Aprendiendo a dejar

Nos aferramos a una flor marchita y a un poema de antaño. Nos aferramos a un dolor o a una alegría que creemos irrepetible, irremplazable. Inigualable.

Nos aferramos, incluso, al pesimismo vanguardista que empaña no el futuro, sino ese presente viviente. Y entonces, olvidamos que dejar también es importante. Que dejar ayuda a sanar, a desintoxicar, a perdonar. A volver, a reiniciar, a reprogramar.

Por eso, aprende a dejar.

Deja de insistir donde no hay respuesta.

Deja de esperar en sillas ocupadas.

Deja de esperanzarte en los demás.

Deja de pedir con las manos cerradas.

Deja de buscar lo que no muestra tu corazón.

Deja de hacer lo que hace feliz al otro.

Deja de siempre decir sí.

Deja de excusarte para no hacerlo.

Deja de quejarte.

Deja de caminar por donde ya otros lo han hecho.

Deja de postergar tus anhelos.

Deja de criticar tu cuerpo.

Deja de esperar la hora exacta.

Deja de prometerte.

Deja de esperar hasta el atardecer.

Deja de cargar con dolores.

Deja de buscar donde ya no hay explicación.

Deja de reprochar tu pasado.

Deja de esperar la aceptación del otro.

Deja de callar.

Deja de suponer que pensarlo es también decirlo.

Deja de aparentar lo que no es eres.

Deja de causar lástima.

Deja. Atrévete a dejar, a cambiar lo que no ilumina, a potenciar lo que sabes, a aprender lo que desconoces, a enterrar lo que te aflige.

El dejar permite mirarnos, reclamarnos, motivarnos y prepararnos para comprender que el futuro es más presente que próximo. Te ayudará a no esperar siempre una respuesta, a disfrutar de un atardecer sin esperar que sea anaranjado; a deleitarse con una natilla, sin ser diciembre; a saborear el frío sin menospreciarlo.

Da el paso, como las animales voladores, y deja, recordando siempre que lo importante no es llegar, sino mantenerse a lo largo del camino.

¿Y tú, qué vas a dejar?

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.