Los números del Senado y la Cámara son aterradores cuando se miran al detalle. Según datos de la Registraduría para Senado votaron a nivel nacional 17.530.841 colombianos mayores de 18 años, lo que equivale al 45,15 por ciento de los habilitados que fueron 38 millones para estas elecciones. Es decir, el 55 por ciento de las personas que pudieron hacerlo, no cumplieron con el compromiso democrático.

¿Por qué después de 200 años de República, esta irrespetuosa y absurda abstención no ha sido superada? ¿Por qué se repite parecida la misma cifra hace cuatro, ocho, doce o dieciséis años?

Sigamos con los números, en medio de este alto abstencionismo, y para que se entienda bien: de cada 10 colombianos, 5 o 6 no votaron. O, mejor dicho, sólo 4 depositaron su voto. Pero como el mal no tiene límite, de estos 4, 3 no lo hacen bien y su expresión democrática resulta inválida.

Hubo gente que fue al puesto de votación, a la mesa asignada y un jurado le entregó el tarjetón, me imagino que fue hasta el cubículo de cartón, tomó el esfero y luego depositó el voto en la urna, pero sin marcar. ¿Alguien puede explicar por qué? No entiendo. ¿Será acaso un voto en blanco que no es un voto en blanco?

Está alucinante acción se repite al menos 521.049 veces, lo que equivale a un 2,97 %.

Por si fuera poco, se anularon otros 730.831 votos sólo para el Senado, lo que equivale al 4,16% del total. Son votos que no fueron bien marcados o llenados correctamente.

Nos debería asustar que haya formas de anular el voto, es una contradicción. ¿No lo cree?

Tampoco podemos dejar por fuera a los qué sí votan en blanco, como si fuera una lista o candidato, una legítima expresión de completa insatisfacción, la cifra también es muy elocuente: 1.056.670 votos.

Finalmente, la resta nos da un resultado interesante, sorprendente: 20.885.126 personas no votaron.

Evidentemente, la democracia en Colombia, a pesar de lo que unos y otros dicen, sigue en cuidados intensivos.

Votar es un derecho y también un deber. Una conquista de la humanidad después de tantas guerras y dolor, pero minimizada y ridiculizada hasta en broma cuando se dice que tal responsabilidad se vende por una empanada, un tamal, unas tejas, algunos bultos de cemento o cincuenta mil pesos.

Vender el voto es como vender el futuro y el destino a la suerte.

Se llega a la conclusión de que nada de lo que tenemos es bueno para el país. No nos gustan los partidos, no nos gusta la gente que aspira, no nos gustan las instituciones, al contrario, nos desagradan.

Y lo digo sin miedo a equivocarme porque los números muestran que hay más gente que no vota que la que vota.

Si se apreciara la forma en que se hacen las leyes, la elección y las personas que alcanzan estos cargos de representación, la gente acudiría a las urnas con una disposición diferente.

Aunque la mayoría de los candidatos toman como lema la palabra cambio, estos números que se repiten elección tras elección demuestran que ese “cambio” del que tanto hablan no existe.

Desde la Constitución del 91, la elección para elegir el Senado y la Cámara está enferma. No puede ser que el porcentaje de abstención y anulación de votos siga siendo tan alto.

Esta cita a las urnas por su importancia, aunque algunos argumenten lo contrario, está prevista en el calendario cuatrienal de votación para elegir un nuevo Congreso, pero se desvirtuó con las consultas.

De hecho, las estrategias, precisamente a partir de estas consultas, consistieron en amarrar el voto de la consulta a la lista a la Cámara y al Senado. Sin embargo, no sucedió. Simplemente puede revisar los números sobre el tema.

La lista al Senado y Cámara del Pacto Histórico obtuvo casi 3 millones menos de votos que la consulta. Y eso que fueron los que más sacaron.

La elección al Congreso es, en mi opinión, más importante que la del Presidente. No importa cuánto quiera hacer el mandatario de turno si la legítima representación de la ciudadanía que es el congresista decide no acompañarlo en sus iniciativas.

La gente se queja y se queja y se queja. Malinterpreta el poder Legislativo y hasta lo odia, pero, aun así, la apatía y la falta de compromiso del ciudadano nos deja en el mismo lugar.

Los elegidos tienen la inmensa responsabilidad de definir los temas más complejos para el futuro de cada uno de nosotros.

El próximo presidente tendrá dificultades para hacer acuerdos. Si es de izquierda no hay mayoría, si es de derecha tampoco. Pero de ambos lados tendrá la oposición más fuerte, más consolidada y más infeliz. Esto nos deja con una imagen aún más sombría que las consecuencias que nos ha dejado el Covid.

Con estos resultados, surge una sola pregunta: ¿debe ser obligatorio y electrónico el voto, como derecho y deber, para evitar todo esto?

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.