Las otras dudas que plantea la pregunta “¿Si Uribe fuera mujer, cómo sería?”

Nación
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La idea propagandística de la precandidata uribista María del Rosario Guerra sigue dando que hablar en redes y en medios.

Guerra publicó en su cuenta de Twitter el pasado 3 de agosto un video como parte de su campaña para que el Centro Democrático la elija candidata de esa colectividad política con miras a las elecciones presidenciales de 2018.

La pieza (en la que el rostro del expresidente y hoy senador se transforma en el de Guerra) produjo ese mismo día reacciones a favor y en contra, que se manifestaron —y lo siguen haciendo—, como ya es usual en estos casos, a través del ingenio, la creatividad y el sentido del humor de los tuiteros.

Pero hay quienes intentan ir más allá con análisis un poco más sesudos (semióticos, si se quiere) y abren una beta necesaria de interrogantes sobre la forma en que se hace la política en Colombia.

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Ese es el caso de Yolanda Reyes, que en su columna de El Tiempo desvela la estrategia de la precandidata uribista y la enmarca en “costumbre política que, al parecer, será tendencia en la próxima campaña: “[…] poner un candidato, como quien pone un florero y sacárselo de la manga, o de la axila”, y en ese sentido recuerda las afirmaciones que habían hecho ‘Ñoño’ Elías y los mismos uribistas (“el que Uribe diga”).

Además, califica de “perturbadora” y “aterradora” la consigna de Guerra, de quien asegura que está “igual de desesperada que sus copartidarios por ser la ungida del caudillo”. “El mensaje de Guerra no puede ser más explícito: ofrecerle gobernar en cuerpo (y sexo) ajeno. ¿Acaso puede haber una fórmula mejor que convertirse en el mismísimo Uribe –y femenino– para ser la persona que más le agrade a Uribe?”, se pregunta Reyes.

Y avanza en su análisis: “Cualquiera que sea la interpretación […], lo más preocupante, más allá de la ridiculez y de la manera como se refuerza el narcisismo del caudillo, es esa pérdida voluntaria de la identidad que se propone gozosamente para fundirse, no con las ideas, sino con la mismísima persona del expresidente. Esa obsesión personalista que ha desdibujado los partidos, y que simultáneamente es consecuencia de la falta de líneas programáticas, ilustra el peligro de plantear un debate electoral sin apuestas conceptuales y sin líderes que dialoguen y enriquezcan, con sus matices, las propuestas de sus colectividades”.

Termina su columna con otros interrogantes que animan el debate: “¿Qué ideas políticas –suponiendo que hubiera alguna distinta al cliché de la mano firme– propone la senadora para que el Centro Democrático prefiera su candidatura? ¿Acaso ser mujer significa, en su mensaje, una mayor facilidad para fundirse con el rostro del que manda, o será una forma de “suavizar” el discurso de la guerra entre supuestos ardides femeninos? ¿Querrá, acaso, recordarnos que prestarle la imagen a un ventrílocuo es la mejor forma de ganar las elecciones en Colombia?”.

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