Restrepo: el corazón comercial donde vendedores informales y peatones disputan el espacio en Bogotá

Bogotá
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El Espectador es el periódico más antiguo del país, fundado el 22 de marzo de 1887 y, bajo la dirección de Fidel Cano, es considerado uno de los periódicos más serios y profesionales por su independencia, credibilidad y objetividad.

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Restrepo, corazón comercial del sur de Bogotá, enfrenta el reto de equilibrar tradición e inclusión urbana.

Antonio Nariño, una de las localidades más representativas de Bogotá, se caracteriza tanto por su vitalidad comercial como por su atractivo residencial. El barrio Restrepo, núcleo de actividad en la zona sur de la ciudad, concentra buena parte de esta vida urbana desbordante. Según la Secretaría de Desarrollo Económico, allí se localiza el 77% de las fábricas de cuero y piel de la capital, mientras que la emblemática plaza de mercado —con más de sesenta años de historia— sigue siendo punto de encuentro y motor de identidad local. De acuerdo con el Instituto Para la Economía Social (IPES), la localidad registra cerca de dos mil vendedores informales y su población diaria asciende a más de ochenta mil personas, quienes transitan y compiten por el uso del espacio público entre comercio formal, informal y peatones.

La venta informal ha estado siempre presente en los andenes y calles de Restrepo, donde los vendedores ofrecen desde ropa y zapatos hasta accesorios y productos tecnológicos. Esta práctica responde tanto a necesidades socioeconómicas inmediatas como a factores de fondo, propios de los desafíos urbanos latinoamericanos. No obstante, la ocupación prolongada de espacios peatonales está impactando dos derechos fundamentales: el trabajo y la libre movilidad. La congestión de los andenes complica notablemente el paso de quienes tienen movilidad reducida, personas mayores o familias con niños pequeños, creando tensiones cotidianas para la convivencia urbana.

Según el diario El Espectador y la Cámara de Comercio de Bogotá, la informalidad comercial en la ciudad —al igual que en otras urbes latinoamericanas— se asocia a limitaciones estructurales, como la escasa oferta de empleos formales o el insuficiente acceso al crédito. Además, los procesos acelerados de urbanización agravan la presión sobre el espacio público, haciendo cada vez más evidentes los conflictos entre regulaciones urbanas y las estrategias de supervivencia de una parte significativa de la población. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que alrededor de la mitad del empleo urbano en América Latina es informal, una cifra que revela las dimensiones del desafío.

Las respuestas estatales no han logrado resolver de fondo el dilema: de acuerdo con expertos entrevistados por El Tiempo, desalojos sin alternativas económicas suelen provocar desplazamientos constantes y mayor precariedad. Analistas de la Universidad Nacional de Colombia señalan además que las nuevas tendencias de consumo, asociadas a la globalización y la digitalización, ponen presión adicional sobre el modelo artesanal y tradicional de Restrepo, alimentando el riesgo de desaparición paulatina de estas economías locales.

Frente a este panorama, la Secretaría Distrital de Planeación viene impulsando proyectos piloto de diseño urbano adaptativo, que buscan crear espacios más accesibles para los peatones y regulaciones diferenciadas para los vendedores informales. Éstas buscan conciliar cuando es posible el derecho al trabajo con el uso equitativo del espacio público. Así, la situación de Antonio Nariño y su barrio Restrepo va más allá de la mera disputa por los andenes: expresa la complejidad de conciliar derechos laborales, movilidad segura, identidad local y una estrategia de desarrollo urbano verdaderamente incluyente.

¿De qué manera los procesos de formalización pueden beneficiar tanto a vendedores como a la ciudad? El debate sobre la formalización de los vendedores informales es un tema complejo que influye en la vida cotidiana de los trabajadores y en la calidad urbana de ciudades como Bogotá. Por un lado, la formalización puede ofrecer mayor estabilidad económica y acceso a servicios, pero si no se acompaña de asistencia técnica, crédito y estrategias inclusivas, corre el riesgo de ser solo simbólica. Por otro lado, la ciudad puede ver mejoras en movilidad y ordenamiento, siempre que la regulación se ajuste a la diversidad de situaciones existentes y cuente con la participación de los afectados.

¿Qué estrategias urbanas han demostrado ser eficaces en la gestión de espacio público compartido? El reto para localidades como Antonio Nariño radica en encontrar enfoques que no vulneren el derecho al trabajo ni sacrifiquen la accesibilidad peatonal. De acuerdo con la Secretaría Distrital de Planeación, la implementación de diseños urbanos adaptativos y esquemas de regulación diferenciada ha traído resultados alentadores, permitiendo armonizar las necesidades de los vendedores y peatones. Estas experiencias piloto se han convertido en modelo de referencia para futuras intervenciones en el espacio público bogotano.


* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.

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