Durante los últimos 2 años en la pandemia, con sus estrictas cuarentenas, lo que más se vendió a domicilio a parte de comida fue el licor. Solo en el año 2019, los colombianos pasaron de beber 1.760,9 millones de litros de alcohol, a 1.852,1 millones.

Sabemos que en muchos países la gente bebe licor sin moderación, siendo Colombia uno de los que más. En Bogotá, precisamente, nos tomó poco más de 50 años lograr una reducción de los accidentes de tránsito causados por la conducción temeraria e irresponsable en estado de embriaguez.

Desgraciadamente, lograr esta conciencia de que la gente no debe conducir ebria nos ha costado lágrimas de sangre y ríos de licor. Las estadísticas demostraron lo tarde que respondió la sociedad.

La esperanza es que quien lea estas líneas entienda que no debe, ni puede disculparse porque cuando manejó borracho no le pasó nada en el camino de regreso.

Volvamos al pasado. Desde la década de 1960 hasta hace menos de 5 años, ni el aumento de las penas, ni el pabellón lleno de conductores en las prisiones, ni las sanciones económicas y sociales consiguieron disuadir a hombres y mujeres de conducir con alcohol en la cabeza.

Reducir los altos índices de siniestralidad que provocaron muertos y heridos graves, además de la destrucción de infraestructuras públicas o privadas, parecía imposible.

Si bien las sanciones morales y penales se incrementaron para disuadir la mala conducta durante décadas, los resultados nunca fueron realmente significativos. Por el contrario, en lugar de disminuir los eventos, se multiplicaron exponencialmente.

Quizá recuerdes ese viejo comercial de 30 segundos que presentaba momentos aterradores después de un accidente automovilístico, cuando un hombre borracho gritaba: “¡La tengo viva, la tengo viva!”

Todo sucedía en una toma oscura. Luego, el plano se abría, y se veía a un borracho cargando en brazos a su compañera muerta. De fondo, también se podía ver el auto chocado contra una pared, el humo, las latas retorcidas, los pedazos de vidrios regados por el piso, mientras se escucha una locución en voz en off con un fuerte mensaje: “si va tomar no maneje”

La campaña, además de ganar múltiples premios, dejó una enorme recordación entre los televidentes; pero la conducta, no mejoró. La mayoría piensa, “eso no me va a pasar”. ¿Le suena?

Sin embargo, la historia también se repetía más o menos de la misma manera: un conductor, a pesar de que sabía que podía causar un accidente, tomaba la llave de su auto, e incluso conducía a alta velocidad sin siquiera sentir remordimiento de conciencia.

En Colombia, efectivamente, muchas cosas no son lo suficientemente impactantes como para generar conciencia colectiva.

También, y para no irme demasiado lejos, recuerdo de niño a varios familiares que salían borrachos de una fiesta y decían que se sentían perfectos para conducir. Entonces, si lograban hacer un cuatro con su cuerpo, pasaba la prueba y arrancaba a la bulla de los cocos. Desde hace mucho, la ciencia y la evidencia, advierten de los inmensos peligros para quienes conducen con sus estados alterados, y mucho más, para los demás usuarios de la vía y sus acompañantes.

De todo esto nos dimos cuenta en el programa de cultura ciudadana “Amor por Bogotá” en 2010. Era necesario repensar las estrategias para abordar el problema de otras maneras.

Para ello era necesario estudiar y evaluar una a una las estrategias y tácticas usadas, las ideas y objetivos puestos en marcha a lo largo del tiempo. Y hacer un inventario de mensajes, campañas, leyes, sentencias, condenas y programas institucionales de prevención.

La siguiente fase fue interactuar con todos los actores del negocio de la venta de licor para entenderlos y con psicólogos, profesores y médicos para aclarar por qué no se estaban obteniendo los resultados esperados.

A partir de ese diálogo, se abrieron nuevas conversaciones con los consumidores habituales, los policías, fiscales y jueces, así como con víctimas y victimarios, uniendo esfuerzos para mejorar lo que estaba bien y corregir lo que estaba mal.

Un equipo multidisciplinario evaluó las experiencias exitosas en el mundo y se logró realizar una intervención transversal que permitiera, al fin, bajar los indicadores de mortalidad, salvar vidas, prevenir nuevos accidentes fatales y, lo más importante, cambiar el comportamiento.

Pasamos de una política de garrote y zanahoria, cómo cerrar los comercios a la una de la mañana y mandar a dormir a la ciudad a esa hora, a darle a los que cumplían la mayoría de edad, la responsabilidad de salir hasta alta horas de la madrugada con estrategias para mitigar la accidentalidad. Entendimos que había que compartir la responsabilidad.

Era clave que la sociedad entendiera que el respeto a la norma, no solo me beneficia a mi como ciudadano, sino a todos los que salen a tomar unos tragos en la noche. Mi libertad va hasta donde yo no afecte al otro.

Nuestros expertos recomendaban que, desde la infancia, los ciudadanos aprendan a respetar la norma y hacer caso, no porque esté obligado hacerlo sino porque quiere hacerlo convencido que es lo mejor para todos.

En consecuencia, generamos un reto social y buscamos el compromiso de todas las partes. Las autoridades debían ofrecer alternativas para que la gente no usara su carro y pudiera tener ratos de esparcimiento buscando aumentar su seguridad.

¿Qué se hizo? Se incrementaron los controles, luego vinieron leyes más estrictas para que nadie tuviera dudas de que no se toleraría este mal comportamiento, pero al mismo tiempo la oferta institucional brindó soluciones como el conductor elegido, o, el alquiler de un conductor a domicilio, hasta la responsabilidad del dueño de establecimiento de no permitir que los borrachos salieran a manejar, creando la opción de los parqueaderos 24 horas.

El resultado fue súper positivo. A punta de pactos de vida y corresponsabilidad entre autoridades, expendedores de licor, colegios, universidades, medios y las grandes empresas productoras de bebidas con alcohol, se bajaron los accidentes. Por fin.

La semilla estaba sembrada solo había que esperar a que germinara y floreciera y nos permitiera entender la norma y cumplirla.

Las cifras siguen siendo escandalosas. En Colombia, los últimos 10 años se han reportado un millón y medio de personas involucradas en accidentes de tránsito, entre víctimas y victimarios y el común denominador fue la presencia del alcohol en los conductores.

Recuerde el eslogan que podría salvarte la vida: Para. Piensa. Pon de tu parte.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.