Hace ya bastante tiempo que quiero trabajar este asunto. Soy madre y también tengo a varios padres y madres en mi círculo de amistades. Si bien, no soy ese tipo de madre que habla a cada minuto de sus vástagos y, por el contrario, protejo bastante su identidad en mis redes, hoy me interesa tocar este tema porque puede conducir a un debate.

Mucho se ha hablado del amor incondicional de una madre, ese amor que está por encima de todo porque es el que define esa relación, y que hace parte del amor primigenio. Lo natural es que la madre tenga un amor por encima de todas las cosas hacia sus hijos, es difícil entender que una madre o un padre no sea amoroso, o no tenga ganas de darle cariño a sus hijos. Hasta ahí todos vamos a estar de acuerdo. Ahora bien, ¿qué hacer cuando el comportamiento de nuestros hijos dista mucho del que deseamos y hace daño a los padres?

Con grandes dosis de paciencia se arman las madres y los padres para educar y para procurar que haya normas y límites. Lo que pasa es que hay niños que desafían estos límites, niños que, incluso de pequeños ya se convierten en niños rebeldes y desafiantes. Todos conocemos alguno. Lo que pasa es que hasta los 12 o 13 años algunos niños dan la lata y son complicados, puede que hablen con irrespeto, que tengan pataletas o que, sencillamente, no hagan caso. Enfrentarse a un muchachito de estas edades es relativamente fácil y si bien, algunos son altos y ya imponen, lo cierto es que hasta esas edades la cosa suele ser fácil y se maneja en la mayoría de casos. A esa edad la cosa se saca adelante

Con la adolescencia, ya después de los 13 años, el comportamiento de ciertos niños se vuelve una locura, y ya no se pueden controlar como se hacía antes.

Unos padres acuden al castigo, otros al diálogo, y muchos padres terminan yendo al sicólogo porque la situación en casa con su hijo se les ha vuelto de pa’ arriba.

A mí me preocupa que este cambio se da muy rápido. Y ahora con esta pandemia, todavía puede acelerarse un poco más y  todavía hacerse más complejo. Algunos niños pasan de pedir plata para los dulces para empezar a fumar, o para ir a buscar cerveza. Las compañías también empiezan a verse distintas, y el niño o la niña adorable, ha terminado por tener un círculo de amistades que ya andan en otras ligas, ya se ven las drogas y ya se ve que les atraen.

Contestan mal y el lenguaje que usan es terrorífico. Todos los que hemos sido adolescentes, sabemos que eso significó que tuvimos que enfrentarnos a ciertas cosas y poner en jaque a la autoridad. Todo adolescente es un trabajo para sus padres, y la energía que hay que destinarle a esta edad es enorme.

Pero pregunto: ¿Vale todo?

¿Vale que los hijos arruinen la vida de sus padres?

¿Vale que les roben?

¿Vale que les conviertan su habitación en un cuartel de guerra?

¿Vale que les obliguen a darles dinero cuando no han tenido ninguna intención por trabajar?

¿Cuánto hay que aguantar?

¿Hay límites de aguante también para los padres?

Si hay abuso, irrespeto y falta de honestidad, ¿es importante seguir aguantando?

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.