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Garay, con esa prosa suya que combina la pulcritud del periodista cultural con la calidez del buen conversador, nos corre el velo de su experiencia nocturna.
De nuevo, Juan Carlos Garay (Lima, 1974) nos regala una joya. No es una novela de esas que te atrapan con la intriga fácil, ni un sesudo tratado para eruditos. Es algo mucho más exquisito, más… íntimo. Su libro de ensayos, Seis Nocturnos: Reflexiones sobre la Música y la Noche (Rey Naranjo, 2025), es, en esencia, un paseo a media luz, de la mano de un melómano apasionado que ha encontrado en la oscuridad y en las vibraciones del sonido la esencia de lo trascendente, en una preciosa edición ilustrada, en letra e imágenes color un azul oscuro que evoca sí, como no, a la noche.
Juan Carlos es un destacado periodista cultural, escritor y traductor colombo-peruano cuya obra se articula casi por completo alrededor del tema de la música. Su trayectoria profesional se ha centrado en la difusión musical, combinando el periodismo de investigación con la ficción.
Garay ha incursionado en la novela (La nostalgia del melómano, 2005; La canción de la luna, 2011); Balsa de Fuego, 2016; Borealis, 2022; y en el ensayo Seis Nocturnos, 2025 y coautor de Jazz en Bogotá, 201, entre otros). Ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (2008) por una investigación sobre la salsa en Bogotá. Ha sido columnista de música en la revista Semana por más de una década y colaborador habitual en publicaciones como El Malpensante y Ñ (Clarín, Buenos Aires). También ha desarrollado una importante labor en radio, realizando programas de difusión musical en emisoras como Javeriana Estéreo y, más recientemente, el programa La Onda Sonora en Radio Nacional de Colombia.
Garay, con esa prosa suya que combina la pulcritud del periodista cultural con la calidez del buen conversador, nos corre el velo de su propia experiencia nocturna. No es solo un conjunto de reflexiones; es un homenaje al misterio que se despliega cuando el sol se retira, y la música se convierte en el faro que ilumina nuestro mundo interior. Es un libro para leer despacio, en esas horas tardías, a la luz de la luna, con una copa de buen vino y, por supuesto, una banda sonora a la altura.
La prosa es de una precisión envidiable, logrando una amalgama perfecta entre la erudición musicológica y la confesión personal, lo que hace de esta lectura un placer tanto intelectual como emocional. Es la madurez de un escritor que ha encontrado el tono justo para hablar de las grandes pasiones sin caer en la grandilocuencia.
La obra se estructura como una sonata de seis movimientos, cada uno con su propio tempo y tonalidad. Garay utiliza la simbología nocturna como un espejo para reflexionar sobre los grandes temas de la creación, la existencia y la percepción.
La riqueza de Seis Nocturnos radica en su profundo diálogo intertextual.
Garay se inscribe en una tradición de ensayistas que han hecho de la reflexión subjetiva su método. Aunque él cita a Al Alvarez y su Noche del ensayista como un disparador, su estilo nos remite a pensadores que han sabido mezclar el dato duro con el latido personal:
El libro es un manifiesto de la música occidental, con un claro énfasis en:
La riqueza del libro reside en su tejido de influencias. En el ámbito musical, la lista es vasta, pero destacan ineludiblemente los compositores de nocturnos, como Frédéric Chopin y John Field. También resuenan los silencios de John Cage y las composiciones que exploran la quietud y la cosmogonía (mencionando a veces a Johann Sebastián Bach o Gustav Holst). La música se cita no solo como tema, sino como una filosofía de vida.
En lo literario, aunque el autor señala haberse inspirado en la idea del ensayo después de toparse con La noche del ensayista de Al Alvarez, el tono y la estructura sugieren la influencia de grandes ensayistas que supieron aunar la investigación con la reflexión personal. Hay un eco de la tradición periodística de calidad, donde la curiosidad y la capacidad de conectar temas dispares es la verdadera materia prima.
En resumen, Seis Nocturnos es una de esas obras que trascienden el género, confirmando a Garay no solo como un agudo observador de la cultura, sino como un auténtico poeta de la noche y sus sonidos.
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