Transmilenio, un laboratorio de movilidad con millones de ratones

Nación
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La eliminación de las anteriores rutas fáciles produjo como efecto el aumento de trasbordos y más congestión.

Desde el pasado 17 de junio entró en vigencia la última chambonada de la alcaldía de Bogotá para Transmilenio: eliminar todas las rutas fáciles que recorrían a diario trayectos de portal a portal y ayudaban en algo con el caótico e insostenible panorama de un sistema que ya no soporta más remiendos.

Pocos días han sido suficientes para determinar que el supuesto cambio, que en teoría le daría un respiro al atestado transporte público que los capitalinos sufren, no fue sino una improvisación disfrazada de estudio serio, como esos títulos embolatados que el alcalde tiene.

Soy usuario frecuente de Transmilenio desde que el año pasado hurtaron la motocicleta en la que me movilizaba, pero lo conozco y utilizo desde su misma creación, cuando viajar en él no era un calvario en el que se pierde la paciencia, el celular y hasta la dignidad.

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En principio la gerencia de Transmilenio decidió eliminar las rutas fáciles, es decir las que paran en todas las estaciones de su recorrido desde un portal hasta otro, y reemplazarlas por “otras” que también pararían en todas las estaciones pero no irían de punta a punta sino que tendrían retorno en lugares determinados de la ciudad, obligando así al usuario a planear su viaje, eufemismo que significa realizar más trasbordos.

Transmilenio anunció que la eliminación de las rutas antiguas iba a ser compensada con mayor frecuencia en las rutas que quedaban, pero como el papel y la publicidad lo aguantan todo, esto se quedó solamente en el aire ya que la realidad es diferente, y lo digo con conocimiento de causa ya que he sido uno de los millones de afectados con las demoras en los articulados supuestamente más frecuentes de este enorme experimento de movilidad donde todos los usuarios somos ratones de laboratorio.

Desde la experiencia personal, los trayectos que realizaba antes del dichoso cambio duraban alrededor de una hora (entre la estación Policarpa sobre la carrera décima al sur, y la calle 78 con carrera séptima al norte), y no me era necesario realizar los traumatizantes trasbordos que ralentizan el tráfico de los articulados y atestan las estaciones donde hay que hacerlos.

Hoy en el mismo trayecto me demoro 25 minutos más.

Ahora cualquier persona que quiera realizar un recorrido como el que describo anteriormente, debe abordar una de las nuevas rutas fáciles que van desde el portal 20 de Julio, hasta la estación subterránea del Museo Nacional, solamente 7.7 kilómetros de recorrido en una zona de la ciudad que es densamente poblada y claramente requiere rutas, que en lugar de generar trabas y trancones al exterior e interior de las estaciones, flexibilicen la forma en la que los usuarios se mueven y no sea simplemente que estos deban madrugar más de lo que ya lo hacen para poder compensar las pérdidas de tiempo que los trasbordos traen.

Después bajarse de la nueva ruta fácil, el usuario debe agolparse como ganado en una de las destrozadas puertas de la estación para esperar el bus en el que seguirá su camino hacia el norte de la ciudad. Este escenario es vivido por miles de personas que no dan abasto al área con que cuenta la estación para la circulación de quienes transitan dentro de ella.

Este escenario se repite en todas las estaciones donde se deben hacer los nuevos trasbordos, convirtiéndolas en improvisados y diminutos portales que como las cárceles colombianas, reciben mucha más gente de la que pueden soportar.

Esta es la manera en que el sistema Transmilenio se renueva, incrementando los precios de manera arbitraria y eliminando rutas legendarias que desintoxicaron un poco la toxicidad de este modelo de transporte masivo inhumano.

Para mí esto no es otra cosa que un negocio redondo para transmilenio, dejar de movilizar muchos buses rojos para ahorrarle así a sus dueños miles de millones de pesos y que el pueblo vea como se acomoda en lo que hay, que sean siempre los usuarios los que deban adaptarse a los cambios y no viceversa como debería ser en una sociedad justa con las mayorías.

Transmilenio se mueve, ¿pero para dónde?, ese es el nombre de este experimento de movilidad que terminará por sepultar la pizca de esperanza que tenían los usuarios de ver un sistema renovado de verdad.

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