No hay deuda que no se pague, ni plazo que no se cumpla, este fin de semana los colombianos tienen la cita más importante de su historia democrática como nación. En el sufragio, responsable e informado, está el futuro institucional del país. Colombia decide en el marco de una campaña en la que ideólogos han utilizado todo tipo de estrategias, legales e ilegales, para hacerse al poder. De la división entre rojos y azules se dio paso a la dicotomía entre los amigos y los enemigos de la paz, polarización entre los extremos de izquierda y derecha que ha instaurado un odio recalcitrante entre las clases sociales, plagado de intolerancia, que constituye una sociedad incapaz de dejar de lado el rencor y el fanatismo para ejercer con tranquilidad el sagrado derecho ciudadano del voto. La verdadera paz, acompañada de un cambio por la vida, solo se conseguirá si se opta por una propuesta que apueste por la decencia, la rigurosidad y la experiencia, transformación en donde la dignidad más que una costumbre se instituya como una realidad.

Fuerza que tomó el inconformismo ciudadano, atizado por una fuerza política que intimidó al colectivo social con la conformación de células urbanas conocidas como primeras líneas, encumbra a un candidato que desde propuestas irrealizables divide a la gente y estructura una opción de gobierno que difícilmente asegura que en cuatro años se volverá a las urnas. Peligroso para la democracia es que, por una pasión sin razón, la emotividad del momento, los colombianos estén a punto de elegir a una persona que desde la irresponsabilidad es capaz de inventarse una enfermedad grave; demagogo que, a través del artilugio de la palabra, sin pruebas, infunde miedo y genera tensiones con fake news en las que se habla de fraudes, amenazas, suspensión de elecciones y hasta un golpe de estado. Esquema de un socialismo absurdo que pregona cambio, paz, igualdad, oportunidades, medio ambiente, vejez digna, transformación de las malas condiciones laborales de los colombianos, sin reconocer que con su propuesta se desdibuja la estabilidad jurídica y se está camino a un cambio para empeorar, distribuir pobreza y llegar a la miseria.

Riesgo grande para la sociedad colombiana está latente, colapso en la solicitud de pasaportes es la prueba fehaciente de que muchos se están preparando para iniciar un viaje que los lleve errantes por el mundo mendigando oportunidades, tal y como lo ha vivido el pueblo venezolano en las últimas décadas. Fórmula de la izquierda, antes que auténtica y promotora del cambio, es una alternativa activista cargada de discursos de odio y violencia que difícilmente se acercan al amor y reconciliación que dicen promulgar. Libertad que ahora se respira en Colombia no dimensiona la intranquilidad que traerá un sistema político que ya ha demostrado en Cuba o Venezuela las filas de miseria aclamando ayudas estatales, en Nicaragua las restricciones y consecuencias de pensar diferente al régimen, y en Chile o Perú la contracción de capitales e inversión extranjera. La coyuntura del momento llama a no elegir como si fuese un concurso de talentos sino a estudiar y leer las propuestas de los candidatos, votar por el mejor programa de gobierno y quien esté acompañado de un gran equipo.

Ejercicio de la democracia se ha visto impactado, en esta campaña, por unos debates sin propuestas, escenarios plagados de ausencias notables, ataques personales y acusaciones en donde solo se busca protagonismo haciéndose pasar por víctima. Infiltraciones y bajezas políticas que han salido a flote desvían la atención y no permiten que los colombianos revisen cómo fue el papel de cada uno de los candidatos en ejercicio del poder local, la experiencia no se improvisa y el correcto proceder no avergüenza. Baja calidad de la candidatura de la izquierda conlleva a que desesperadamente busque esconderse para no enfrentarse a la verdad del país y evitar incómodos espacios en los que se confrontan sus propuestas de fantasía. Oportunidad de atrapar votos, y pasar a segunda vuelta, la tendrá quien pueda desvirtuar, con respuestas coherentes, sensatas y llenas de objetividad, las mentiras impuestas desde las redes sociales por quien con su arrogancia y sobrades irrespeta la inteligencia de los electores.

Colombia necesita un gobierno que delinee la ruta de la prosperidad, una propuesta política que se identifique con el anhelo de seguridad, liderazgo pacifico e inteligente que sin incendiar el núcleo social sea capaz de dialogar y construir nación con amigos y opositores. Charlatanes, populistas, hablan de cambio y vivir sabrosito, pero es lo último que tendrán en mente si el resultado en las urnas no los favorece, enrarecido ambiente que han tejido denota que están listos para tachar de fraude y corrupción la participación masiva de un grueso de la población que no comulga con lo que la izquierda representa. Mayor prueba de la incoherencia que acompaña al pacto por Colombia está en el descubrir que acabaron con medio país por una reforma tributaria de 20 billones y ahora el flamante líder de los humanos propone una de 50 billones para medianamente respaldar la promesa de igualdad subsidiada que atomizará la economía colombiana.

El país está ávido de un gobierno liderado por quien garantice preservar la democracia, estadista comprometido con fortalecer a las fuerzas militares para brindar a los ciudadanos seguridad y orden. El crecimiento económico, la protección de la propiedad privada, el fortalecimiento empresarial, son base fundamental de un sistema democrático que propicia seguridad a la industria para generar empleo y dinamizar la recuperación de una sociedad golpeada por el confinamiento y las consecuencias que trae consigo la recesión mundial. Entorno de crisis exalta la urgente necesidad de ejercer el derecho al voto con conciencia y responsabilidad pensando en el país, la familia y la gente trabajadora, una sociedad que no cree en blasfemias será la que pueda trabajar unida para seguir construyendo el hermoso y espectacular país que es Colombia y muchos no valoran. Responsabilidad de los empresarios con la economía es diametralmente proporcional a la que tienen la sociedad con el voto para promover el desarrollo de la nación democrática.

Caer en el encanto de falsas promesas diluye la posibilidad de escoger a quien tenga la seriedad de tomar las riendas del país sin odios, ni rencores. El momento social de Colombia exige dejar de lado la polarización y centrarse en trabajar por la transformación que se necesita. Decir que la culpa de todos los males es de quienes profesan una ideología de derecha conlleva a preguntar qué ha hecho la izquierda en muchos años para corregir el rumbo de la nación, tan malos son los unos como los otros; la corrupción, la mermelada, el transfuguismo, los actos indelicados, la usencia de ética tiene ejemplos icónicos en cada corriente y cada movimiento tiene mucho por decir. Quien goce de una propuesta seria, realizable bajo el respeto a la Constitución, con orden y oportunidades para los colombianos, será quien demarque su camino a la presidencia con un programa que permita la construcción de un escudo social, austero y decoroso, para afrontar la coyuntura del momento.

Riesgo de caer al abismo está a la vista, mito del Castrochavismo, la expropiación, y demás males que acompañan al socialismo del Siglo XXI, toma carrera en Colombia a consecuencia de unos mezquinos sujetos que caminaron en campaña de la mano de Iván Duque Márquez y luego se dedicaron a torpedearlo hasta conducir al país a la sin salida en la que ahora se encuentra. Desde el ingenio de la elocuencia en la izquierda hoy aseguran que Colombia no es una Venezuela, discurso similar, por no decir que igual, al que tenía Hugo Chávez en 1998 para afirmar que Venezuela no era Cuba, o el que Fidel Castro empleó en 1976 para manifestar que Cuba no era la Unión Soviética. En política hay que tomar decisiones y en su mano está el apostar por la unidad o el transitar por un pacto histriónico que nada bueno trae consigo, tan peligroso es un gobierno de extrema derecha como uno de extrema izquierda, por ello se debe buscar la coherencia y optar por una apuesta política que garantice los derechos humanos, el disfrute de las libertades y una visión socioeconómica segura.

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