Y allí se conocieron los dueños originales del almacén que lleva ese nombre.

Sin mayores inversiones publicitarias, los clientes llegan básicamente por el voz a voz, por recomendación o porque pasan por ahí. “A nosotros nos llegan personas curiosas por conocer nuestros productos y ahí estamos para enseñarles a utilizar y explicarles como consumir los productos”, dice Ingrid Rettig, la gerente de Arflina quien, más allá de administrar el negocio, busca enseñar y ampliar el conocimiento gastronómico de los colombianos. Por eso dentro de las políticas de la empresa está que “si un cliente no conoce el producto, los vendedores lo destapan y se lo enseñan a consumir”.

Además se busca que quienes entren a la tienda prueben, lo admiren y sepan cómo consumir. “Es diferente que a uno lo persiga una mercaderista insistente a que un cliente se acerque a preguntar por el origen de un producto”.

Los artículos están organizados por categorías y su venta varía de acuerdo a la época del año. “De enero a octubre lo que más se vende son la charcutería y los quesos, seguidos por los chocolates y luego los  vinos. Y de ahí en adelante licores y rancho, que ya no son tan importantes para Arflina”.

Mientras tanto en diciembre la cosa cambia, pasando a ser los de mayor venta los licores y la salsamentaría, mientras los lácteos bajan. “En diciembre la gente se vuelve como loca comprando los productos alemanes y la marca propia de Arflina”.

Esta marca es la que más busca la gente. “No vendemos nuestros productos en otros supermercados o tiendas, y no tenemos una marca blanca, la de nosotros es de productos exclusivos”.

Al contrario de lo que ocurre en los supermercados y almacenes de cadena, los productos de Arflina son más costosos que los de la competencia, “Nosotros nos encargamos de buscar los mejores productos, para colocarles el nombre de Arflina”, dice la gerente, orgullosa de la calidad de cada alimento y bebida de su tienda.

La política de la tienda, que tiene dos sedes en Bogotá y una en el centro comercial de Fontanar, en Cajicá, es que hay que buscar los mejores productos con la calidad más alta, para que puedan ser parte de su inventario.

Lo más extraño que se vende son cierto tipo de licores, que por su precio y calidad no son de alta rotación. Mientras que otros productos que son más del gusto de los europeos, como el chucrut, no rotan tanto, pero tienen un público específico que los busca. “El eneldo y la sémola no se venden mucho, pero tienen un público especial. Como éstos, hay ciertos productos que solo los buscan clientes determinados, y que no se consigue en las grandes superficies”.

Hay que realizar un gran esfuerzo para lograr que los artículos lleguen a las góndolas de las tiendas. Por un lado los costos de transporte y la dificultad de traer los productos de los puertos hasta la capital. De otro lado hacer parte de los proveedores de Arflina requiere de un gran esfuerzo porque los artículos que mercadea la “delicatessen” (que traduce comida exquisita) son para un público exclusivo, lo que hace que su rotación no sea tan alta, por lo que los precios son más altos.

Por esta razón los clientes no reconocen la calidad y el esfuerzo de los productores y en muchos casos prefieren irse por lo más económico. Otra situación que genera incertidumbre son los paros, “ya que nuestros productos se quedan en el camino, entre el puerto y Bogotá. Tuve problema con nuestros proveedores, que no pudieron entregarnos la mercancía a tiempo. Tuvimos escases de mantequilla y de crema de leche”.

Arflina ha enseñado a los colombianos a comer jamones, quesos que no sean blancos, una variedad de salsamentaría, chocolate oscuro. “Hace una década era difícil encontrar a alguien que supiera valorar estos productos”, dice Ingrid Rettig, una colombiana de origen alemán, quien ha dedicado gran parte de su vida para que los colombianos conozcan y valoren los alimentos que hacen parte de la dieta de países con una gran tradición culinaria.

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