Joven atacado por perros en Bogotá aún no sabe que perdió los brazos y su padre vive drama

La noche del lunes 25 de marzo quedará grabada en la memoria de la familia Berríos como un antes y un después. Greibert Eduardo Berríos, un joven venezolano de 19 años, regresaba a su casa en Bosa Potrerito tras asistir a una reunión en la Iglesia Universal. Lo que debía ser una caminata habitual terminó en tragedia cuando una manada de perros lo atacó brutalmente a solo 200 metros de su vivienda.

El ataque ocurrió cerca de la carrera 90, en un potrero poco iluminado y sin vigilancia. Según testigos, al menos nueve perros participaron en el ataque, aunque se presume que eran más. Un habitante del sector logró grabar el momento en video, lo que permitió dimensionar la gravedad de la situación.

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Su padre, Guillermo Berríos, recibió una llamada de una voz desconocida que le pidió ir de inmediato al hospital de Bosa. En ese momento solo sabía que su hijo había sido mordido por perros. “Nunca me imaginé la magnitud”, relató. Al llegar, encontró a Greibert con el cuerpo vendado, sin mayores explicaciones por parte del personal médico. “Me mandaron a comprar jabón para limpiarlo, pero cuando volví, ya lo habían hecho. Todo fue confuso”, cuenta.

Durante cuatro días, el joven permaneció en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de Bosa, en un estado crítico y sin que su familia recibiera información clara. Fue solo hasta el viernes 28 de marzo cuando fue remitido al Hospital de Kennedy, donde los médicos confirmaron lo que nadie quería escuchar: las heridas en sus brazos estaban tan infectadas que debían amputarlos.

Para ese momento, Greibert aún no era consciente de la magnitud de lo que le había ocurrido.

“A veces habla, pero no entiende bien lo que pasó. Sus ojos están desorbitados. Los médicos dicen que escucha, pero yo no lo veo bien”, dice su padre con tristeza.

El sábado siguiente, fue desentubado, pero seguía débil, entre el delirio y el dolor. En casa, Guillermo tuvo que enfrentar otro duro momento: explicarles a sus hijos menores, de 9 y 10 años, por qué su hermano mayor no regresaría igual. “Les dije que una manada de perros lo había atacado y que le quitaron sus bracitos. Imagínese darles esa noticia”, recuerda con lágrimas en los ojos.

Greibert llegó a Bogotá hace tres años con sueños de estudiar mecánica dental. Mientras tanto, ayudaba a su papá en trabajos de construcción. Era conocido por su amabilidad en el barrio. Hoy, su familia enfrenta una nueva realidad: gastos médicos, adaptación a una vida distinta y la ausencia de respuestas claras por parte del Estado.

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Aunque las autoridades activaron protocolos tras el ataque, el dolor persiste. La comunidad asegura que ya se habían reportado incidentes con los mismos perros días antes. Cuatro de los animales fueron entregados a la Secretaría de Salud y permanecen en observación. El Distrito promete acciones de prevención y control, pero para los Berríos, las medidas llegaron tarde.

“Así como hay leyes para proteger a los animales, también debe haberlas para proteger a las personas. Estos perros no tenían dueño, pero ¿quién responde ahora por mi hijo?”, se pregunta Guillermo, mientras intenta reconstruir la vida que les fue arrebatada. Porque a Greibert no solo le quitaron los brazos: a toda la familia le robaron la tranquilidad.