Por: El Colombiano

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Este artículo fue curado por Santiago Buenaventura   Dic 26, 2023 - 9:18 pm
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En el mismo lugar de siempre, en la esquina de La Playa con la Calle Córdoba, al frente del edificio de Bellas Artes, la tradicional taberna Diógenes reabrió sus puertas hace poco más de una semana. El lugar, un templo de la salsa, el son cubano y el bolero en el centro de la ciudad del perreo y la guaracha, había cerrado en marzo del 2020 con la pandemia del COVID a cuestas.

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La noticia de la reapertura tiene conmovidos a los melómanos, escritores, poetas y académicos que pasaron buena parte de los 80 y los 90 en esa esquina pasando con aguardiente los temas de la Sonora Matancera o de Cheo Feliciano con la compañía siempre de Omaira Rivera, la dueña de la taberna.

Omaira fue quizás una de las figuras más importantes de la industria musical en la ciudad durante esas décadas. Coleccionaba LPs y CDs como nadie, armaba clubes en honor a las orquestas de salsa y son que más le gustaban, organizaba conversatorios y tertulias musicales. Presentaba programas de música antillana en Latina Stéreo y Radio Bolivariana donde hoy, a 16 años de su muerte, todavía repiten de vez en cuando algunos de sus programas en las madrugadas.

Omaira compró el bar, que ya tenía el nombre del filósofo griego que vivió y murió como un perro callejero, a mediados de los 80, después de haber vivido un par de años en Pasto, donde también montó un bar.

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El lugar, famoso por sus luces de neón, su pequeña barra de madera y un aura oscuro y bohemio, se convirtió en un sitio de encuentro de estudiantes y jóvenes con algún gusto o curiosidad por la cultura cubana. “Allá nos encontrábamos todos cuando La Playa era un sitio importante de la ciudad”, recuerda el profesor y escritor Reinaldo Spitaletta, uno de los primeros en celebrar el regreso del bar por redes sociales.

El lugar también fue durante años el lugar de encuentro de artistas criollos, como Cristina Toro, del Águila Descalza, que durante los años gloriosos del bar se hizo amiga de Omaira que, según los testimonios de los clientes vieja guardia, era el principal atractivo del bar. La propuesta de valor única, como diría algún experto en estrategia empresarial.

De hecho, la semana en la que murió en septiembre del 2007, tenía programada una charla sobre el artista cubano Dámaso Pérez Prado en el museo del Águila Descalza.

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Omaira no se casó ni tuvo hijos. Su gran y único amor, cuentan quienes la conocieron, fue Daniel Santos, el músico puertorriqueño de quien tenía toda su colección discográfica y a quien le alcanzó a declarar su amor en alguna carta en vida.

“La Esquina de Diógenes se quedó sin su musa y Daniel Santos sin su seguidora número uno. Omaira Rivera, la señora de los boleros, los tangos y los mambos, falleció anoche luego de que el viernes pasado fuera internada de urgencias en la Clínica Medellín por un ataque al corazón”. Así reseñó Latina Stéreo la muerte de Rivera.

Tras su fallecimiento, el bar quedó en manos de su hermana Marta Cecilia y de su sobrino Juan Esteban, que es quien ahora se echó al hombro el legado de su tía y en compañía de su pareja y tres amigos puso la plata y el “know how” (así dice él, que se graduó de administración de empresas) para volver a abrir el bar.

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Marta y Juan cerraron el bar en marzo del 2020, cuando el rumor de la pandemia ya era inminente, sumado a que el negocio venía de capa caída por cuenta de las obras de ampliaciones viales y peatonales del sector. “Abríamos y teníamos una retroexcavadora al lado”, recuerda Juan, quien iba a Diógenes desde que era un niño a lavar los vasos. Los más de 15.000 long plays y 5.000 CDs que dejó Omaira quedaron guardados en Manrique, en la habitación más grande de la casa de la abuela de Juan.

Tras el cierre, Juan quedó con la sensación de estar en deuda con su tía, y con la intención de pagarla, ya había empezado a buscar un lugar para volver a poner a Diógenes a bailar son, pero nada de lo que veía lo convencía. Por una bella coincidencia en medio de esa búsqueda se dio cuenta de que el local donde su tía había atendido durante más de dos décadas a los melómanos y románticos del Centro, donde él mismo escuchó sus primeros boleros, estaba disponible porque el par de bares que pusieron ahí tras la pandemia no dieron pie con bola.

Con la ayuda de su pareja y sus socios, Juan Esteban espera pagar con creces la deuda de Omaira y volver a convertir a la esquina de Diógenes en un culto a la música tropical y a la música cubana, recuperar a los viejos clientes y conquistar nuevos, pero también tiene la ilusión de que más que un lugar para bailar y beber, la taberna de Diógenes se convierta en un lugar de encuentro para hablar de música y de amores y desamores, que casi siempre son la misma cosa.

El local, que ya tiene instaladas una barra de madera y unas luces de neón como el negocio original, tiene también una cuadro con el retrato de Omaira, que parece estar siempre pendiente de que la música no desentone. No hubo apertura oficial, pues los nostálgicos no dejaron. A comienzos de diciembre, y en medio de las reparaciones, Juan Esteban sacó las sillas y las mesas para tomar unas fotos y hacer alguna campaña de expectativa en redes, pero no fue necesario. Ese mismo día la gente pasó y con el letrero fue suficiente para sentarse y pedir una canción. Entre los salseros de vieja data en Medellín, Diógenes no necesita presentación ni mucho menos campaña de expectativa.

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