De muralista a líder cultural: el arte urbano de Natalia Cano trasciende premios y transforma comunidades

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Natalia Cano recibe el Premio Mujer Comfamiliar: el arte urbano se convierte en motor de resistencia social.

“Nunca en mi vida habría dicho que hago esto para ganar un premio”, afirma Natalia Cano, con una calma imperturbable. Ni siquiera el reconocimiento de ser elegida como Mujer Comfamiliar, uno de los galardones de mayor prestigio en Risaralda, altera su serenidad. Por el contrario, parece reafirmar su convicción y llenar de sentido años de dedicación a la gestión cultural desde la Corporación Khuyay, la organización que dirige. La distinción fue no solo una sorpresa, sino un resplandor en medio de un periodo particularmente incierto para Khuyay.

Para Natalia, el premio no es un trofeo individual sino una señal de respaldo social a toda una dinámica colectiva que, desde hace tiempo, trascendió el simple acto de pintar murales. “Es un reconocimiento al arte que se origina en la calle, a las comunidades que lo han defendido y creído en él, incluso cuando fue visto como ilegítimo”, explica la gestora. Según el reportaje de La Patria, este logro representa el fruto de un proceso sostenido, con el impulso de aliados y de quienes, como ella, apostaron por un arte comprometido con el territorio.

Natalia eligió este camino por pasión, alejándose de la previsibilidad de las oficinas para sembrar proyectos en la ciudad y desafiar los esquemas familiares. Con el acompañamiento de su esposo, Julián Malagón, y sus hijos —ambos nacidos en el recorrido—, empezó a recorrer las calles de Pereira, capital risaraldense, dejando huella hasta en los lugares más insospechados. Aunque lograron avances e incluso organizaron un festival de arte urbano durante la pandemia, el presente ha sido exigente: cambios recientes en las políticas de financiación cultural han reducido los recursos para ciudades como Pereira, priorizando otras regiones históricamente excluidas.

Esta disminución de apoyo estatal evidenció la limitada independencia de muchos procesos culturales frente al sector público, un reto que Natalia reconoce abiertamente. Sin embargo, también resalta la oportunidad que ha surgido: fortalecer alianzas, tejer redes y reactivar el trabajo colectivo como vía de resistencia y transformación social. Ante este panorama, la distinción de Mujer Comfamiliar llega como un mensaje claro de que la labor tiene sentido —un impulso para continuar, a pesar de los obstáculos.

En la gestión cultural de Natalia, no hay imposiciones jerárquicas: rehúsa la etiqueta de “representante”, aunque reconoce que el reconocimiento abre puertas nuevas, útiles para impulsar a la escena y organizaciones con las que se ha formado. “Es una oportunidad para gestionar más y articular mejor”, comenta. La influencia de entidades como Comfamiliar en el sector cultural puede servir de puente para conectar políticas institucionales y procesos comunitarios auténticos.

El enfoque de Natalia y Khuyay propone una visión de gestión cultural colaborativa, desmontando la creencia de que el sector artístico está fragmentado. Por el contrario, observa un movimiento que se piensa como red para crear, defender derechos culturales y fortalecer la vida en colectivo. Pero Natalia subraya que el muralismo es mucho más que una fachada artística; debe denunciar, acompañar y poner en evidencia realidades dolorosas como la violencia, el consumo de drogas o los problemas de salud mental, que persisten en la ciudad.

Su defensa de la diversidad estética y política se resume en una palabra clave: dignificación. Dignificar el trabajo artístico no solo implica derecho a la remuneración justa, sino también a la autonomía creativa, libre de presiones comerciales o clientelistas. Esta lucha, que lleva años, encuentra en el premio un eco para reafirmar la unión, reivindicación y persistencia dentro del arte callejero.

El recorrido de Natalia y quienes la acompañan ha contribuido a transformar comunidades a través del arte urbano, como en los festivales Pereira Querendona y Cimarrón. La distinción sirve, así, como luz que confirma la validez y fuerza de un proceso comunitario y social, más allá de un reconocimiento personal.

¿Cómo se organiza un festival de arte urbano en medio de dificultades?

La pregunta surge de la experiencia de Khuyay durante la pandemia y en años recientes, donde a pesar de limitaciones presupuestales y restricciones sanitarias, fue posible realizar eventos culturales de gran impacto. Estos festivales demandan creatividad colectiva, alianzas con organizaciones, artistas y comunidad, y una convicción férrea para superar la falta de recursos.

Organizar un festival en ese contexto implica más que logística: requiere construir redes de confianza, voluntariado y corresponsabilidad entre actores, buscando siempre que el resultado beneficie tanto a los artistas como a las comunidades. Así, el arte callejero se convierte no solo en expresión, sino en mecanismo de resistencia, pedagogía y solidaridad social.


* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.

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