La situación de los exhabitantes de la calle del Bronx, en Bogotá, y la prohibición del burkini en algunas de Francia son dos de los temas más comentados.

“Debemos aprender a coexistir y reconocer a los habitantes de calle como ciudadanos con derechos y obligaciones”

Es lo que plantea Juan Pablo Ruiz Soto en su columna de El Espectador, a propósito de las personas que, según él, piensan que los habitantes de calle deben desaparecer.

Ruiz Soto, al respecto, comenta: “Los habitantes de calle existen en todas las ciudades del mundo: No desaparecerán”.

El columnista indica que el problema en Bogotá es complejo. Para demostrar esa complejidad, señala que lo que pasaba en el Bronx “había que romperlo”, pues allí las mafias estaban explotando a la población desprotegida. “Erradicar estas mafias es parte incuestionable de la tarea, pero desde luego es solo un paso en el camino”. Por eso, dice él, lo que sigue es aprender de lo que pasa en otras ciudades como Nueva York o Sao Paulo.

“Los habitantes de calle son ciudadanos con plenos derechos y son nuestros vecinos en la ciudad”

Mauricio Albarracín, también en El Espectador, plantea el mismo punto de Ruiz Soto y reconoce que era necesario intervenir la calle del Bronx. Pero critica al alcalde Enrique Peñalosa por lo que ha pasado después: “La preponderancia de una acción policial sin la debida planeación de la atención social de las personas que allí habitaban es un acto de improvisación digno de la administración de Petro”.

Albarracín se basa en una sentencia de la Corte Constitucional para argumentar que los habitantes de calle han sido excluidos y decir que por esa razón se necesitan políticas que respeten su dignidad humana.

Para resolver con éxito el problema del Bronx, debe haber interconexión entre las políticas económicas, sociales y de seguridad

Para la experta en estudios internacionales Arlene B. Tickner, Bogotá (y Colombia) debe aprender de las experiencias internacionales para solucionar la difícil situación de los exhabitantes del Bronx, teniendo en cuenta que así como hay población vulnerable afectada, también es evidente la influencia de las mafias.

Tickner, en El Espectador, dice que si las autoridades solo se enfocan en políticas represivas, incluso en casos en los que es necesario, será un esfuerzo insuficiente, pues si bien hay impacto inmediato en los índices de crimen, lo que sucede después es un desplazamiento del delito, la indigencia y la miseria, como en efecto está pasando.

“Pese a la supuesta experticia de la administración municipal, parecen repetirse las fórmulas erradas del pasado sin tener de presente algunas lecciones aprendidas alrededor del mundo. Éstas sugieren un equilibrio sano entre las medidas ‘duras’ y ‘blandas’ en aras de construir la regeneración en términos físicos y de la seguridad, con la consecuente recuperación del espacio público e impulso de actividades productivas”, comenta la analista.

No se puede asociar el uso del burkini a la libertad

La prenda que las mujeres musulmanas han vestido para ir a la playa sin descubrir sus cuerpos ha estado en el centro del debate en Europa debido a la prohibición de su uso en ciertos lugares de Francia y Alemania.

Algunos están en contra de la medida pues consideran que atenta contra la libertad. Sin embargo, de esa postura se aparta Irene Lozano, en el diario español El País. Lozano dice que la burka es “un evidente signo de opresión femenina” y que por eso su uso no se puede asociar con la libertad,..

“Resulta que sólo lo llevan las mujeres, mientras los hombres están libres de ello, incluso los más píos. Si sólo fuera religioso, se establecería para todos, como la obligación de rezar mirando a La Meca, que no distingue de sexos”, comenta la columnista.

“Creé el burkini para darles libertad a las mujeres, no para arrebatárselas”

Aheda Zanetti, creadora de esa prenda, escribe en The Guardian que el “burkini no simboliza el islam, sino el ocio y la felicidad y la forma física y la salud”.

Para ella, contrario a lo que dicen los políticos (hombres) franceses que lo prohibieron, el burkini les ha servido a las mujeres musulmanas para que puedan divertirse sin complejos. Hay que tener en cuenta que si bien para algunos es un símbolo de opresión, para varias musulmanas es importante cubrir su cuerpo.

Por eso, ella toma su propio ejemplo para defender el uso del burkini.

La primera vez [que nadé] en público […] fue absolutamente preciosa. Recuerdo el sentimiento de forma clara. Me sentí libre. Me sentí empoderada. Sentí que era dueña de la piscina”.

“Las tradiciones liberales de Francia no se verán favorecidas por la prohibición del burkini”

Es lo que plantea Will Hutton, en The Guardian. Para él, en la discusión sobre la burka y el burkini se debe tener en cuenta la identidad.

Hutton reconoce que hay opiniones que consideran que la burka, y por consiguiente, el burkini, es una prenda símbolo de la opresión, pero dice que la mejor forma para combatir la opresión no es la prohibición, sobre todo si se tiene en cuenta que en varios países de Europa está aumentando la asistencia a las mezquitas musulmanas y el uso de símbolos de identidad étnica y religiosa.

“La prohibición del burkini recuerda que cada cultura es una historia plena de detalles en mora de ser escuchada”

El Tiempo, en su editorial, también se mete en el debate sobre el burkini: “Lo cierto es que miles de musulmanas que apenas se atrevían a meter un pie en el océano, hoy, cuando el burkini cumple más de una década de proteger y liberar, han podido cruzar las playas y meterse al mar sin temor a ser condenadas por su religión, pero a cambio han tenido que soportar las miradas fijas y discriminatorias de los demás bañistas”.

Por esas miradas discriminatorias, recuerda el diario, es que varios sitios de Francia han decidido prohibir el burkini en sus playas. Esa restricción, sin embargo, ha hecho que las ventas de la prenda aumenten, dice El Tiempo, y se han generado manifestaciones de solidaridad hacia las mujeres que usan el burkini.

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