En medio de un diluvio intermitente que lo inunda todo y un virus respiratorio mortal que está causando gran parte de la ruina económica y moral del mundo, no podemos escapar de las aburridas campañas presidenciales que hemos vivido durante los últimos 720 días.

No se podría enumerar la andanada de mensajes amenazantes, asombrosos y si se quiere divertidos con la idea de gobernar el país y con el sofisma de un futuro mejor en este presente un tanto gris.

La campaña, gracias a Dios, al fin ha terminado. Supongo que compartes conmigo que resultó más larga que una semana sin agua y peor de lo que nadie hubiera podido imaginar.

Una cruzada que se sintió más interminable, básicamente, porque parte desde que termina la última cita a las urnas que fue la de alcaldes y gobernadores en 2019, y al mismo tiempo que las de Congreso. Eso quiere decir que vivimos en función de la democracia.

Elección de candidatos que ahora se hacen en las redes sociales y con mensajes personalizados según las necesidades del paciente, y sus gustos, algo que hace 10 años era una utopía.

Ahora el algoritmo conoce, con precisión matemática, en un formato binario los gustos, necesidades y miedos de los electores. En otras palabras, puede acertar qué decisiones vas a tomar con la precisión de un relojero e incluso predecir tu voto antes de que lo hayas pensado.

Y aunque el tema parece impersonal y frío, el componente emocional, el calor en esto, sigue jugando el 90 por ciento en cualquier decisión.

Es algo que tiene que ver con la confianza. Por ejemplo, si bien las aplicaciones que juntan parejas, bajo la promesa de encontrar su media naranja, se ufanan de presentar un nutrido menú y un mapa de al menos 10 personas con las que podrías emparejar, resulta que, si no hay empatía a un nivel difícil de comprender, no habrá una posible relación.

En otras palabras, hay algo que el algoritmo aún no puede definir y que con dificultad podrá lograr. Que le gustes a la persona y ella a ti.

Ahora vivimos en el régimen de la información, que como bien lo define el filósofo alemán de origen surcoreano Byung Chul Han: “es aquella forma de dominio, la actual, en la que la información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos.”

Así que no olviden que elegimos presidente en un reality show de redes y medios tradicionales, como El Gran Hermano.

Fue una puesta en escena diaria, incansable e ininterrumpida, en la que se utilizaron todo tipo de estrategias. Algunas mejores, otras extremadamente sucias y viejos y repetidos trucos que siempre se han usado.

Sería bueno aclarar que la política desde siempre ha sido así, desde los griegos y luego los romanos. Si quieres entender mejor mira una serie excelente llamada: “Roma” de 2006 en HBO. Aclamada y premiada, pero sobre todo ilustrativa de dónde viene y cómo se hace la política aquí y en la Luna.

Desde los primeros hombres, que se la inventaron y la usaron como una forma de organizar los asuntos en el manejo del Estado, la bandera a enarbolar de un “cambio” ha sido reivindicada a su turno por cualquiera que aspira a un cargo de elección.

Y cuando hablan de “cambio”, se olvidan que antes que ellos, otros candidatos también dijeron lo mismo.

Hasta el día de hoy no se recuerda a ningún político que haya sido elegido con un discurso en el que alude, que, de ser elegido, pretende hacerse fabulosamente rico junto a su familia y amigos, mientras los niños pobres no tienen escuela, ni comida porque él y su combo se va a robar los recursos destinados a esto. O a la salud.

Repasemos lo más representativo de nuestros candidatos y lo que nos dejaron.

Fajardo dijo que él era el más honesto frente al espejo. Y que los demás no le daban la altura ni moral ni intelectual. Un elevado nivel de perfección propia de un profesor de matemáticas de otro nivel.

Gutiérrez, Fico, porque así quería llamarse si hubiera sido presidente, nunca supimos lo que proponía, aunque tenía un programa extenso y elevados gastos de campaña.

Increíblemente, obtuvo 5 millones de votos en la primera vuelta. Siempre que les pregunté a mis amigos que lo preferían, ¿por qué votaban por él? Pocos pudieron responder algo simple o desconocían al menos una de sus propuestas.

Hernández, de 78 años, es acusado de corrupción por la Fiscalía general de la Nación que deberá demostrar con las pruebas que tiene y ya conoce la defensa, sobre un turbio incidente con las basuras de Bucaramanga.

Afortunadamente para su hijo, su esposa, varios de los contratistas y algunos funcionarios involucrados en la elaboración y la licitación, el ambicioso proyecto no se pudo llevar a cabo.

Sin embargo, ante el tribunal que le toque defenderse de ser presidente o Congresista, la discusión jurídica será sobre sí se cometieron o no delitos.

En cualquier caso, le va costar, de ser presidente, una extorsión que no podrá negarse a pagar. Es decir, la popular mermelada, o lo que antes llamaban aceitar el Congreso y algunos magistrados, para que lo dejen gobernar.

A pesar de ello, por muchísimo menos, gente inocente y funcionarios honestos y comprometidos purgaron injustos carcelazos.

El orgulloso santandereano llegó a la votación final dejando atrás a muy buenos candidatos, sin problemas, con una sola y única propuesta: acabar con la corrupción. ¡Vaya paradoja!

Y luego está la premier de “Petro III”. La tercera y última entrega de la saga: “Me llamó Gustavo Petro y quiero ser su presidente”

En esta última película se le vio al protagonista muy combativo. Se vio un Petro al que los años le han pasado factura, y se mostraba algo más silencioso, ensimismado, y con ínfulas de gran gladiador.

Como dice en su libro, recargó baterías en el Congreso al que llegó por la ley de oposición y ocho millones de votos de respaldo, que por primera vez le entregaba una curul en el senado al perdedor de la segunda vuelta presidencial de 2018.

Durante los dos primeros años pudo luchar, precisamente, la supremacía política y un lugar en la historia a su archienemigo, Álvaro Uribe, el senador más votado de todos los tiempos.

Fue esa pelea de pesos pesados, que a la postre, lo beneficiaría para lograr un mejor lugar en el tablero y una valoración diferente entre sus oponentes y sus muchos malquerientes.

Ese PETRO III se parece más al establecimiento, que el viejo Petro I, que gritaba a los cuatro vientos que lo odiaba.

En esta última versión de Petro, él recoge sus ideas de lucha y ofrece un menú variado con su propia cosecha para la solución a los problemas del país. Ideas que no logran ningún consenso.

Este nuevo film tenía la receta del éxito, lo que se pide en el manual: escribió un libro, hizo un documental de su vida, usó las redes y sus barras bravas para masificar sus peleas y sus ideas.

Puso a su mujer e hijos a hacer campaña con él, firmó en una notaría que no expropiará a nadie o llamó a los cristianos y les dijo que no los molestaría.

Hizo todo lo humanamente posible para ganar. No dejó nada a la suerte. Ni evitó una sola pelea para decir lo que piensa.

En este laberinto de mensajes, personalidades e ilusiones se sumergió el país en este primer semestre del 2022 luego de la pandemia.

Fue tanto el ruido que resultó imposible escucharnos. Cómo tampoco se puede entender la falta de civismo y compromiso real con su propio futuro, al menos 6 de cada 10 colombianos a los que estos temas, a pesar de lo invasivos, los tiene sin cuidado.

Nuevamente, y como si fuéramos a los momentos previos antes del plebiscito por la paz, nunca hubo silencio. No terminaba la pandemia cuando el ruido como el crudo invierno nos mojó.

Las excusas eran las propuestas, las ideas, anuncios con la venta de humo como decíamos antes y pugnacidad, ofensas, agravios, injurias, señalamientos, infundios, ataques.

Una guerra en todo el sentido de la palabra.

Sin importar quién ganó, el país quedó luego del manejo de estos asuntos, tan suficientemente roto y dividido, que para cerrar el abismo entre los bandos se necesita un puente.

El próximo gobierno que quede no tendrá ninguna legitimidad en el combo del perdedor. Así pasó cuando comenzó la pelea entre liberales y conservadores que desencadenó en una guerra entre ciudadanos que se hacían matar por el color de la camiseta.

Lo cual es un problema político real y un desafío que no hemos podido superar en al menos 100 años.

Se puede decir que escogemos entre dos tercos porque somos un pueblo de gente terca. Y no lo llamen polarización, ojo, es un error en el concepto. Es una división, real, y parcial del país.

Quien gane la segunda vuelta no gana el país, vence sólo para su mitad. Por eso la democracia está en peligro. Petro y Hernández deberían entenderlo.

Como dicen los estrategas, ya no interesa cuál cambio quiere el país, somos dos Colombias desde 1948 y a una no le interesa la otra.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.