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Este artículo fue curado por Marizol Gómez   Feb 5, 2024 - 12:50 pm
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Los cerros orientales de Bogotá han estado en el centro de la atención mediática debido a los incendios recientes. Aunque las llamas ya fueron extinguidas, hay preocupación por especies de plantas invasoras.

Este fenómeno se relaciona directamente con la presencia de eucaliptos y pinos en la zona, planteando un desafío significativo para la preservación de estos cerros, que podrían fácilmente volver a ser víctimas de las llamas en cualquier momento.

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La historia revela que la intervención humana en estos cerros de Bogotá tiene raíces profundas. Desde la llegada de Europa y las dinámicas de colonización, los cerros orientales no solo se convirtieron en una frontera geográfica, sino también en una fuente de leña y materiales de construcción.

La colonización trajo consigo la destrucción del bosque nativo en 1520. Posteriormente, en 1855, se iniciaron las primeras reforestaciones, pero con árboles no nativos.

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La persistencia en la reforestación con pinos y eucaliptos continuó en 1930 y en 1940 la urbanización de los cerros representó un desafío ambiental.

En 1979, se declaró oficialmente a los cerros como área de conservación forestal, pero las políticas medioambientales mal aplicadas a lo largo de los años convirtieron estos cerros en un ecosistema problemático.

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La plantación de eucaliptos y pinos, en un intento por reforestar, se volvió una “bomba de tiempo”. Las especies foráneas introducidas provocaron impactos medioambientales negativos, alterando significativamente el característico paisaje del bosque altoandino en Bogotá.

Estos problemas medioambientales fueron consecuencia directa del desmesurado crecimiento poblacional del siglo XIX, época en la que los cerros tutelares fueron explotados hasta casi su agotamiento.

El resultado fue una transformación del paisaje, alejándolo de los ecosistemas propios de la región para adoptar características más afines a los bosques de Norteamérica o Europa.

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¿Hay una solución? Se requerirá una inversión sostenida en voluntad política, recursos económicos y una alta dosis de pedagogía social y científica para que los cerros orientales de Bogotá respiren algún día. La solución será un proceso de años, o incluso décadas, y su éxito dependerá del compromiso continuo de la sociedad y las autoridades.

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