Uno de los grandes escritores, tal vez el favorito mío, Charles Bukowski, lo explica bien.

Por casualidad, hace muchos años, una amiga me dijo que debería comprar todos sus libros y leerlos sin piedad. Y así lo hice, de uno en uno.

Una recomendación que agradezco para estos tiempos, pues desde la tarde que me encontré con él, comprendí el mundo mejor.

Y debo confesar también que me sorprendió. No podía creer que alguien pudiera escribir de esa manera.

Quisiera empezar por contarle que este post trata sobre una reflexión biográfica de uno de mis escritores favoritos que se aplica perfecto al acontecer diario de Colombia.

Y cuando digo que es uno de mis escritores favoritos, me explico: es uno de los que más me gusta por todo lo que descubrió.

Pero también es favorito por la forma como lo hizo, por los temas que escogió, y la manera descarnada, hasta simple y siempre detallada, como contó la vida moderna con lo que conlleva el tener, el ser, el hacer, etc.

Él, sin duda, fue un primer descubrimiento literario. Un despertar real al mundo, a la verdad, a la escritura, a la creación, a la literatura que todo lo puede, a ese arte que libera y emociona.

Debo contarle, además, y para mi es importante decirlo, que sus libros fueron los primeros de los que he leído, que pude comprar porque me dio la gana hacerlo.

Y la detallo porque esa etapa, muy bella, es distinta a todas las demás. Es ese momento cuando se comienzan a leer autores desconocidos. También, como no, de los mitos de una sociedad contemporánea real y violenta durante mi primera época como profesional.

Recuerdo que con los primeros sueldos me topé con un placer difícil de igualar como es el de comprar libros, saborearlos, coleccionarlos y comenzar la propia biblioteca.

Es indudable que las biografías resultan apasionantes. Un gusto que se encuentra con el paso de los años y más, cuando se conoce la obra del personaje.

Entonces les voy hablar de lo que un escritor muy joven, se dio cuenta. Un autor que dejó una huella honda en la cultura norteamericana. La biografía la leí hace poco, sus libros, 15 años atrás.

Charles Bukowski es un escritor impresionante y despiadado. Un historiador, un retratista de la sociedad estadounidense en la primera mitad del siglo XX. Un sobreviviente del sueño americano.

Por eso le digo que su obra será para siempre de mis lecturas preferidas. Con él entendí un pedazo de mi historia que, seguro, podría ser la historia de todos.

Es importante hacer una aclaración: para él, cualquier cosa pasaba por el tamiz de un desprecio de verdad hacía todo y a todos. Ese fue el mejor Bukowski, uno antes del nacimiento de su única hija.

Pero volvamos a él, esto les sucede a los 16 años. Un día cualquiera y después de muchos sufrimientos se le revela una gran verdad.

Una verdad que no se entiende sino hasta que, y desde que haces conciencia de las cosas a la vista de todos, es imposible ya no darse cuenta de ella.

En el colegio de ricos en el que estudiaba le pidieron al pequeño Charles que escribiera unas líneas sobre una visita del presidente de los Estados Unidos al barrio en el que vivía con sus padres en la ciudad de los Ángeles, California.

A la profesora que le pidió la tarea, el escrito de Bukowski le pareció un relato digno de leer a todos los demás miembros de la clase. Así lo cuenta en la página 31 de la biografía escrita por Neeli  Cherkovski:

“Los niños se volvieron y miraron hacia donde estaba él. Les resultaba difícil de creer que el raro de la clase, el marginado, el solitario, hubiese destacado por su capacidad literaria.”

Cuando los demás alumnos estaban saliendo de clase, la profesora le pidió a Hank, así le decían de chico a Bukowski, que se quedara.

La Miss, intrigada luego de la lectura de la tarea, le preguntó si realmente había ido a escuchar el discurso del presidente Hoover y la respuesta le asombró tanto como el texto.

Acorralado, el especial y maltratado niño, admitió que no había estado presente en la

visita presidencial y que todo lo había inventado.

Para su sorpresa, en vez de ponerse furiosa, la profesora le dijo que eso hacía que su trabajo fuera aún más interesante y que estaba impresionada.

Hank, a pesar de lo pequeño que era, comprendió aquel día que: “La gente quería mentiras hermosas y no la verdad. Eso era lo que necesitaban. La gente era idiota”

Cada vez que abro el ordenador y me inundan las noticias de registro de todo tipo con personajes de un cinismo único, la poderosa frase me atraviesa como el corte de una espada y me divide.

¿En qué momento los colombianos nos programamos para que los demás nos digan lo que queremos escuchar?

¿Hasta cuándo, la verdad en la vida de las personas se torna tan esquiva que solo las mentiras recrean y persiguen como sombras hasta la muerte?

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.