Contradicciones de Gustavo Francisco Petro Urrego, tratando de explicar lo inexplicable, en diferentes medios de comunicación frente a la propuesta de un “perdón social”, a los corruptos de la penitenciaría La Picota, son una prueba más de la mitomanía que caracteriza al candidato presidencial del Pacto Histórico. De cara a los colombianos ha quedado en evidencia la incongruencia pública de quien dice luchará contra la corrupción e injusticias, pero acepta en su campaña a personajes de dudosa y pésima reputación. Aspirante a la primera magistratura, por parte de la izquierda colombiana, materializa en su propuesta electoral los males que señala en sus adversarios, podredumbre politiquera que se niega a reconocer como propia e intenta minimizar, o justificar, victimizándose y hablando de entrampamientos por parte de las fuerzas opositoras.

Mezquina estrategia del líder político de los humanos es solo defendida por idiotas útiles, seguidores fanáticos, que enceguecidos desconocen el macabro pasado político y social que acompaña al hoy dirigente del Pacto Histórico. Triste es ver que en Colombia se pasó de repudiar a los guerrilleros, y sus actos violentos, para adularlos y defenderlos. Inexplicable resulta que quienes perpetraron sangrientos ataques, al colectivo social, ahora exalten a los cuatro vientos que están en pie de lucha para cobrar deudas ancestrales que ellos mismos originaron y han sido incapaces de pagar a sus víctimas. Populismo sustentado en un cambio ideal, que difícilmente se constituirá en realidad, hipnotiza a un sector de la población que no dimensiona que los incendios en los CAI, la violencia por vía de hecho que fue promovida por la Colombia Humana y sectores progresistas, solo se equipara con la conformación de células urbanas y el actuar de un grupo al margen de la ley que en 1.985 incendió el Palacio de Justicia.

Hipocresía con que se articula la campaña del Pacto Histórico los plaga de “jugaditas” para dar la apariencia de desmarcarse de la corrupción, pero en el fondo los hunde en el mar de la falsedad y descomposición que los acompaña. Pronunciamiento de Gustavo Petro, en la red social Twitter, que llamó a suspender inmediatamente todas las actividades de Piedad Córdoba dentro de la campaña hasta que resuelva las acusaciones jurídicas que se le hacen, antes que un acto de moralidad es el reflejo desesperado de un demagogo al que se le está cayendo su castillo de naipes. Sagacidad que se exhibe, en acto contra la senadora electa, llama a preguntar por qué no se ejerce en la misma dimensión con personajes non-santos de la Costa, Antioquia y otras zonas del país que oriundos se ven en las toldas petristas. Red de trampa, oportunismo y deslealtad que se teje, entorno a la izquierda colombiana, es el estandarte de una alianza en la que todo vale, se usa a muchos y luego se exponen al escarnio público.

“Perdón social” prometido a los corruptos, “cambios sustanciales en la política de extradición y de penas” ofrecido a los extraditables, muestra una serie de apuestas tácticas maestras, por debajo de la mesa, que se gestan en el Pacto Histórico para hacerse al fortín de importantes maquinarias de votantes colombianos. Señalamientos, expresiones y reflexiones frente a quienes piensan distinto no son más que miedos y vacíos de lo que hay al interior de ellos mismos. Subsidios de los que tanto hablan, democratización del aparato productivo y la riqueza que aseguran en su gobierno, son palabrería que se desmitifica al conocer el cinismo y perspicacia con que la candidata a la vicepresidencia, Francia Márquez, desde acciones a sus espaldas, o el desconocimiento, justificó el hacerse a auxilios del estado, aprovecharse de los recursos previstos en la ley para los verdaderamente necesitados.

Cambio que aclaman los colombianos en la visión y construcción de país, políticas económicas y sociales, difícilmente se gestarán desde una corriente que hace campaña desde el resentimiento y el odio de clases. Adulación por el dinero, que exteriorizan los militantes del Pacto Histórico, es la golosina que atrae a quienes pretenden apropiarse de los recursos nacionales. Confluencia de intereses que se suman al nombre de Gustavo Petro siembra profundas dudas sobre la dinámica de la política, cambios radicales de parecer que tienen a Alfonso Prada y Katherine Miranda como jefes de debate de la campaña presidencial, traición de fracciones de los Verdes que abandonan la opción de centro y olvidan que, en el pasado, no muy lejano, tuvieron serias discrepancias con el “Sensei” de la izquierda. Disconformidad oportunista, poco coherente y más bien conveniente al momento de tomar decisiones, de quien llamaba al líder de los humanos inepto, mal administrador y corrupto.

Peligroso antecedente acompaña a Gustavo Petro en el ejercicio del poder, Alcaldía de Bogotá fue prueba fehaciente de una propuesta política que se caracteriza por la desfachatez y apropiarse de ideas, investigaciones y labores de otros, sin dar el mínimo crédito. Deuda pendiente del progresismo con la Capital son los mil jardines nuevos, la renovación del sistema de recolección de basuras, el cuidado de los dineros públicos, entre otros temas, que no pasaron de ser una promesa de campaña de quien hoy aspira a la presidencia de Colombia. Incapacidad gerencial, testaruda facultad de gestión, fue la que sumió a la Atenas Suramericana en la inseguridad, desempleo y caos que reinó de 2.012 a 2.015 en la improvisación constante de la administración bajo lo que se llamó la Bogotá Humana. Reflejo de un engaño populista de izquierda que captó la atención de miles de ciudadanos y hoy llama a prestar atención al ejercer el sagrado derecho al sufragio, pues está en juego el mantener fuera de peligro la democracia más antigua y estable del continente.

Polarización que es atizada por los extremos ideológicos se aviva con el odio y la mentira que se destila en los contenidos programáticos que, en esta campaña particularmente, cubren la ausencia de políticas y propuestas serias. Jurar sobre la Biblia, grabar en mármol o, ahora, firmar un documento autenticado en notaría son artimañas de astutos politiqueros que embaucan prometiendo lo imposible, se congracian con el pueblo en actos inocuos, y se burlan del constituyente primario luego de conseguir su objetivo. La doble moral de los progresistas los lleva a defender lo indefendible; el candidato presidencial, Gustavo Petro, y su fórmula vicepresidencial, Francia Márquez, con una estrategia sin sentido, buscan desde un pacto histriónico democratizar el odio, el dolor y la rabia que active una revolución juvenil que se convertirá en una bomba de tiempo que se les devolverá cuando no puedan responder a sus promesas con los subsidios del estado.

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