No soy mejor que nadie, pero me encanta sentirme mejor que los demás

Vivir Bien
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Disfruto cuando estoy en un área “VIP”, separado por cualquier cintilla que lo deja todo tan claro: “Acá, los importantes; allá, los demás”.

Miro a los otros, al pueblo, desde mi zona privilegiada, tal vez sosteniendo una bebida alcohólica, y les hago cara de: “Ojo, que no lo digo yo. Lo dice el cartelito ese. VIP, para tu información, significa ‘very important person’. O sea, ‘persona muy importante’. Te lo explico porque no debes saber inglés. Si supieras, estarías acá, conmigo, con los importantes”.

Lo disfruto cada vez que puedo. Lo gozo porque la mayor parte de mi vida la he pasado del otro lado: en el gallinero de una fiesta junto a mis primos, mientras vemos a otros más pudientes en un área acordonada, con mejores camisas y más mujeres por cada hombre; en el Transmilenio, observando en la vía contigua a suertudos que viajan sentados, en autos con aire acondicionado y sin nadie que les respire en la nuca; en la clase económica de los aviones, teniendo que pasar primero por los asientos de clase ejecutiva, siendo testigo de cómo los pasajeros más pudientes apoyan sus codos con plena comodidad en los brazos de las sillas.

¿Qué hace tan deseable a una zona VIP, si respiramos el mismo aire, nos cobija la misma luz y nos llega el mismo ruido? El espacio. De lo que se trata, al final, es de evitar el contacto entre espaldas sudadas en una fiesta, que las humanidades no se refrieguen las unas a las otras en el transporte público, que los codos no se golpeen entre sí en las sillas de los aviones. Gas.

Podría decirse que uno alcanza las mieles de la importancia cuando menos espacio tiene que compartir y menos cuerpos se arriesga a tocar por accidente. El que tiene oficina propia, es un VIP. El que trabaja en un gran salón donde los puestos se reparten tipo “call center”, es un VGP (very gallinero person). Quien nada en una piscina a la que solo unos pocos tiene acceso, es un VEP (very exclusive person). Al que le toca piscina con acceso a muchos niños, es un VChP (very chichiseada person).

La primera vez que en una oficina me dijeron “doctor”, respondí con una sonrisa de oreja a oreja a la señora de los tintos, falseando mi modestia.

—Por favor, no me diga “doctor”… Dígame “señor don Andrés”, O “patrón”… Aunque pensándolo mejor, llámeme como usted prefiera… Si le queda más fácil llamarme “doctor”, quién soy yo para decirle que no.

—¿Y si le digo “doctor Andresito”?

—Tampoco exagere. No sea igualada. Guardemos las distancias. Me hace el favor y a partir de ahora se refiere a mí como el “doctor VIP”. Retírese de mi oficina y cierre la puerta.

—¿De qué habla? Usted trabaja en un “call center” con otras 200 personas y no hay puerta.

Puede que sea cierto, pero no tolero que los miembros del equipo de vigilancia me sigan pidiendo el carné a la entrada, como si no les hubiera quedado claro quién soy yo: el doctor VIP.

Lo sé. Un cartel, o un título, no define quién es más relevante para la humanidad (eso ahora lo definen los seguidores en Instagram). Pero qué rico es sentirse especial. Hace muchos años, en mi primer viaje al exterior, saludaba con complicidad a los otros compatriotas que hallaba en el camino, como si hiciéramos parte de un club secreto: “Lo logramos”, les decía con la mirada. “Salimos de ese chochal”. Años después, son tantos los que andan por ahí viajando por el mundo, como uno, que ahora los miro con desconfianza: “Qué plaga. Quién sabe a quién le robó para estar aquí”.

—¿Colombiano? —me pregunta alguno, con amabilidad.

—Doctor VIP para usted. Respete.

El concepto de exclusividad tiene dos caras. Lo detesto cuando no hago parte de sus “bondades”. Lo acaricio cuando soy uno de los pocos elegidos. Y al final, lo que digo sin decirlo es que me siento importante cuando no estoy en la misma bolsa del común, cuando no estoy mezclado con gente tan poco importante como yo. Igualados todos.

***

Encuentre esta columna de @agomoso cada 15 días.

La próxima, el miércoles 23 de octubre: “Qué rico jubilarme… a los 36 años”.

Si se perdió las columnas anteriores, aquí están:

Quiero informarme seriamente, pero los medios insisten en tentarme a leer pendejadas

Yo también fui un periodista que gorreaba desayuno a las fuentes

Segunda parte: testimonio de un comediante principiante que no hace reír al público

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“¿Cómo sería una red social en la que compartiéramos nuestros estados reales y antisexis?”

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“Nadie me contó que uno también termina con los amigos”

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“Lleno de expectativas a los 18 años; lleno de incertidumbres a los 35”

“Yo pensé que después de los 33 años todos madurábamos”

“Cuando uno es de centroizquierda… y el suegro es uribista (y viceversa)”

“No solo nos gusta aparentar, nos fluye sin siquiera darnos cuenta”

“Ver la vida a través de LinkedIn, tan frustrante como verla a través de Instagram”

“La Navidad es un tranquilo paseo de diciembre… para quien no tiene bebés”

“Mi papá es un hipócrita”

“Ser ateo es más difícil en las vacas flacas”

“Cambiar de peluquero en la misma peluquería… mala idea”

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.

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