Soy madre de dos hijos, ambos adolescentes de 13 y 16 años. Cuando veo a mis hijos por la calle, van mirando el teléfono al cruzar el paso de cebra. Si los encuentro por la casa después del colegio, me doy cuenta de que pueden pasarse horas viendo Instagram o TikTok, con el consecuente ruido que generan los mini videos que devoran sin digerir. Para mis hijos cualquier contenido que sea de más de 15 segundos es largo, y su atención está fragmentada, al igual que su lectura y su comprensión del mundo.

Como periodista he querido que mis hijos vean noticieros desde que son pequeños y creo que, si bien no los vuelve locos de contentos, saben que las noticias tienen un titular y un desarrollo para ampliarlas. Busco que, cuando veamos las noticias, dejen por un rato su teléfono. Cuando los veo con él en la mano me generan estrés. Ellos ven contenido sin ver, y deslizan su dedo sin poner casi atención a lo que están viendo. Es cierto que casi todo lo que aparece por sus pantallas son tonterías, caídas, bromas o chistes flojos. No los culpo. Es lo que están viviendo millones de adolescentes.

Cuando les quito el móvil, porque se han portado mal, o porque tengo que reprenderlos, me doy cuenta de que me escuchan de otra forma, y también siento que se aburren porque les he arrebatado lo que los divierte de forma adictiva.

A mi hijo mayor tardé mucho en darle móvil, quizá fueron 14 años, y su primer modelo fue un Nokia que sólo traía el juego de la serpiente. Sabía que él iba a caer rendido en cuanto tuviera un SmartPhone porque es un niño que suele obsesionarse con las cosas y que gestiona regular los límites. Pero claro, después de muchos intentos suyos, ese irrompible Nokia dejó de funcionar y, con 14 años y pico, tuvo un teléfono con Internet. Para mí esa pelea se perdió ese día. Mi hijo empezó a ser una persona pegada a esa pantalla, ese hombre que vería todo por Youtube, el mismo que empezaría a decir que sus ídolos serían youtubers. Con la pandemia tuve que quitarle muchos días el móvil, y pedirle que saliera de la cama, porque empezó a pasar mucho tiempo acostado. Por más que lo miro, encuentro muy pocas cosas positivas para un Smartphone en su caso. No le ha venido bien.

Asumo la responsabilidad de no haberlo hecho de otra forma. Asumo la presión de que fue el último de su clase. De poco valió su espera. Por ahí se dice que el que espera, desespera. Y esto se cumplió.

Con el menor, al cumplir 13 años recibió el teléfono. Si bien tiene una personalidad menos adictiva que el mayor, el diagnóstico que tengo después de que recibiera el móvil no es mucho más halagador. Pierde muchas horas viendo el móvil, y lo usa siempre que puede, incluso en la mesa, situación que nos ha llevado a seguir la norma de que cuando están conmigo en la mesa, el teléfono se guarda. A ambos les cuesta.

Al despertar lo primero que hacen es ver su teléfono y duermen con él cerca de la almohada. El motivo: ahí suena la alarma. No los culpo.

Su teléfono los tiene muy pillados. Como a mí en un tiempo. Lo que pasa es que yo he descubierto que el teléfono me da pereza, y me da muchas malas noticias en redes, sobre todo discusiones, guerras, reacciones negativas y mucho contenido que no me alimenta de ninguna forma ni la cabeza ni el espíritu. Por no hablar de los grupos de whatsapp que me parecen una auténtico calvario y por lo mismo sólo pertenezco al de mi familia, y me he borrado de los demás.

A través de una entrevista que le hizo James Corden a Elton John, supe que el mítico artista no tiene teléfono. Creo que esto le dará mucho más tiempo para hacer cosas valiosas con las horas que tiene al día. También supe que tiene Tablet, y que por Facetime llama a diario a Ed Sheeran. Curioso.  Sé que está haciendo cosas que yo considero esenciales: llamar por teléfono es mil veces más cercano y potente que dejar un whatsapp. Sir Elton John sabe mucho más que todos. Y lo pone en práctica. Ahora, yo vivo con mi propio détox mi relación con mi Smartphone, y me pregunto cómo podré hacer para que mis hijos se desenganchen un poco a algo que no da bienestar por sí mismo y que, por el contrario, es un aparatito que les ha cambiado para mal su forma de relacionarse con los demás.

¿Alguien estaría de acuerdo en celebrar un día sin teléfono?

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.