Precisamente, esa sociedad está llena de gente que se comporta como si fuera Dr. Jekyll y Mr. Hide, sostiene Juan David Ramírez Correa en su columna de El Colombiano, aludiendo a la novela de Robert Louis Stevenson (‘El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hide’), en la que de un hombre normal suele salir el más atroz criminal.

“En este lindo país miles se muestran como corderos pero por dentro tienen un lobo morboso, aberrado, grotesco y salvaje, capaz de hacer cualquier cosa”, lamenta Ramírez Correa, y recuerda los casos mediáticos de Javier Velasco, que violó, empaló y asesinó a Rosa Elvira Cely, y Luis Alfredo Garavito, que abusó y asesinó a varios niños.

“Estamos llenos [de] aberrados. Tipos que se muestran tiernos, dandis completos, ideales y soñados, escondiendo un instinto abusador necesario para saciar sus compulsiones”, agrega, y conmina a la justicia: “Una vez más, toca decir: llegó el momento de parar con esto y desenmascarar a esos Jekyll antes de que se conviertan en Mr. Hide. ¿Será que sí? Ojalá”.

Uribe Noguera es de esa clase de tipos “a los que la fortuna les ha sonreído”, agrega, por su parte, Reinaldo Spitaletta en su columna de El Espectador: “Abusan de su poder económico o de otra naturaleza, para cometer delitos, amparados en su posición social. Quizá creen, y la historia ha sido ilustradora en estos asuntos, que por ser ‘gente bien’ (?) están exentas de sospecha”.

Y critica que esa situación se ve favorecida con la actitud de algunos medios y columnistas. “Escuece y repugna la actitud de ciertos informativos que cuando se trata de asesinos de barrios populares o de veredas pobres, de inmediato saltan a la palestra con sus emisiones y escritos sanguinolentos. Pero si el asesino, o presunto asesino, es de clase alta, retardan las noticias. Se hacen los de la oreja mocha”, dice Spitaletta.

“Para los medios quizá no era posible que un arquitecto, egresado de la Javeriana, integrante de un clan de apelliditos con abolengo pudiera estar involucrado en una canallada como la descrita”, continúa Spitaletta, y recuerda cómo un columnista, que él denomina “de la oligarquía”, dijo que “la culpable de la situación era la droga ‘producida por los nuevos amigos de este gobierno’ […]. Según eso, […] Uribe Noguera […] era un ‘niño bien’, un alma de Dios, que el consumo de cocaína y guaro (bueno, digamos whisky para estar acorde con ciertos “refinamientos”) convirtió en un ‘monstruo’”.

A la crítica de los medios también se suma Javier Darío Restrepo en su columna de El Heraldo. Asegura que cuando apareció la foto de la captura de Uribe Noguera “hubo una cierta reacción de incredulidad y los medios de comunicación trataron de rodear ese nombre con velos protectores. ¿Cómo? Un arquitecto, procedente de una familia presuntamente respetable. Ese asombro no se habría dado si el asesino y violador hubiera sido un habitante de la calle o un drogadicto cualquiera. ¿Por qué?”.

El sonado crimen, según Restrepo removió muchos lugares comunes, como creer que esta clase de delitos solo ocurre en los más bajos niveles de la población, “una idea que parte de presupuestos como que la vida universitaria, el contacto con la ciencia y con gente de altos niveles logra erradicar lo instintivo y basto de la condición humana”.

Para él, esa es una idea “angelical” que desaparece frente a la realidad de “un arquitecto que ha permanecido bestia a pesar de su paso por la experiencia, supuestamente humanizadora de la universidad […] y del hogar”.

Restrepo cree que “los dos flamantes apellidos del asesino, por ley de contraste, ponen en evidencia el fracaso educativo del hogar”, y plantea una reflexión provocadora: “El fracaso se explica quizás porque hay una presión más fuerte. ¿Qué papel juega, por ejemplo, esa obsesión enfermiza por el sexo que se respira en los medios de comunicación, en la publicidad y en la vida social?”.

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