“Chocoanos entienden miseria de los que vinimos sin nada”: venezolana en Quibdó

Nación
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Carmen Hernández es uno de los 1,5 millones de migrantes que han llegado a Colombia en los últimos 2 años, solo que ella se asentó en la región más pobre.

“Me asusté cuando llegué a Quibdó porque se ve en las calles la necesidad, la cantidad de niños y adultos pobres. Fue un golpe muy duro, me preguntaba cómo empezar de cero si aquí no hay ni para ellos mismos. Pero uno pone todo en manos de Dios”, dijo Hernández en entrevista con El Mundo, de España.

Lo que para el diario español es llamativo de esta migrante es que proviene de la otrora boyante ciudad petrolera de Maturín, en el estado venezolano de Monagas, y llegó a la región más pobre de Colombia, todo un contraste y un “empezar de ceros” en una ciudad que históricamente ha liderado la tabla como la de mayor desempleo y pobreza del país.

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El Mundo acude a cifras del Dane para concluir que la mitad de la población del Chocó (80 % de raza negra), unas 250.000 personas, sufre de pobreza extrema.

Aún así, la mujer está agradecida con la población que la acogió, pues le alcanza el dinero para comer 3 veces al día y enviar algo a sus familiares en Venezuela, destaca el medio.

Hernández explica en la entrevista que el primero en migrar fue su esposo, que logró comprar una moto y trabaja como mototaxista. En la actualidad, dice, les envía a sus ancianos padres y a su hija mayor 100.000 pesos semanales, que les alcanza para un mercado muy básico que les dura una semana.

“Yo querría que recibieran 300.000 (pesos) semanales para las tres comidas y que compraran pollo, carne o pescado, pero aquí es imposible conseguir tanto”, explica con resignación al diario ibérico.

En la charla con El Mundo, Hernández recuerda las buenas épocas en su país, donde ella era la directora de publicidad del periódico local de Monagas, pero el rotativo tuvo que reducir el número de páginas por la crisis y la falta de ingresos por publicidad, mientras que su esposo dirigía una planta de pollos que quebró porque el gobierno le obligaba a vender a precios por debajo de los costos.

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El diario señala que en Quibdó existen unos 900 migrantes venezolanos, y por lo menos 30 de sus mujeres se dedican a la prostitución, mientras que otras migrantes sobreviven atendiendo bares y sirviendo mesas en restaurantes; incluso, hay un médico que trabaja como recepcionista y presta sus servicios de galeno a sus compatriotas.

Las meseras ganan unos 30.000 pesos diarios por 12 horas de trabajo, pero mejoran ostensiblemente sus ingresos gracias a las propinas de los clientes, que representan más de lo que obtienen como salario básico, explica El Mundo.

Aunque la publicación no especifica de dónde proviene el sustento de Hernández, menciona que en algún momento la migrante venezolana lideró el proyecto social ‘Unidos somos más’, con el apoyo de la Agencia de la ONU para los Refugiados, Acnur.

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