Ausencia de normas y límites, que se observa en la casta dirigencial de la nación, es el reflejo de lo que somos como sociedad, principio en el que el fin justifica los medios es la consecuencia de normalizar los exabruptos comportamentales desde los colegios: tan grave es lo que trasciende en el carrusel de la contratación como lo que se cohonesta al avalar a quienes, en la educación escolar, venden y compran trabajos a través de WhatsApp; atenuar los casos de corrupción como naturalizar que se compartan, entre alumnos y cursos, las respuestas de los exámenes en dispositivos digitales; o mitigar la bajeza de lo visto en los “petrovideos”, como se modera la actitud de los estudiantes que se amangualan para mancillar la reputación de una profesora que reprime su pésimo proceder. La coherencia del mal, que se propaga como boomerang en el colectivo colombiano, exalta la mezquindad de quienes tratan de revertir lo evidente, victimizándose y negando lo que lejos está de ser sacado de contexto.

Peor enemigo de la izquierda, y el pacto histórico que se propone para Colombia, son los propios seguidores de Gustavo Francisco Petro Urrego. Envalentonar, desde 2019, bandas juveniles que se constituyeron en primeras líneas para propagar el odio que infunde el temor que hoy cunde en las grandes ciudades, es directamente proporcional con las bodegas digitales que se armaron para ejecutar, en esta campaña, la nefasta estrategia de ataques que degradaran moralmente al contrario con calumnias que transgredieron los derechos de la honra y el buen nombre de los opositores. Séquito de aduladores, que acompaña la opción de cambio, que dice representar el Sensei de los humanos, inmoló una propuesta política con multiplicidad de errores e imprudencias, que se agudizaron en esta segunda etapa de la contienda electoral, y ahora tratan de acallar ocultando y bajando el perfil de incidencia, en esta cruzada, de oscuros personajes como Roy Barreras, Armando Benedetti, o Piedad Córdoba, entre otros.

Secreto a voces es que la campaña sucia que se estructuró desde la izquierda para llegar a la presidencia se revirtió, grabaciones que tildan de descontextualizadas e ilegales no ocultan que esa alternativa electoral dejó de lado los principios y valores que son necesarios, en un actor político, para gobernar decentemente. Cultura de sacar a flote la peor parte del ser humano es la que ahonda la polarización de un país que, desde la intolerancia de los extremos, mantiene desunido y enfrentado en su interior en vez de mirar en conjunto lo que es necesario para refundar la nación, y que esta salga adelante de la crisis que trajo consigo la pandemia. Colombia requiere de un líder positivo capaz de construir sin ser un pésimo referente para las nuevas generaciones con malas prácticas, violencia en las palabras, e incapacidad de convocar desde las ideas.

Ejercicio de la política sin moral es la que busca llegar al poder sin explicar: el dinero en bolsas, maletines, e incautado en aeropuertos; los acuerdos de perdón social pactados en las cárceles, los planes de desprestigio quemando rivales; la incitación al estallido social e insurrección si los resultados en las urnas no los favorecen; y la estigmatización que se infunda contra las periodistas colombianas. Labor social para vivir sabrosito, que tanto proponen desde la izquierda, sucumbe ante el egocentrismo de un candidato que cree que su criterio es superior al de los demás, adalid de la moral que se atreve a hablar de ética, pero al momento de argumentar su posición, sin importar sobre cuál tema sea, no cuenta con fuentes concretas y solo basa sus tesis en frases repetidas, especulativas y guiadas por un ilógico sensacionalismo. El país necesita de un presidente empresario, sujeto que sepa invertir los recursos y, sin acuerdos burocráticos, haga frente a la corrupción de quienes ahora detentan poder y buscan salvaguardar los contratos estatales y privilegios que siempre han tenido.

La cita que, este domingo, tienen los colombianos con la democracia debe develar la madurez del electorado nacional para hacer frente y responder a una ausencia de racionalidad y la total preminencia de emoción, sumisión, y alienación con miras a una decisión de la cual depende su futuro. Triste es saber que la elección estará sustentada en elegir el menor de los males, pues en disputa están dos opciones que redujeron el proceso a una pelea sin sentido que desvió la atención y evitó que la segunda vuelta presidencial se centrara en la discusión de las propuestas que pueden mejorar las condiciones de vida del colectivo social colombiano. Cambio que se pidió en las urnas este 29 de mayo no puede ser un salto al vació que hunda a Colombia, tiro en el pie que representan Gustavo Francisco Petro Urrego y Francia Elena Márquez Mina ya se percibe con su pobre e impudorosa forma de hacer política, flexibilidad de la línea ética que prueba que son más de lo mismo.

Finalizada la contienda de este 19 de junio la primera tarea del ganador será unir a dos fracciones de colombianos que a lo largo de los últimos años han demostrado ser incompatibles, y en este momento rayan los límites de la violencia bipartidista que ya vivió el país en la guerra de los mil días. Suma de votos instituida en el miedo y no en la intelectualidad y las propuestas acrecienta las diferencias entre unos y otros, irracionalidad que no quiere entender, reconocer y aceptar que todos tienen los mismos derechos para votar, por el que les venga en gana, sin ningún temor y pedirle permiso a nadie. Con los comicios se cerrará un escenario en el que primó la prevalencia de valores en donde la verdad, el respeto y la honestidad quedaron perdidos, refundieron su importancia, y fueron reemplazados por la corrupción, las mentiras, la agresión, y las trampas en donde todo vale.

Grave herida para la democracia ha dejado la ausencia de garantías por parte de la Registraduría al eludir una auditoría internacional, la politización de la justicia que, con los argumentos sesgados, de algunos jueces en sus fallos, malinterpretaron las normas para obligar, suspender o reconocer derechos que no existen, y la actuación de un periodismo militante que perdió el norte en el afán de adoctrinar por una tendencia con el odio visceral sobre la otra. Los estamentos sociales deben dejar de ser ostentados como un fortín de quienes se creen todo poderosos e intocables, aquellos que posan como dioses, pero en el fondo carecen de escrúpulos. Reconciliación que conduzca a la esperanza de un mejor país debe estar sustentada en una cultura del perdón, la tolerancia y la paz, honestidad de respeto por el otro, con sus diferencias, que son la base de un sistema democrático real. La dignidad, la ética, los valores y los principios, cualidades básicas del ser humano y que brillaron por su ausencia al interior de las campañas son las que sumen a Colombia en la ruina y desolación que materializan en la protesta social y circunscriben en la desesperanza de las clases menos favorecidas.

Sobreexposición de un candidato mitómano que constantemente se equivoca y luego dice que fue sacado de contexto, sumado a un contrincante que no quiere hablar y congrega a los millones de colombianos que a ciegas brindan su respaldo a una propuesta por el miedo que infunde el adversario, tienen al constituyente primario en la mayor incertidumbre previo a la cita más importante de la historia democrática de la nación. El llamado a todos es a no quedarse en casa, salir a cumplir con el sagrado derecho al voto y tomar las cosas en serio, el pacto que han hecho para promover la mentira más grande del país debe ser derrotado en las urnas. Quienes predican moral y aplican el irrespeto no pueden alzarse con la victoria generando un ambiente de terror y posible fraude, la democracia colombiana es tan sólida que el líder del Pacto Histórico está en segunda vuelta aspirando a la primera magistratura, pese al mal que ha causado, su desmovilización de la guerrilla y que, contrario al socialismo que predica, lleva más de 30 años viviendo del estado.

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