Dios creó al peatón y el hombre al carro

Salud y Bienestar
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El ciudadano de a pie aleja de su vida al médico y al psiquiatra por algunos años más que los precarios sedentarios

Sin mayores opciones la gente pasa cada vez más tiempo frente a los televisores mirando casi siempre lo mismo con una oferta frívola y enfermiza.

Un atentado contra la inteligencia humana que hace seres sedentarios, lentos y mediocres. Y obviamente con alto riesgo de infarto temprano. La mayoría de personas, de forma lamentable, prefieren alejarse de un rol de caminantes (su expresión más natural), dado que no existen garantías fundamentales para un desplazamiento digno en la mayoría de ciudades o entornos urbanos.

La escasa seguridad, por ejemplo, no permite tantas veces que trayectos cortos sean hechos con la libertad del viandante. La mayoría no saben que el ciudadano de a pie aleja de su vida al médico y al psiquiatra por algunos años más que los precarios sedentarios, lo cual conlleva enormes beneficios para el bienestar, el bolsillo y para el alma.

Los políticos y dirigentes no son conscientes que de seguir con esos modelos de ciudad pronto habrá más cementerios llenos que electores. Les cuesta aún trabajo aceptar que la esencia de una sociedad es el ciudadano peatón y que requiere las mejores garantías que solo se ven en ciudades a escala humana y posmodernas.

Pero hablamos de aquel ser que camina por gusto, por compromiso de vida, por salud, por naturaleza; no por una necesidad irremediable. Aquel que se ve forzado u obligado a caminar buenos trechos, diríamos que deja de ser un peatón legítimo y genuino para convertirse en un “pelagatos” sin automóvil en una sociedad arribista, o lo que es peor, en un paria sin dinero ni para un pasaje de bus.

Para una ciudad anatómica y digna, hecha a la medida de la gente, de su majestad el peatón, se requieren unas condiciones mínimas. Los caminantes queremos cruzarnos sin tener que ponernos de perfil, queremos andar de la mano de nuestros niños, llevar bultos sin miedo a tropezar con otros y pararnos a hablar con un amigo sin ser obstáculo para nadie.

Todo eso requiere más espacio que el estricto para la circulación mecánica de unos elementos llamados personas. Tampoco queremos ciclistas y motociclistas amenazantes e intolerantes como muchos los hay hoy. Queremos convivir con todos de forma armónica, pero con la prelación que merece el inerme viandante de cualquier condición sea.

Las calles no son solo para caminar, son lugar de encuentro y relación y, por tanto requieren anchuras atractivas. El espacio mínimo necesario para el cruce de dos parejas de peatones ronda los tres metros, solo por mencionar andenes.

Pero en nuestras ciudades ¿hasta dónde se cumple este parámetro básico? Y mucho menos otras condiciones dignas como la señalización, el mobiliario, el arbolado, la iluminación, la supresión de barreras arquitectónicas, la seguridad, etc. Sin menoscabo de las generosas calzadas peatonales en áreas medulares y centrales.

Y ni qué decir de los mal llamados puentes peatonales, que se hicieron más para facilitar el desplazamiento de los autos y para complicar la vida de los peatones que ven obligados a sobre esfuerzos y a cubrir mayores distancias; para que los señores motoristas vayan más rápido, con mayor riesgo de accidentes e incrementando generosamente la contaminación. Esa es una historia aparte para analizar con detenimiento.

Y finalmente según la biblia, Dios creó al peatón y el hombre al carro. Y según Borges apareció el chofer “Homo brutus” que odia al “Homo sapiens” ese ser peatón, que perece hecho pobre en una bocacalle, en una gran avenida, donde hoy ya solo quedan sus trozos.

Es el desafortunado riesgo que al menos en nuestras ciudades sin política pública seria, sincera y generosa para el viandante, tenemos todos los días. El culto al auto sigue mandando en occidente, es la hora de tomar el toro por los cuernos con una verdadera política pública peatonal.

Apostilla: En este video un gran ejemplo a seguir para nuestras ciudades y SIN MIEDO. Puede verse el efecto transformador de una ciudad holandesa posmoderna cuando se prioriza al ser humano en el espacio público. Cerró el sector histórico al tráfico motorizado.

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