Camino a la elección presidencial, más importante de la historia democrática colombiana, llega acompañado de una profunda sombra que se está tejiendo sobre el proceso electoral; fiel reflejo de los vicios y defectos que afloran, entorno a la Registraduría Nacional del Estado Civil, torpedea la confianza sobre el status quo del sistema. Incompetencia en el ejercicio de la administración pública, en manos de politiqueros clientelistas, resta legitimidad a un proceso salpicado por múltiples escándalos, de las corrientes de izquierda, centro y derecha, en los sufragios del legislativo. Desestabilización institucional, que representa el nombre de Alexander Vega Rocha, exalta la urgente necesidad de nombrar un registrador ad hoc que blinde de garantías el reto que está por venir en los meses de mayo y junio de este 2.022; fortaleza de la democracia nacional sucumbe ante un funcionario incapaz de despejar dudas por responder a conveniencias políticas.

Desconocidos méritos que soportaron la elección de Alexander Vega Rocha por parte de los Presidentes de la Corte Constitucional, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado, atomizan la competencia de un personaje que por falta de experticia destruyó lo que funciona bien en el ejercicio de la democracia. Cambio de personal a conveniencia en las registradurías, renovación casi total de los jurados de votación, adquisición de un software con sendas dudas, ajustes a los formularios E14, el diseño de los tarjetones, entre otros factores, son la crónica de una crisis anunciada que aviva el sentimiento de fraude que ronda en el ambiente nacional. Estabilidad del país ha quedado resquebrajada en manos de un sujeto que es cuestionado incluso por quienes lo apoyaron como cuota burocrática de un sector político. Distancia a las cualidades éticas, mediocridad e ineptitud, es la que impide encender las alarmas ante una diferencia de casi 500 mil votos, para un solo movimiento, entre el pre-conteo y el escrutinio.

Lo acontecido en las mesas de votación este 13 de marzo es la suma de miedos e irreverencia en las capas adolescentes de la población colombiana, ausencia de límites, y normas de comportamiento, afloran la indelicadeza de alterar información en documentos públicos, sin medir las consecuencias que ello trae consigo. Loable intención de aproximar a los universitarios a la democracia, nombrándolos jurados de votación, no fue soportada estratégicamente con una correcta mezcla de juventud y experiencia, en el equipo de cada puesto electoral, y un adecuado y prolongado proceso de capacitación. Debate de dolo, que el Ministro del Interior, Daniel Palacios, pide pasar de los escenarios sociales a la Institucionalidad, es una alharaca, show mediático, que difícilmente será abordada porque solicitud de reconteo de cada sector político se mueve en función de si ganaron, o si el tema no impacta algo más que se tiene escondido por debajo de la mesa.

Cuestionable desempeño cargado de improvisación, vicios, desaciertos y miles de imprecisiones, por parte de los funcionarios públicos, es lo que no permite avanzar a Colombia como la sociedad lo requiere y necesita. Triste es saber que el escándalo del momento rápidamente se olvidará a consecuencia de un embrollo superior. Añoranza de precisión y claridad absoluta, en medio de un colectivo social polarizado, da fuerza de actuación a expertos incendiarios que intentan apagar el fuego con gasolina y aprovechan el desorden para atizar los odios entre unos y otros. Historia de las futuras generaciones estará plagada de vergüenza, será la demostración de una falta de amor y ética por el país que puso en riesgo las libertades, e incluso la democracia más estable del continente. Momento de coyuntura, que vive la nación, pide defender el ejercicio político de la vulneración de derechos y los oscuros intereses de gamonales que se pasean de partidos a movimientos para seguir desangrando el erario.

Divergencia conceptual e ideológica, que sustenta cada una de las campañas presidenciales, ha olvidado que los candidatos aspiran por un cargo que requiere de una persona que represente valores de liderazgo, inteligencia, honor, valentía, respeto, amor, entre muchos otros. Transformación de la política y visión de un estado garantista, que todos dicen representar, se debe distanciar del irrespeto, trampa, cobardía, pereza mental y ausencia de propuestas que ha quedado en evidencia en los debates a los que ahora huye el líder del Pacto Histórico. El constituyente primario, más que ataques personales, descalificaciones e insultos, está ávido de escuchar las propuestas de cada corriente política, que se planteen soluciones serias a los problemas del país. Libertad de culto y de expresión, que son el centro de la controversia pública, no puede radicalizar un giro en el rumbo de una nación que se hastió de la impunidad de la corrupción, la narco-política, la para-política y la FARC-política.

Delirio de persecución que invade a la izquierda colombiana no es más que el caparazón de una fuerza política que, tras cuatro años de campaña desde el Congreso, ahora no sabe cómo desmarcarse de los comunes, Piedad Córdoba, Armando Benedetti, Roy Barreras, Cesar Gaviria, los integrantes de la primera línea y demás idiotas útiles que les sirvieron para estar en el centro de la discusión mediática, los posicionaron en el imaginario colectivo, pero ahora representan lo que no es el cambio que Colombia necesita. Ideas absurdas e inconvenientes que se escuchan en cada pronunciamiento del Sensei de los humanos no solo devela lo oscuro de su alma sino el miedo a que lo desenmascaren con argumentos, pruebas y verdades. El pasado no perdona, eludir confrontarse con otros candidatos es el esfuerzo por mantener un populismo que idealiza un adalid que instituye su imagen pública en el odio al contrario y no en tesis reales.

Experiencia que dejan los comicios del 13 de marzo invita a hacer pedagogía sobre los proyectos políticos, participación de una ciudadanía que se pregunta y cuestiona frente a las propuestas de los candidatos. Manipulación de las masas populares no es suficiente para ocultar las debilidades que encumbran propuestas insostenibles y delirantes de la izquierda que son detectadas y explotadas por los diferentes actores del centro y la derecha política. Antecedentes en el ejercicio del poder demuestran que Gustavo Petro es un sofisma de humo, ideas que lo han dejado expuesto en los últimos días son el reflejo de un culebrero, encantador de serpientes, que mucho habla, pero no ha hecho ninguna ley que propenda por el beneficio de Colombia. La nación debe estar por encima del ego de los candidatos, en los hombros de ellos están las esperanzas de millones de colombianos que sueñan con ver a la nación en paz, con igualdad de derechos y oportunidades.

La política no puede seguir apostando por la animadversión visceral entre unos y otros, los colombianos deben entender que todos tienen unos propósitos en común la paz, la educación, la equidad, el trabajo, entre otros temas. Inteligencia emocional no se puede nublar, deber ciudadano con la democracia invita a ejercer el voto responsable, identificar propuestas realizables que nada tienen que ver con el populismo, el rencor y la tirria desde la que se instiga y alimenta el engaño al ciudadano. Jaque en el que se encuentra la democracia solo se superará en el momento que se encuentre una persona que represente los valores que son buenos para la sociedad, sujeto capaz de gobernar teniendo en cuenta a todos los sectores sin importar que pertenezca a una de esa infinidad de ideologías que por ahora circundan a Colombia.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.