La guerra escrita en sus cuerpos: mujeres armenias en la primera línea

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Las habitaciones de la casa de Gayane miraban hacia el puesto militar donde ella servía. Sus hijos vieron aquella noche cómo su posición, en lo más alto de las montañas de Armenia, era alcanzada por destellos rojos que se encendían con cada ataque aéreo. Desde ese momento, no pudieron contactarse con su madre.

A mediados de septiembre de 2022, las imágenes que comenzaron a circular en redes sociales congelaron el campo de batalla en un instante de horror. Sobre una pila de cadáveres con uniformes del Ejército de Defensa de Armenia, el cuerpo desnudo de una mujer es expuesto como un trofeo. Tiene un ojo hueco y reemplazado por una piedra, un dedo mutilado forzado en la boca, palabras grabadas a cuchillo sobre el torso. Alrededor, las voces de soldados azerbaiyanos celebran, pisan el pecho de otra mujer ya sin vida.

Las escenas podrían parecer un episodio más dentro de un conflicto que lleva más de tres décadas marcando la relación entre Armenia y Azerbaiyán: disputas territoriales, desplazamientos forzados, destrucción del patrimonio cultural, todo aquello que suele atravesar las guerras contemporáneas. Pero estas imágenes fueron algo más: la prueba de una violencia profundamente marcada por el género, dirigida contra mujeres que no solo eran armenias, sino también militares, y que por eso fueron objetivo de una crueldad, pensada para ser vista, compartida y temida.

En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, este artículo reconstruye lo ocurrido con militares armenias asesinadas y mutiladas por tropas azerbaiyanas y explora cómo sus cuerpos fueron convertidos en un territorio más de la guerra.

Desde las hostilidades de Nagorno Karabaj en 2020, se acumulan testimonios y pruebas que señalan a Azerbaiyán por ejecuciones extrajudiciales, torturas y crímenes de guerra. Organizaciones sociales, centros de investigación jurídica internacional y oenegés, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, documentaron decapitaciones, disparos a quemarropa, cuerpos desmembrados y otras formas de violencia extrema, muchas respaldadas por videos grabados por los propios soldados azerbaiyanos.

Entre esas víctimas hay mujeres. Durante una incursión a gran escala de Azerbaiyán en territorio soberano armenio, los cuerpos de Gayane, Susana, Alisa, Irina y Anush fueron ultrajados y mostrados en videos que luego circularon en canales de Telegram y otras redes sociales azerbaiyanas.

La noche del 12 al 13 de septiembre de 2022, Azerbaiyán lanzó ataques coordinados contra la línea de contacto y localidades dentro de Armenia, como Vardenis, Goris, Sotk y Jermuk.

La ofensiva no fue un episodio aislado, sino la continuación de una serie de incursiones posteriores a 2020 que dejaron a Azerbaiyán controlando decenas de kilómetros cuadrados de territorio armenio.

 

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La última guardia de Gayane

Gayane Abgaryan había empezado su vida militar un tanto lejos del frente, trabajando en carpas de insumos militares y, tras hacer un curso de cocina, ocupó el cargo de cocinera. Se casó con un militar y, como muchas familias castrenses, se trasladó con él cuando fue destinado a otras regiones. Finalmente, la pareja se instaló en la ciudad de Vardenis, al este de Armenia, junto a sus cuatro hijos.

Con el tiempo, Gayane dejó de ser solo “la cocinera del cuartel” y pasó a ocuparse de las comunicaciones. Llevaba apenas unos meses en ese puesto cuando comenzaron los combates.

La noche del ataque, Gayane envió un último mensaje a su familia. Habló con sus hijos cerca de las 23:00 horas y les advirtió que la situación se notaba tensa, que las tropas azerbaiyanas se veían activas y que quizá quedaría incomunicada. Horas después, comenzaron los bombardeos. Gayane ya no atendía.

“En la mañana ya todos nos habíamos enterado de que la guerra empezó. Gayane no se comunicaba. Empezamos la búsqueda”, recuerda su hermana Lala. Con su padre y su hermana recorrieron hospitales y morgues, uno tras otro, sin encontrar rastro.

Dos días más tarde, llegó la noticia difícil de asimilar: “Los azeríes publicaron un video en el que identifiqué el cuerpo de mi hermana”. Intentó ocultar las imágenes a sus padres. Sin pensar, acudió a la Cruz Roja y a organismos estatales armenios para reclamar el regreso del cadáver, mientras Azerbaiyán impedía que las tropas armenias –e incluso fuerzas rusas– se acercaran a la zona donde yacían los restos.

En el video se ve a Gayane desnuda, mutilada, con los ojos arrancados y reemplazados por piedras, las piernas y las orejas cortadas, un dedo introducido en la boca. A su alrededor, soldados azerbaiyanos pronuncian insultos y escriben en su cuerpo el nombre de la unidad de operaciones especiales “Yashma”, como si firmaran una obra.

Apenas unas horas antes, tras las primeras explosiones en la zona, el comandante ordenó a las dos mujeres que servían en ese puesto militar que abandonaran la posición. Gayane y Alisa se negaron. “Mi hermana le respondió con firmeza: ‘¿Si fueras tú, te irías? ¿Podrías vivir sabiendo que dejaste a tus compañeros aquí y te fuiste?'”, relata Lala. “Creo que nadie retrocedería ni dejaría el puesto militar si sabe que a sus espaldas están sus hijos”, agrega. Desde aquella cumbre alta donde servía Gayane, con una vista que dominaba todo el valle, podía verse el pequeño entramado de casas de la localidad más cercana. Entre ellas estaba su hogar.

Gayane y Alisa permanecieron en la trinchera hasta el final.

“Tardaron dos meses en devolver el cuerpo de mi hermana”, cuenta Lala. “Lo más terrible es que no estábamos esperando a una persona viva, sino un cadáver”.

Su hermana la recuerda como “una persona feliz y fuerte, llena de vida”. Lala es abogada, profesora de geografía y se forma constantemente en Derecho Internacional por su cuenta.

Hoy, Gayane descansa en el panteón militar de Yerablur, en Ereván, la capital armenia. Recientemente, Lala viajó a La Haya para apoyar una petición presentada ante la Corte Penal Internacional, pidiendo investigar a los líderes de Azerbaiyán por genocidio. “Mi hermana defendió esta tierra con las armas, yo intento hacerlo con la diplomacia”, resume.

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El cuerpo de las mujeres como territorio de conquista

Para la editora de género en el diario ‘La Diaria de Uruguay’, Stephanie Demirdjian, las imágenes de las militares armenias asesinadas y mutiladas condensan una forma de violencia que va más allá del campo de batalla. “Es el reflejo de misoginia feroz y brutal, con una hazaña contra las mujeres evidente y difícil de describir. Lo que demuestra es el odio hacia las mujeres, el desprecio por su vida”, señala.

Demirdjian subraya que el cuerpo de las mujeres en contextos de guerra o genocidio se convierte en “otro territorio a conquistar”: “Creo que es el cuerpo de las mujeres usado como objeto o instrumentalizado para mandar un mensaje de control, poder e invasión, porque el cuerpo históricamente, en estos contextos, es visto como un espacio de disputa”.

Retoma así la idea de la antropóloga feminista Rita Segato sobre la “ocupación depredadora de los cuerpos femeninos o feminizados en el contexto de las nuevas guerras”. Ya no se trata de agresiones sexuales como “daños colaterales”, explica, sino de una forma central de la estrategia bélica. “Aparece esto cuando pensamos en la maquinaria azerí”, afirma Demirdjian.

La periodista uruguaya advierte que, en una sociedad marcada por la memoria del genocidio armenio (1915), ver de nuevo cuerpos armenios profanados y exhibidos remueve heridas que aún no cerraron. “Es la revisión de la barbarie, la masacre, la depredación total, y en definitiva de un nuevo genocidio contra el pueblo armenio, con todo lo que eso impacta en la memoria de un pueblo y su capacidad de resiliencia”, menciona.

Para la especialista en género, en un contexto donde el “honor familiar” sigue teniendo un peso fuerte, la violencia encarnada sobre el cuerpo de las mujeres y su exhibición pública pueden generar no solo dolor e impotencia, sino también vergüenza y humillación. Ante esto, considera fundamental que estos crímenes no se silencien ni se reduzcan.

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La industrialización del trauma

El Center for Truth and Justice (CTJ), una organización con sede en Estados Unidos que documenta crímenes cometidos contra armenios, reaccionó con rapidez, tras las noticias de los ataques armados, desplegando equipos con un enfoque centrado en las víctimas y sensible al trauma, para asegurar testimonios, imágenes y pruebas digitales “antes de que desaparecieran”.

La abogada e investigadora legal de la organización, María Grigoryan, actualmente establecida en La Haya, asegura: “Estábamos al borde de la ruptura de la humanidad, enfrentándonos a actos diseñados para desgarrar el tejido mismo de la dignidad”.

El caso de Gayane Abgaryan es, para ella, emblemático:

“Las Fuerzas Armadas de Azerbaiyán no solo atacaron a los armenios como combatientes, sino por su etnia. En casos como el de Abgaryan, surge una dimensión adicional: fueron señaladas como mujeres armenias y sometidas a brutalidades diseñadas para degradarlas y deshumanizarlas”.

Grigoryan hace referencia a los videos grabados por la brigada “Yashma” como una puesta en escena “casi coreográfica”. “Se detuvieron en sus atrocidades en el campo de batalla, no solo para matar, sino para exhibir, para proclamar su dominio, para inculcar el terror”, expresa.

Esas imágenes, una vez difundidas, adquirieron una nueva vida en el ecosistema digital de Azerbaiyán. “Los cuerpos mutilados fueron transformados por usuarios azerbaiyanos en stickers descargables, que fueron consumidos por decenas de miles de personas en cuestión de días”, relata. “Esta es la industrialización del trauma: cada descarga, cada vez que se comparte, cada visualización reaviva las heridas, no solo para las familias de las víctimas, sino para cada mujer armenia que reconoce que esto podría haberle pasado a ella”.

Para el CTJ, la dimensión de género es central para calificar jurídicamente estos hechos. Grigoryan subraya que muchos crímenes de guerra, aunque no sean etiquetados como “sexuales”, pueden estar profundamente marcados por el género por su objetivo, métodos e impacto.

La organización presentó un reporte al fiscal de la Corte Penal Internacional tras la adhesión de Armenia al Estatuto de Roma, con especial énfasis en la violencia sexual y de género, y en la persecución de mujeres de etnia armenia. Según Grigoryan, la responsabilidad alcanza tanto al Estado como a los grupos o individuos. “La brigada ‘Yashma’ grabó el nombre de su unidad en su cuerpo, una firma de propiedad, un descarado emblema de impunidad”, subraya.

Las historias de Gayane y sus compañeras no son solo episodios aislados de una crueldad excepcional, sino señales de una violencia que busca disciplinar, marcar y borrar. Sus cuerpos revelan tanto la brutalidad de la guerra como la fragilidad de las estructuras que deberían proteger a las mujeres en los conflictos armados. Recordarlas es evitar que ese silencio se imponga otra vez.

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