran vida ante los ojos de los asistentes, mientras las mujeres de la familia diseñaban cuidadosamente los atuendos de cada personaje.

La continuación de la obra exige especial atención a los detalles técnicos y creativos. Tal como explica Claudia Zuluaga Alzate, hija de Violeta, la primera fase implica revisar la parte eléctrica de cada figura, reparar desperfectos y ajustar motores o sistemas que se hayan deteriorado. La restauración de elementos, como el portal del pesebre —que cumplió 18 años—, incluye lijar, eliminar daños y devolver el color original antes del montaje general. El proceso sigue con la limpieza de cada pieza, la decoración y el ensamblaje final, todo ello con la colaboración de distintas ramas familiares en tareas diferenciadas.

Una de las particularidades del pesebre reside en su autenticidad y la huella familiar en cada elemento; el aserrín, empleado para los caminos, se compra en estado bruto y es teñido de manera específica por encargo a carpinteros que garanticen el tono adecuado. El legado de la familia se ve reforzado por la participación de las nuevas generaciones, quienes continúan sumándose a la labor.

El centenario del pesebre, celebrado este año, reunió a parte de los 56 integrantes del clan: tíos, primos, nietos, bisnietos y tataranietos que, incluso viviendo en otras ciudades o fuera del país, regresan para aportar y compartir en torno al pesebre. Sebastián Alzate, nieto de Miriam y Marcos, destaca que actualmente el pesebre cuenta con 30 figuras estáticas y 15 con movimiento, representando labores cotidianas, cascadas y aldeanos. Para Salvatore Satizabal Zuluaga, bisnieto de los fundadores, el pesebre simboliza el reencuentro familiar anual y fomenta la unión al reunir incluso a familiares distantes y amigos cercanos para compartir las tradiciones navideñas.

Este elaborado trabajo colectivo, desde la restauración de figuras hasta la organización de las novenas, fortalece no solo el vínculo familiar sino la participación de la comunidad, la cual se siente atraída no solo por lo visual o técnico, sino por el significado de una tradición mantenida con devoción y esmero durante 100 años.

¿Cómo logra la familia Alzate Alzate coordinar la participación de tantas generaciones en la conservación de su pesebre centenario?

La coordinación intergeneracional en una familia tan numerosa supone logros notables de comunicación y organización. Los integrantes, distribuidos incluso en diferentes regiones o países, establecen desde mediados de año una planeación por fases en la que cada rama familiar asume tareas específicas: desde la reparación de figuras hasta la confección de vestuarios o labores de decoración.

Este esquema de responsabilidades fortalece el sentido colectivo del proyecto y permite que tanto mayores como menores de edad se involucren en las tradiciones. Así, el pesebre no solo es símbolo de devoción religiosa, sino de estrategia familiar para perpetuar un legado cultural y emocional a través del tiempo.