Enamorarse por Tinder es posible
Dos casos de amores encontrados en esta app me han enseñado a apostar por el amor y no por la belleza
Hoy traigo buenas noticias. Sí es posible encontrar el amor por Tinder.
Voy a contar mi experiencia personal, algo que quizá, a más de uno le pueda ayudar a seguir confiando en el amor que se pueden topar en las aplicaciones de citas.
Estaba en una relación tremenda. Dolorosa, dura y conflictiva. Tenía un novio muy guapo (quizá esto es importante mencionarlo, pues me dejó ciega por su belleza y esto es un problema), un mentiroso compulsivo que me hacía llorar y que me mantenía la cabeza abarrotada de problemas, deudas, faltas de compromiso y promesas incumplidas. Un manipulador que encima tenía múltiples adicciones y que me dejó el corazón pelado después de casi un año de desencuentros.
Para dar fin a este calvario, tomé las riendas de mi corazón y corté por lo sano. Bloqueé su teléfono y dejé de hablar con él después de que le mandé un mensaje con todas las explicaciones que validaban mi decisión.
Lo cierto es que me quedé soltera. Como tantos de ustedes que vienen a mí preguntándome qué hacer para volver a encontrar a alguien especial.
Abrí de nuevo mi perfil de Tinder, que estaba desactivado desde hacía años, y me planteé responder los mensajes que iban llegando como misiles a mi teléfono.
Uno de ellos me insultó y me dijo unas cosas horrendas. Me pareció espantoso que alguien quisiera hacer daño de esta forma tan gratuita. Pensé en cerrar la app. Pero después, me permití dejarla y esperar a ver qué otras personas podrían tener algo en común conmigo, o con los datos que yo compartí en la app.
Dos chicos llamaron mi atención. Uno era muy guapo. Quedé con él y sí: era un bomboncito de 50 años, tipo italiano, bronceado, con su moto de soltero, con su vida de soltero y con su amor por seguir estándolo. Descartado por esta razón, le di la oportunidad a otro chico que me escribió y me dijo que tenía ganas de conocerme.
Esta vez lo haré distinto, me dije. Quedamos en una exposición de arte, fuimos a ver a Magritte en el museo Thyssen. Me pareció que éste podía ser un comienzo algo inusual para una cita, quizá más exigente que eso de quedar en una cafetería o en un parque. Si el hombre iba al museo quería decir varias cosas en una. Que le gustaba el arte, que estaba dispuesto a algo más que hablar del clima, y que tenía tiempo para mí y para nuestros gustos en común.
Esa noche llovía a cántaro herido. Ninguno tenía paraguas y compramos uno en el museo para poder escapar. Nos sentamos en un bar y nos pedimos un vino. Teníamos las manos heladas y supe que esas manos me despertaban curiosidad, así como ese hombre que respondía a mi memorial de preguntas que compartí sin vergüenza. Como yo no quería toparme con un segundo A (llamaré así al novio horrendo que había tenido hasta entonces) le quise preguntar a S si él era responsable. Si él tenía las cosas claras, y también, ya de paso, si él estaba buscando pareja o si sólo quería salir por diversión.
Como supe que él también quería algo especial para su corazón, mi mente empezó a navegar por la suya. Es algo que me gusta y que al mismo tiempo me permite apostar por si habrá compatibilidad, o si tendremos que ir ajustando nuestras cargas diariamente.
Por fortuna a S le fluía todo de una forma muy natural. Muy como lo que yo internamente estaba esperando hacía años y que no había encontrado.
Creo que, si yo estaba mal emparejada, se debía a que había seleccionado a un hombre precioso, enfundado en ropa de marca, pero sin mayores atributos que una boca bonita y un pecho fuerte y torneado. Por ese camino por el que iba, yo no iba a encontrar más que decepción, pues no supe medir la compatibilidad como tenía que haberlo hecho. Ya no me fustigo por eso, por el contrario, doy las gracias a A porque gracias a él, el camino quedó despejado para que S entrara, y yo pudiera ver sus dones, su romanticismo, sus detalles, sus ganas de amar y de conectar en un nivel más profundo conmigo.
Volvimos a salir y la cosa todavía mejoró más. Compartíamos puntos de vista similares para asuntos importantes, aunque también nos dimos cuenta de que teníamos opiniones dispares a la hora de ver la política. Esto tiene salvación. Tiene arreglo porque ni él ni yo somos políticos, ni estamos aquí para mejorar las decisiones de los gobiernos. Tiene arreglo porque somos tolerantes y esto es lo que importa.
Físicamente sí que nos atraemos, pero esto no lo es todo.
Nos gustamos por dentro, por la forma como entendemos al otro, como respetamos lo que dice y hace, y esto es lo que mi corazón estaba pidiendo al cielo.
Muchas veces hice listas con lo que mi amor deseaba. No creo en las medias naranjas, no hablo de almas gemelas, lo que sí quiero es un complemento para la mía. Una persona responsable, con la cabeza amoblada, con un pensamiento propio y con ganas de ser feliz a mi lado. Con ganas de ser mejor a mi lado, con ganas de que yo sea mejor a su lado.
Esto lo encuentro en S. Cada vez que hablo con él me siento plenamente escuchada, plenamente atendida y sin necesidad de estar explicándome todo el tiempo. Él es de un sitio y yo de otro, él tiene casi 48 años y yo 43, a él le gusta “El amor en los tiempos del cólera” y a mí también. Ambos dormimos en nuestras casas con perros, ambos queremos despertar por la mañana y sentirnos bien, haciendo del día un motivo para conocernos mejor, para escucharnos y para darnos atención.
Recuerdo que algún día intenté amar con todas mis fuerzas a A, pero es que A no estaba en la misma liga que yo.
En su caso, a A le quedan muchas horas de vuelo para compartir, para ser generoso, para entender que el amor es una entrega de dos vías, y no un acto por el que uno recibe y recibe y el otro solo entrega en un acto de mamertez absoluta.
Con S los días son mejores. Las noches son cortas. Tenemos planes, los hacemos, los disfrutamos con frío, con lluvia y hasta con nieve.
Sé que he comparado a dos amores, y sé que esto tiene que ver con Tinder. Pues aquí va la otra noticia: ¡tanto A como S salieron de Tinder! Pero mientras el primero me estaba llevando por los caminos de la amargura y me estaba dejando espachurrado mi corazón (y mi billetera), S es un abanico de posibilidad. Es un nuevo orden de mi mundo y me alegra el alma de una forma que no había sentido en mi vida adulta. Voy despacio con él, no hago promesas de amor que no sé si podré cumplir, disfruto de sus horas a mi lado, de sus fotos, de sus historias y de sus cuentos. Me enamoro cada día más de él porque esto es lo que pasa cuando el corazón se abre.
Así que sí. Por Tinder se puede encontrar la bancarrota amorosa y también se puede encontrar el billete más preciado para amar y ser amada hasta la médula. Es cuestión de saber elegir, y cómo no, de saber esperar por la hora perfecta.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
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