La sociedad israelí, con el clamor por los rehenes por delante y de espaldas al sufrimiento en Gaza
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Visitar sitioDiversas encuestas muestran que la mayoría de los israelíes apoyan poner fin a la invasión en la Franja para permitir el regreso de los 48 secuestrados que siguen en el enclave. Sin embargo, con el trauma de las masacres cometidas por Hamás el 7 de octubre de 2023 aún a cuestas, el sufrimiento de los palestinos apenas se contempla en la esfera pública israelí, que normaliza discursos radicales y deshumanizantes.
Diversas encuestas muestran que la mayoría de los israelíes apoyan poner fin a la invasión en la Franja para permitir el regreso de los 48 secuestrados que siguen en el enclave. Sin embargo, con el trauma de las masacres cometidas por Hamás el 7 de octubre de 2023 aún a cuestas, el sufrimiento de los palestinos apenas se contempla en la esfera pública israelí, que normaliza discursos radicales y deshumanizantes.
La escena es típica de cualquier mirador turístico. En la cima de la colina, un telescopio para admirar el paisaje; mapas, pantallas y audios con información; una máquina expendedora para acompañar el paseo con un snack o una bebida.
Hasta aquí llegan familias, con niños ansiosos por mirar a través del artefacto, un padre y una hija que traen sus propios binoculares, jóvenes que portan su merienda o hasta un tour de jubilados.
¿Cuál es el atractivo que les reúne en el mirador de Sderot? La devastación del norte de Gaza, visible a lo lejos desde esta ciudad del sur de Israel, a menos de dos kilómetros de la franja.
El fenómeno no es nuevo, el sitio es célebre por ser un punto de reunión para observar los bombardeos en cada ofensiva israelí sobre el enclave palestino.
Pero desde el 7 de octubre de 2023, se ha convertido en símbolo de cómo el impacto de las masacres de Hamás (con casi 1.200 muertos y 251 rehenes) ha profundizado un rumbo que gran parte de la sociedad israelí ya venía tomando en los últimos años hacia la derechización ideológica y la deshumanización de los palestinos.
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El público predilecto del lugar suelen ser israelíes ultranacionalistas, incluso algunos antiguos colonos en Gaza, que ven en la tierra arrasada por los incesantes ataques de su Ejército una oportunidad para volver a ocupar el territorio palestino.
Sin embargo, no son los únicos. Aquí también arriban, por ejemplo, guardias de seguridad, religiosos, israelíes con doble nacionalidad.
Entre ellos está Benzion Asher-Abaskar, que sentencia sin tapujos a France 24 que “el mejor futuro para la Franja de Gaza es que ya no exista más”.
Para este joven de 29 años, israelí de origen indio, el enclave palestino es parte de “nuestro país” y la población local “no tiene derecho de existir en esta tierra, ni en Gaza ni en Judea y Samaria”, nombre bíblico para referirse a Cisjordania ocupada.
“Déjenlos elegir dónde quieren irse. Está Arabia Saudita, está Egipto. Pero si no quieren irse, es una señal de que quieren continuar con la guerra“, insiste Benzion, quien acusa a los palestinos de Gaza de “rendirse” a Hamás y “hacer todo lo posible para mostrar que están con ellos”.
Con un tono menos encendido, Stephan Zeev Goldin muestra una postura similar. No duda en considerar que las masacres del 7-O fueron cometidas por “animales” y defiende el accionar de un Israel que “quería tomar venganza”.
“El pueblo israelí vive un trauma que raramente ha sentido. Por desgracia, no es nuestra culpa. El mundo entero nos acusa, pero creo que hubiera reaccionado igual. Se habla de genocidio, pero no es Israel quien lo comete, por ahora son los palestinos los que quieren cometer un genocidio contra el pueblo israelí“, justifica este periodista y analista militar.
Ambos replican varias ideas que muchos israelíes repiten a menudo: que Israel hace todo lo posible para evitar el daño a civiles y darles asistencia; que los palestinos no pueden tener su propio Estado porque “tuvieron Gaza y no hicieron nada bueno allí” –ignorando las dos décadas de bloqueo israelí–; o que Israel es “la última defensa de Occidente” frente a una supuesta invasión del islamismo radical.
No todos los presentes se animan a dar entrevistas, los periodistas extranjeros son vistos cada vez más con recelo, pero igual algunos quieren dejar claro su mensaje.
Como un hombre que responde con un gesto de placer al escuchar cada “boom”, señalando los bombardeos y fuego de artillería israelíes que levantan ocasionalmente nubes de polvo y humo en el horizonte.
O un camarógrafo que se niega a hablar porque “no te va a gustar lo que tengo para decir”, pero confiesa que prefiere hacer sus grabaciones en la tarde-noche porque “bombardean más y me gusta oírlo”.
Encuestas muestran una mayoritaria indiferencia al sufrimiento palestino
Si antes los comentarios u opiniones que se emitían en ese mirador podían ser vistos como extremistas, ahora forman parte de un discurso cada vez más aceptado en la sociedad israelí.
Diversas encuestas reflejan consistentemente que, ante el sufrimiento palestino, la mayoría reacciona entre el entusiasmo y la indiferencia.
Un sondeo realizado en agosto por el Centro aChord (un ente de la Universidad Hebrea de Jerusalén que trabaja por la coexistencia) muestra que un 62% de los israelíes considera que “no hay personas inocentes en Gaza”, cifra que sube al 76% entre los judíos israelíes consultados; otro estudio de finales de julio del Instituto de la Democracia de Israel (IDI) refleja que al 79% de los judíos israelíes no les preocupan los reportes de hambruna en la franja; mientras que diversos relevamientos han mostrado a lo largo de los meses un apoyo sostenido a los planes de limpieza étnica del enclave, siendo la más contundente una realizada por la firma israelí Geocartografía, que recoge un respaldo del 82% de los judíos israelíes a la expulsión de los palestinos.
Estos estudios exhiben, no obstante, las complejidades de la sociedad israelí. Los porcentajes hallados entre los judíos israelíes suelen confrontarse con cifras casi diametralmente opuestas entre los árabes israelíes (palestinos con ciudadanía israelí).
E influyen las creencias, con un apoyo disparado entre quienes se consideran religiosos o votantes de derecha. Aún así, con variaciones según los temas abordados, los judíos seculares o que se definen de izquierda, si bien son más críticos, también muestran porcentajes más altos de aprobación a algunas políticas radicales que en el pasado.
Una breve recorrida por Jerusalén sirve de mínima muestra de estas singularidades. Primero, una pareja religiosa, con tres hijos, se ríe socarronamente ante la consulta sobre “los palestinos” (así los relativiza), y el hombre, que lleva la voz cantante, sentencia que “esta es nuestra tierra, Abraham nos la dio y nadie la puede tomar”.
Poco después, Daniel, un soldado colombo-israelí que acaba de volver de Gaza y no quiere regresar, rechaza de plano la posibilidad de coexistir con un eventual Estado palestino y subraya que “ellos” no son de fiar.
“El odio hacia los judíos nunca se va a acabar, siempre va a haber esa batalla de que la tierra de Israel es de ellos y siempre van a querer que no existan judíos”, sostiene.
Por último, Ivan, de unos 60 años y larga barba blanca, es una rareza: se considera “antisionista” (es decir, contrario al movimiento político nacionalista creado en el Siglo XIX para promover la creación de un Estado judío) y defiende la existencia de “un solo Estado secular en el que judíos y palestinos vivan juntos”. Consciente de su ideal utópico, expresa su frustración porque en Israel “no hay oposición y la izquierda ya no existe, es la derecha y listo”.
El reclamo popular para recuperar a todos los rehenes
Pese a la predominancia de un discurso beligerante (en línea con el del Gobierno ultraderechista de Benjamin Netanyahu, quien, pese a ser muy criticado, conserva un 40% de aprobación, según Gallup, y su partido Likud lidera los sondeos de intención de voto), la mayoría de los israelíes reclama, asimismo, cesar los ataques en Gaza, principalmente para conseguir el regreso de los 48 rehenes que siguen retenidos.
En una encuesta publicada con motivo de los dos años de los ataques de Hamás, el Instituto para la Democracia de Israel recogió que el 66% de los israelíes cree que “ha llegado el momento de poner fin a la guerra”, un 13% más que el resultado obtenido ante la misma consulta un año atrás.
A la hora de dar sus motivos, un 50,4% de los judíos israelíes cree que “la continuidad de los combates pone en peligro a los rehenes”, mientras que apenas el 2,3% se fija en “cesar el daño a los residentes de Gaza y empezar la reconstrucción de la Franja”.
Esta opción queda muy por detrás de las otras: “la guerra ha cumplido la mayoría” de sus objetivos (15,8%), el daño económico y social (14,5%) y frenar el “deterioro del estatus internacional de Israel” (6,4%).
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Ese clamor por los secuestrados se ha replicado en manifestaciones casi cada sábado de los últimos dos años, pero se ha revigorizado con el plan presentado por el presidente estadounidense Donald Trump para un cese al fuego en el enclave palestino.
En la rebautizada Plaza de los Rehenes de Tel Aviv, Yoav Shelhav, de 67 años, se niega a “analizar desde un punto de vista político” la propuesta y señala que “si trae de vuelta a todos los rehenes, ya es lo suficientemente bueno”.
Por su parte, Hadas, originaria de Haifa pero radicada en Tel Aviv, suele salir a protestar con fotos de niños de Gaza y admite sentirse “avergonzada” por los israelíes que piden borrar del mapa al enclave palestino. También le entristece que la posible vía para terminar el conflicto venga de Washington y no del propio Gobierno israelí, al que acusa de “estar destruyendo Israel desde dentro”.
Entre los familiares de rehenes reina un cauto optimismo, a sabiendas de que otros intentos de acuerdo han fracasado en el pasado.
Gil Dickmann, primo de Carmel Gat –asesinada en cautiverio por Hamás–, cree que la diferencia en esta oportunidad es que “Trump está detrás del plan, con el apoyo de los países árabes y todos están diciendo que es tiempo de poner fin a la guerra”.
Aunque teme que “extremistas del lado israelí y del lado palestino van a intentar sabotearlas como lo han hecho antes”, confía en que “las negociaciones ayuden a cerrar las brechas” para llegar a un entendimiento que “es una vergüenza que no haya ocurrido mucho tiempo antes”.
Moderar las expectativas resulta difícil para Herut Nimrod. La madre del rehén Tamir Nimrod reza para “que esta sea la última vez que nos tengamos que reunir en esta plaza” y se imagina “abrazando” a su hijo, aunque admite angustiada que “no tiene idea en qué condición está”.
Tamir es uno de dos cautivos (junto con el nepalí Bipin Joshi) sobre los que no se ha sabido nada desde el 7 de octubre de 2023.
“En un video de ese día se puede ver cuando es secuestrado. Lo vimos de pie, estaba vivo, cruzó la frontera y es la última señal de vida que tenemos”, explica su madre.
“Espero que haya sobrevivido y que sepa que estamos haciendo todo lo posible para liberarlo. Y cuando finalmente sea libre, estoy segura que lo primero que querrá es un abrazo de su madre”, desea Herut.
De las marchas a menudo participan exsecuestrados, como el argentino-israelí Luis Har, que fue rescatado por el Ejército israelí en Rafah, en febrero de 2024.
Para él, “es muy importante saber que Trump hace algo por nosotros”, pero remarca que “no me quiero ilusionar demasiado”. “Hasta que no vea a todos los rehenes aquí, no lo creo”, insiste.
Desde su propia experiencia, añade que “la recuperación de todos va a ser muy, muy difícil, y de sus familias también”. “Esperamos que todo salga bien y que podamos estar juntos y apoyarlos porque van a precisar mucha ayuda”, concluye Har.
La minoría que llama a terminar con “la guerra de exterminio” contra los palestinos
En las protestas de cada sábado es omnipresente el reclamo por los rehenes.
También es habitual escuchar abucheos contra Netanyahu y sus ministros más extremistas (a los que acusan de priorizar la reocupación de Gaza por encima del regreso de los secuestrados) y muestras de respeto a los soldados.
Pero de hambruna solo se habla para advertir que la padecen los cautivos y el sufrimiento de los palestinos está reservado apenas para un pequeño bloque de activistas, que suelen movilizarse en paralelo al acto central, tanto en Tel Aviv como en Jerusalén.
Algunos de ellos también participaron de varias manifestaciones hasta la valla fronteriza con Gaza, en el sur de Israel.
En la última, organizada el viernes 3 de octubre, consiguieron bloquear brevemente una de las entradas de los vehículos militares, retrasando la circulación de soldados desde y hacia el enclave palestino.
Bajo un sol abrasador y exponiéndose al arresto por parte de los policías que les escoltan, Roni Federman asegura a France 24 –presente en otra movilización a la frontera entre Israel y Gaza, el 19 de septiembre pasado– que “este es el mejor lugar para estar porque, cara a cara con los soldados, tal vez escuchen, quizás alguno decida retirarse u oponerse a la masacre”.
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Ellos rompen tabúes en Israel, como reclamar boicots o usar la palabra “genocidio” para describir la devastación que su Ejército está causando en la franja, y desafían una narrativa que, remarca Federman, está ausente en los medios (“ninguno muestra lo que está pasando en Gaza”) y en el discurso público.
“Aunque la mayoría de la gente en Israel apoya el fin de la guerra, lo hacen especialmente por el bien de las fuerzas de seguridad. La gente está menos interesada en lo que está pasando con la población de Gaza. Pero si bien somos una minoría, nos hacemos escuchar“, asevera.
“Es una triste realidad pero eso no nos impide decir que hay que frenar este genocidio. Somos una minoría pero estamos del lado correcto de la historia”, refuerza Galit Samuel. Esta mujer de 56 años, residente en Tel Aviv, siente “vergüenza” porque “el mundo está mirando y no está haciendo nada” para frenar “esta situación intolerable”.
Sin embargo, no se rinde ante “este fracaso moral total” y, consciente del impacto que tiene en su sociedad, apela a un paralelismo histórico que muchos de sus compatriotas considerarían una relativización de la peor tragedia para el pueblo judío. “Es una guerra de exterminio –sentencia Galit–. Los israelíes están cometiendo el Holocausto palestino”.
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