Me quedo, me quedo contigo, querida Colombia
Cada vez que conozco un nuevo lugar en Colombia, definitivamente comprendo por qué los extranjeros se enamoran de nuestro país [...]
Recomendado del mes
Zuana Beach Resort Santa Marta
[…] Su originalidad. Sus cambios climáticos. Sus mares. Sus playas.
No serán todos de arena blanca ni limpios, pero sí son los que tienen los mejores anfitriones del mundo. Esta vez pisaba por primera vez tierra samaria, ciudad que vio nacer a grandes políticos, deportistas, cantantes, reinas y hasta a un famoso cura colombiano. La tierra de Carlos Vives, del Pie Valderrama y de Falcao García, la de Taliana Vargas y la del ex Padre Alberto Linero. El lugar, además, donde falleció el gran libertador Simón Bolívar.
Allí, llegué con la gran expectativa de encontrarme con una gran ciudad de hace mas de 490 años y con más de 500 mil habitantes que hoy, según una encuesta de la Revista Forbes, es una de las mejores ciudades del mundo con mayor opción para inversión en la playa, por la cantidad de espacios naturales de la ciudad.
Caso esperanzador pero también que choca con la cifra del aumento de pobreza extrema en esta ciudad: 74% en el año 2020. Pero no nos enfocaremos en este doloroso punto. Hablaremos de su preciosa gente.
En búsqueda de un lugar sagrado para descansar y disfrutar llegamos a Zuana Beach Resort Santa Marta. Buscábamos un lugar que lo tuviera todo: piscinas, playa, servicio de restaurante, diversión para adultos y para niños. Y, un lugar con espacios abiertos y que hiciera respetar las normas de bioseguridad.
Reservas con anterioridad para cumplir con el aforo estipulado, mesas distanciadas perfectamente, ascensores con solo 4 personas por máximo, dispensadores de alcohol y gel y demarcaciones que invitan a respetar la estadía del otro.
Me sorprende cómo en realidad los seres humanos tenemos la capacidad de reinventarnos y de sacar provecho a la adversidad. Las empresas están saliendo de la gran crisis que ha dejado la pandemia. Con muchos esfuerzos económicos, pero con todo un personal comprometido.
Descubrí allí samarios entregados, amables, calurosos, atentos. Unos samarios trabajadores donde el vigilante, el recepcionista, la camarera, el mesero, los cocineros y los administrativos están empecinados en prestar el mejor servicio al cliente.
Empleados impecables con vestidos tropicales que animan la estadía del cliente. Palomas vecinas que se hacen las invitadas en las mesas. Abuelos corriendo detrás de sus nietos. Papás que disfrutan de un abrazo y de su tiempo. Niños, niños que volvieron a ser niños, a sentirse libres, tras una situación externa que los alejó de una normalidad.
Días de diversión
Iniciamos el día con un precioso despertar sonoro, donde las olas del mar son las gallinas del campo. Donde no hay pájaros cantores, sino voces marinas.
Una hora de ejercicio en el gimnasio de este hotel y después, un recargue de calorías con sabores tradicionales de esa tierra: bollos con queso costeño, caldo de pescado, arepa de huevo, jugo de corozo, cayeye (puré de plátano verde con queso rayado), fruta para la digestión y te, chocolate o café.
Clases de diversión bajo el agua para adultos, rumba al aire libre, piña colada sin licor o una margarita en pleno sol caribeño, mientras se contemplan frondosas palmeras con nidos de pájaros samarios.
Un año sin visitar una piscina. Entonces, a sacarle el mejor provecho. Diez jacuzzis y seis piscinas a nuestra disposición; rodaderos y un Parque acuático infantil para explotar hasta que la misma agua se hastiara de nosotros.
Sonrisas a punta de burbujas de agua, nuevos descubrimientos acuáticos, avances en el dominio de la natación, carcajadas en los rodaderos y de nuevo días enteros compartidos en familia.
¡Ah! Cómo somos de bendecidos quienes aún tenemos la oportunidad de vivir. Y no lo digo por el paradisiaco lugar que visitábamos, sino por el privilegio de poderlo compartir con quienes amamos. Presenciar el amor de un hogar en primer plano es una bendición y una decisión.
Y ahí, en esa agua dulce y marina, vi de nuevo la alegría de mi corazón. Mis niños volvieron a acariciar la amistad, sonrieron con chicos de su edad, se arroparon con el sol y se vistieron con tela arenosa mientras se enterraban de lleno en la playa.
Lugares cómplices de días donde se recuperó la niñez, la motricidad al aire libre, la socialización, el movimiento corporal y hasta la digestión, por la gran terapia de risa. Donde el cuerpo sudó, eliminó toxinas, se recargó de energía solar y el corazón se fortaleció.
Y ahí, los huéspedes con sus máscaras (niños, jóvenes y adultos) entendimos que a esta vida hay que echarle gramos de seguridad, kilos de alegría y toneladas de fortaleza para poder continuar. Cada día, sin temor, pero con responsabilidad, disfrutándolo como si fuera el último, con el anhelo de que sean cientos de más, pero con la razón de no saberlo a ciencia cierta.
Y ahí seguíamos. Estiramos los segundos para que fueran interminables. Al fondo, una playa que llama la brisa. Un mar consolado por sol y acompañado, de nuevo, de nuestra gente colombiana.
Empleados cubiertos de pies a cabeza con ropajes y hasta su boca, (con el tapabocas) para ofrecer pulseras, collares de perlas, mochilas, coco loco, camarones con galletas de soda, mango biche, flotadores, viajes a otras playas y hasta trencitas y masajes. Masajes que prometen un fabuloso descanso o, de lo contrario, el reembolso del dinero.
Pero eso también hace parte de lo que somos, de lo que necesitamos. Del colombiano rebuscador, del colombiano luchador, esperanzador. Del colombiano fuerte que vive del día a día, del que no alcanza a ahorrar, sino a sobrevivir. Del que dedica horas enteras a conquistar el ojo de algún comprador.
Hora de sabores exóticos caribeños: cazuela de mariscos, picada de róbalo, arroces cremosos de camarones y la infaltable cocada de playa. Mejor dicho, obligatorio llegar allí con un hambre como la del mososaurio.
Los platos imperdibles con sabores exóticos del Caribe son la Picada de Róbalo, la Cazuela de Mariscos y el Arroz Cremoso de Camarones.
Se acerca el atardecer y la arena debe volver a su lugar de origen. La luna dará comienzo a una noche de diversión. Cena con música en vivo y, después, juegos familiares en la bolera. Máquinas de pacman, carreras de carros y una exquisita malteada con pizza.
De remate, un atardecer que recuerda que nuestra amada Colombia tiene mucho por disfrutar, pero mucho más por cuidar. Dejamos risas, ojos enrojecidos de tanta piscina, pájaros alimentados y palomas antojadas. Hicimos nuevos amigos. Literalmente nos tomamos el sol. Nos abrazamos. Nos besamos y nos despedimos de unas vacaciones merecidas y esperanzadoras para recargar baterías y empezar el nuevo año escolar.
Al finalizar el viaje, una carta escrita a mano por parte de la camarera alegrándose por haber tenido el placer de atendernos. Un centenar de empleados despidiendo a sus visitantes y un mar, un hermoso Mar Caribe que acoge a una santa. A su amada Santa Marta.
Para ver más fotografías de esta experiencia, diríjase a @montorferreira en Instagram.
Fotografías: Tomadas por Memories LT, una empresa encargada de capturar los mejores momentos de sus vacaciones y están en diferentes hoteles de Santa Marta y Cartagena.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
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