Me invitaron a dar una charla en un colegio de Georgia. Nada formal, más bien algo básico sobre el país, lo que somos los colombianos, lo que nos gusta, lo que comemos. Algo sobre las diferencias geográficas y culturales entre nosotros y Estados Unidos, todo orientado a jóvenes de 16 años con el fin de que supieran algo de Colombia.  Acepté porque me pareció interesante que en un país tan centrado en sí mismo se interesaran en conocer algo de lo que ocurre afuera, y más de Latinoamérica. 

Y hablamos de eso precisamente. Que comemos sancocho y morcilla, bandeja paisa y hormigas culonas, pero también que hay vuelos directos desde nuestra tierra a la de ellos, cosa que no todos tenían tan clara porque, como ya dije, en Estados Unidos se fijan mucho lo que pasa con ellos pero poco voltean a mirar al resto del mundo. Encima no saben si en Colombia y alrededores tenemos lo mismo que tienen ellos, la nación más desarrollada del mundo. Entonces les dije que sí, que tenemos lo mismo, pero que no es tan bueno o es más costoso. Por ejemplo, que las carreteras no son tan buenas y los carros son más caros. Y así. 

Buena parte de la charla se fue en eso, en explicarles que mal que bien (más mal que bien, la verdad) en Colombia tenemos lo mismo, pero un par de escalones más abajo, y que un día estudiarían a su país como hoy estudian al Imperio Romano.

Se sorprendieron cuando les dije que había también un sin fin de franquicias de ellos, como Domino´s Pizza y Subway, y que tomábamos Coca-Cola y Pepsi como locos. Con esa candidez de los adolescentes (aunque se juren malos) lanzaron una exclamación cuando les expliqué el cambio de dólar a pesos, y no podían creer que mil de los suyos fueran tres millones de los nuestros y que quien tuviera esa cantidad no era ni de cerca millonario.

Todo era risas hasta que llegamos a la política y no supe cómo empezar a explicarles lo que ha ocurrido en Colombia durante estos meses. Para arrancar, se me cayó la cara cuando les dije que habíamos votado para alcanzar la paz después de más de medio siglo de guerra y que había ganado el No. Ellos tampoco sabían cómo mirarme.

A medida de que iba explicando el tema de la impunidad, de la restitución de tierras, de la orientación sexual entendí lo ridículo que es todo. Porque no es importante ni definitivo para nuestra historia, es absurdo. Empecé entonces a oírme mientras hablaba y a ratos quise parar, pensando por qué somos tan animales, tan violentos;  porque somos tan difíciles de justificar.

Llegué a mencionar que el ex presidente estaba saboteando al actual presidente y eso también sonó muy a tercer mundo. Además en algún momento dije que los colombianos le agradecíamos a Santos sus esfuerzos por la paz. ¿Qué tan mal tenemos que estar para agradecerle algo a ese señor?

Ya cuando salieron de mi boca las nombres de Alejandro Ordóñez, María Fernanda Cabal y José Felix Lafaurie supe que tenía que parar. No tiene sentido que una gente que esté tan lejos sepa cosas tan complejas, y además a los jóvenes no hay que someterlos tan de sopetón toda la maldad que hay en el mundo. Tanta, que los de la guerrilla terminan pareciendo buenas personas.

Alrededor de 80 de las 10.000 personas que viven en el condado de Atkinson me oyeron esa mañana, y lo que iba a ser una exposición de trámite terminó siendo un autoexamen donde no salimos muy bien parados, porque para lo que nosotros es normal, para países algo más avanzados es sencillamente inaceptable.

Casi no logro explicar lo que somos, pero lo bueno es que ya puedo poner en mi hoja de vida que soy conferencista internacional y así cobrar unos pesos de más por mi trabajo. A ver si dejo atrás los tres millones de pesos y llego más bien a los tres millones de dólares.

Atkinson County High School
Atkinson County High School / Adolfo Zableh

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