Voy a hacer el ejercicio de tomar los datos de la última encuesta de Gallup como si fueran la verdad exacta, a sabiendas de cómo se hacen, se procesan y se presentan las encuestas, es decir, siempre con el manto crítico de la duda, con beneficio de inventario.

Pero dados los niveles de desentendimiento, ignorancia y pesimismo que se deducen tras ver la encuesta, bien vale la pena detenerse sobre lo que podría ser una tomografía del cuerpo de nuestra sociedad. Y tratar de dilucidar en la política, quién va perdiendo o ganando en materia de favorabilidad entre la gente, tema en el cual hay grandes sorpresas.

Como es evidente la lectura se hace sobre el universo de las 5 principales ciudades del país que en su conjunto suman casi el 40% de habitantes del país.

Quedan por fuera las demás ciudades intermedias, los pueblos, los campos. La muestra se reduce a qué piensa la gente en las grandes ciudades. Basémonos en eso, porque la manía, marrulla o estrategia de las encuestadores siempre deja por fuera a más de medio país, que siente y piensa de una manera totalmente diferente al de las 5 grandes capitales, fundamentalmente en el tema de la favorabilidad por la paz, cuyos beneficios ya se sienten en regiones y territorios.

Entremos en materia. El pesimismo, la descreencia y el desentendimiento parecen ser la constante. Basta ver cómo la gente es apática, está en contra o no le tocan los temas en tres escenarios fundamentales: el proceso de paz, el gobierno y sus actos y los líderes políticos tradicionales en precampaña presidencial.

En el tema del proceso de paz de las Farc, el pesimismo sin duda está ligado a la ignorancia, el sectarismo y la manipulación política y mediática. Es comprensible que los encuestados no crean en el proceso de paz y sobre todo en las instituciones que lo lideran, tras el acumulado de mentiras, posverdades y trampas aun latentes lanzadas al viento por el Centro Democrático en tiempos del plebiscito y aún hoy.

A ello hay que sumarle la nefasta influencia de los medios hegemónicos de comunicación, que han restringido la información sobre los avances de concentración, dejación de armas y desmovilización de las Farc, la gran noticia del año que esos medios no siguen o minimizan.

Con justeza ante la “faltonería” del gobierno en materia logística, la gente descree de las instituciones y de paso amplía ese descontento hacia la justicia misma y desde luego, hacia el Congreso y las leyes que allí se fabrican con el llamado “fast track”.

Ello incluye a los partidos políticos que tienen la mayor desfavorabilidad.

Acierta la gente en asumir hoy un 52% de rechazo ante la Policía Nacional, institución permeada por la corrupción.

En este marasmo, llama la atención que son justamente las Farc quienes aumentan en favorabilidad. A pesar de los esfuerzos de la extrema derecha y los medios descaradamente a su servicio, hay una tónica de preservar la lealtad de las Farc con el proceso, pero a la vez una tendencia aún muy fuerte en no creer en la voluntad de paz de una guerrilla que en efecto se está desmovilizando sim ambages. Paradoja.

El hecho de que el 70% de los encuestados no cree que el proceso de paz salga bien, de manera simplista y torcida puede ser interpretado como que toda esa gente está por la guerra uribista y en contra de la paz. Pero un análisis menos perverso y un tanto más fino, permite suponer que como van las cosas, ni el gobierno ni las clases gobernantes quieren o están en capacidad de cambiar socialmente al país redistribuyendo riqueza, oportunidades y beneficios sociales y económicos de abajo hacia arriba y que se encuentran varados en temas como la eliminación definitiva de la violencia (Eln y paramilitares creciendo y ocupando territorios).

La gente tampoco cree en la justicia posconflicto ni en las garantías de participación política de las fuerzas desmovilizadas. Y se rechaza lo definitivo e inevitable: la entrada de las Farc a la política, en clara identidad con las mentiras del extremismo guerrerista.

Y como telón de fondo, aparece el gran lesionado, el presidente Juan Manuel Santos, sus ministros y su gobierno, en quien recaen los rigores de todo este pesimismo y a quien en su contra se le suman las barbaridades de la reforma tributaria, lo que le toque de Odebrecht y el malestar social general en un país empobrecido y desempleado, con una vida extremadamente cara, con minerías legales e ilegales devastadores y expoliadoras… para dejar su imagen de nuevo por el piso.

Todo lo suyo es impopular dentro de otra paradoja: a pesar de ello y de manera general la gente está con la paz de Santos más que con la guerra de Uribe. Y hay que decirlo, en este tema, la gente se encuentra “mamada” de la polarización entre los dos líderes.

Pasando al tema de las campañas y la política electoral, los movimientos y cambios son grandes, el escepticismo clarísimo y la indecisión evidente.

Por el lado uribista todos sus pre candidatos o figurones descienden en la encuesta a niveles históricos de repudio y desaprobación. Incluido el propio Uribe que tras andar en los cielos de hasta un 70% de favorabilidad toca fondo con desaprobación del 46%. Por lo pronto Uribe no tiene candidato, con un Zuluaga y demás tocados por el escándalo Odebrecht.

Su evidente “carta tapada” el ex procurador Ordóñez está en el mismísimo fondo de la lista de favorabilidad entre las casi dos decenas de “precandidatos”.

Vargas Lleras, poco antes de partir de la Vicepresidencia, cayó del 61 al 40 por ciento y su imagen desfavorable aumentó de 24 al 44 por ciento.

Entre Odebrecht, mermelada ventiada, prepotencia, la corrupción rampante de Cambio Radical y los coscorrones, el hasta hace unos días ungido casi como Presidente, se enfrenta a la realidad. No la tiene fácil ni mucho menos segura.

Por el lado del partido de la U y sus aliados liberales, otros descoloridos y demás, solo se fortifica la figura del negociador Humberto de la Calle. Los otros de rabo al estanque, tocados por todos los temas anteriormente expresados.

Y los demás candidatos o “pre”, Petro, Fajardo, Claudia López, Robledo y otros más inciertos, se mantienen en promedios equilibrados, lo cual implica que por lo pronto por esos lados alejados de Uribe y Santos, no hay nada consolidado.

Caso aparte merece el alcalde de Bogotá Enrique Peñalosa que ya como que no puede caer más bajo. Con un rechazo del 75% de la ciudadanía bogotana y una sensación de las mismas proporciones en el sentido de que la ciudad empeora y no se ven salidas a la crisis, cada vez la probabilidad de su revocatoria se hace más fuerte, mientras él se dedica a hablar de lo “sexy” del metro elevado y manda a quitar las vallas de le reserva Van Der Hammen o da declaraciones rocambolescas afincando su gravísima condición de hazmerreir.

Y para acabar de completar el pesimismo, la mayoría de los encuestados dice estar en contra del matrimonio y la adopción gay y demás avances fundamentales en una sociedad pretendidamente laica y moderna.

Detrás de todo, desde luego, está el horrendo telón de fondo de la corrupción, que afinca aún más los sentimientos de descreencia, distancia y no participación.

¿Qué o quién o quienes van a sacar a esos encuestados del escepticismo desbocado y del “me importa un culismo? En ese sentido, me uno al coro pesimista. Por lo pronto, nada ni nadie.

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