La indiferencia de muchos, ante lo realmente importante, denota que al colombiano se le olvidó ser un buen ciudadano, un buen vecino y pensar en el bienestar colectivo. El país se ha vuelto una salvajada, a diario hacen parte de la agenda informativa múltiples cosas que el sentido común llama a repudiarlas por el dolor de patria que despierta en todos, pero tristemente no se actúa para solucionarlo. La medicina que ataja la propagación del mal, que está circundando a Colombia, está en la mano de cada ciudadano, aprender a elegir a los dirigentes y ejercer responsablemente el sagrado derecho al voto en los comicios de marzo, mayo y junio en este 2.022. La nación está acorralada frente a la delincuencia y una política plagada de candidatos salpicados en escándalos de corrupción, enriquecimiento ilícito, infidelidades, plagios, borracheras en plaza pública y miles de bajezas más de oscuros sujetos que engañan a los colombianos a través de fantásticos discursos demagógicos.

El imaginario colectivo está siendo manejado magistralmente por un periodismo militante que atomiza cada vez más su credibilidad siendo caja de resonancia y dando relevancia a la palabra de criminales -indultados, fugados, refugiados, o sometidos a la justicia- que, sin entregar una sola prueba, a las autoridades competentes, enlodan el buen nombre, reputación de los demás, y fungen de adalides de la moral. Polarización y radicalismo ideológico que se vende en los medios y las plataformas sociales son solo distractores que se emplean para dividir y conseguir réditos políticos a quienes menos le interesan los cambios necesarios para un país en crisis. Trascendencia que se le da al arrepentimiento, de mezquinos personajes, no puede olvidar el pecado que acompañó su porquería en la calle, la democracia solo estará a salvo cuando la nación recupere un periodismo fiscalizador, quehacer de una profesión comprometida con la verdad que se debe a la opinión pública, apartado de ideologías políticas y encargos económicos.

En la calle hay una sensación de que todos podrían aportar algo positivo, pero tristemente nadie hace nada porque simplemente no es su problema o no le da la gana. Indiferencia que acompaña al ciudadano es la que propicia que no se lea las propuestas de los candidatos, pero si se salga a votar furibundo y cegado por una opción que nada bueno trae consigo y luego lo tendrá hablando de lo mal que sale el futuro para la nación. Hipocresía que enajena la responsabilidad a otros es la que sume al país en la desesperanza, los colombianos justifican y aplauden las bribonadas que han hecho, y siguen haciendo, quienes están gobernando, pero omiten que son ellas las causantes de tanta desigualdad y corrupción. Colombia es víctima de la escasa memoria de un colectivo para el que la vida no vale nada y es cómplice de la pésima forma de hacer política que está acabando con la institucionalidad.

Cierto es que en el país hay mucho profesional capacitado y desempleado que puede ayudar a la nación, pero no menos innegable es que su talento se pierde en una falsa meritocracia que pide cuotas políticas para sobresalir, el mejor ejemplo está en las embajadas o consulados. Fuga de talentos no es solo el resultado de una nación invadida por la inseguridad, que a diario se lleva vidas, sino la forma de contratación en Colombia que pide conocimientos y experiencias ilógicas, a noveles edades, con salarios irrisorios mientras en el sector público se despilfarra el erario. Complejo entorno, político, económico y social, que acompaña, en la zona urbana y rural, a la población exige preguntar cuál es la propuesta que tienen los aspirantes a la primera magistratura para enfrentar los grupos criminales que se lucran de economías ilegales y atomizan la generación de empleo y la creación de nuevas oportunidades para el progreso como sociedad.

Memoria selectiva, bombardeo de impulsos emocionales a través de la dieta informativa de los colombianos, eclipsa los acontecimientos del diario vivir y lleva al olvido las bolsas negras cargadas de plata que enturbian el pulcro proceder de un candidato. Culpa de la sordidez que se ha tomado la política es de la justicia que en Colombia no actúa. Desfachatez es la que permite que dirigentes irrespeten a la masa popular que los espera en plaza pública, subir borracho a una tarima demuestra el poco valor y deferencia que se tiene por quien lo espera por horas y lo escolta en campaña. Marketing político que magnifica la visita de un candidato presidencial al Vaticano, pero empequeñece las malquerencias de los militantes de su movimiento, exaltan lo importante que es despertar una cultura de elegir bien con un voto responsable. Grave problema es que la nación está plagada de alternativas políticas sindicadas por delitos de todo tipo y aún existen pendejos inconscientes que los vuelven a elegir.

Falta de gobernabilidad que conduce a dictaduras y altos niveles de corrupción es el estandarte de una dinámica del mal que recurre a los publirreportajes, que limpian la imagen de un aspirante, para imponer una figura en el discurso ciudadano. Banalidades que abundan en esta campaña, y se posicionan en la discusión social, restan legitimidad al sistema democrático de la nación. Minimizar, ignorar y poner en duda las graves acusaciones que pesan sobre ciertos caciques, y referentes de la política colombiana, solo beneficia a los corruptos que quieren llegar al poder para seguir haciendo de las suyas con el país. Ruta de la denuncia no es efectiva porque ha quedado ensombrecida por la ineficiencia de instituciones, organismos de derechos humanos y ONG que solo miran por el ojo izquierdo y terminan siendo un saludo a la bandera. Impunidad que se toma a Colombia es la consecuencia de un sistema perverso que favorece a los delincuentes y no a las víctimas, donde se volvió común ir de injusticia en injusticia sin que pase nada, y nadie cambie esto.

Agenda del día a día -bochinche de llorones, metiches, personas que disponen del tiempo ajeno, gente falsa, sujetos que siempre creen tener la razón- impide que se aprenda de lo ocurrido. La coyuntura del momento convoca a tomar decisiones de fondo que no están constituidas en aquellos que se quieren hacer ver como salvadores cuando en el fondo no pasan de ser un Judas. Tendencia, de seguidores y detractores, de creer que una persona es una especie de superhombre impide ver que como todos los mortales ese sujeto tiene sus defectos y sus puntos a favor, así sean mínimos. Mojigatería que se ha despertado en Colombia equipara un desfalco, la apropiación, el secuestro, el fraude, un homicidio con una borrachera, división conceptual que acompaña al ciudadano acrecienta el problema de una nación que es incapaz de reconocer al otro desde sus diferencias. La nación solo verá la luz de la esperanza cuando se comprenda que todos son parte de Colombia y de todos depende mejorar como colectivo y como país.

Calvario que dejó la pandemia se agudiza con la cantidad de anuncios que salen por todo lado para meter el dedo en la yaga, pero jamás presentar soluciones reales. Alicoramiento de los candidatos, infidelidades maritales, casos de corrupción, compra de votos, secuestro e intento de homicidio son los referentes temáticos de una campaña que hasta ahora deja malos recuerdos y muy pocas huellas para hablar y trabajar por el futuro de Colombia. Encantamiento de los candidatos se toma por estos días al país, todos recorren las ciudades al rayo del sol, hablan con los ciudadanos, dan besos a cada niño que ven, y aparecen con promesas mentirosas que nunca cumplirán. Hay que despertar, poner los pies en la tierra, y salir de ese mundo de fantasía en el que para la nación la verdad se una mentira y para el pueblo una mentira es una verdad.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.