Pero en esta realidad prácticamente mecánica, insalvable, en ese mecanismo pendular siempre presente en cualquier comunicación, más allá de la objetividad de la política y la opinión, hay un factor que determina la calidad, la intensidad y el cuerpo mismo de la información: el sujeto activo de la comunicación, la persona humana con todos sus conflictos, con su entorno, sus determinaciones ideológicas, culturales, estéticas y éticas.

En otras palabras, detrás de los macroconceptos de la comunicación, que a su vez se cambian o se dejan por concepciones ideológicas y políticas está el hombre, el periodista.

Quienes comunican son los periodistas y en ellos viven de hecho los conceptos, los preconceptos, las ideas, los raciocinios a priori o a posteriori, los métodos científicos y las relaciones afectivas o intelectuales con la política y los políticos.

Todo ello causa sin duda, una intencionalidad en el periodista, el deseo inconsciente de favorecer o perjudicar con la información. De hecho el periodista, por serlo, siempre tendrá relaciones públicas, obvias o implícitas.

Siempre bailará en los territorios de la fauna social, entre el sapo, el lagarto, el perro u otros tantos mamíferos que se convierten en apodos en las salas de redacción. O bien permanecerá en otros territorios menos animales, en la reflexión, la valoración de los contenidos informativos y en consecuencia en un estadio de conciencia en el cual se asuma la condición de ser parte de la política pero con libertad e independencia de criterio.

Los periodistas son, por fuerza, modeladores de la conciencia o de la inconsciencia colectiva, reduciendo la categoría de opinión a lo que acallar o a lo que confunde, a lo que libera o a lo que sojuzga. Y una u otra forma de relacionarse con la profesión, con el trabajo cotidiano, con el medio mismo, con la política y los políticos, con la opinión, depende exclusivamente de la formación personal. Allí lo que define todo es el sujeto que edita, escribe o narra su forma de ver el mundo. Desde luego, paralelamente vive en él las macro estructuras, los dueños y directores de los medios, el poder político, los demás poderes, que lo estimulan, lo condicionan o lo liberan y que ejercen presiones e influencias sobre el individuo periodista.

Depende del individuo, del trabajador de la comunicación y de su formación académica o estrictamente personal, como en el caso de los llamados empíricos que poco a poco empezamos a desaparecer, que la labor de comunicar produzca conciencia personal o colectiva o por el contrario todo tipo de condicionamientos castradores, desde el condicionamiento político hasta el muy grave condicionamiento moral y cultural.

La transparencia personal es un ingrediente básico en le periodista para que pueda comunicar didácticamente democracia y libertad. La oscuridad personal, a mi juicio, solo produce desinformación, equívocos y restricciones colectivas o falencias éticas.

En la transparencia viven las ideas, en la oscuridad mueren. Las sombras mentales son fogones donde se cuece la violencia y el irrespeto por los derechos de los demás. La democracia debe ser informativamente total. Lo contrario, así parezca un juego de palabras, es totalitarismo.

En Colombia no existe un código ético ni mucho menos una legislación, que señale los campos de acción del periodista, permita y a la vez restrinja, para garantizar la limpieza informativa y la ecuanimidad personal del trabajador, del oficio de hacer la historia cuando está sucediendo. Allí están para los interesados los códigos de ética de las agremiaciones periodísticas y hasta las disposiciones de carácter coercitivo legal en otros países, para impedir y ser juez y parte de la opinión y de la política.

Sería bueno reflexionar al recordar lo anteriormente expuesto, sobre un valor de uso en la profesión de periodista: la objetividad.

Para el periodista la realidad, porque se debe a ella y con ella trabaja, no puede ser personal, subjetiva, sino por el contrario absolutamente colectiva, porque no sectoriza sino que abarca todas las instancias, diversidades y posibilidades de un colectivo, de una nación o una sociedad.

Y esa allí donde hay un guion de unión que puede convertirse en una fórmula de acción en el trabajo cotidiano y en la reflexión. La realidad es colectiva y la objetividad es colectiva. Entonces, a través de lo colectivo, se puede empezar a descubrir una realidad objetiva, ajena a las influencias y a las manipulaciones.

El político transforma la sociedad, la conduce a su modo. El periodista también lo hace pero no interfiere en los procesos objetivos de la realidad. Ahí está quizá la diferencia filosófica definitiva entre el uno y el otro. A veces, mea culpa, hemos intervenido en esas realidades, narrando con más acento una forma de ver el mundo.

Pero ¿hay un desequilibrio cuando una expresión periodística independiente de los medios hegemónicos, representa el dos por ciento de la audiencia, frente 98 por ciento de la audiencia cautiva, manipulada y castrada por los grandes medios?

No. Me refiero claramente al caso de Canal Capital en el período Petro. Y sobre todo a quienes desde allí utilizamos el género no objetivo de la opinión, diciendo de frente y sin engañar, que lo nuestro no era noticia objetiva, sino una opinión.

De otro lado la objetividad, tomada así no más, como palabra manida y de uso cotidiano en las salas de redacción, no puede ser reducida a manuales, a teorizaciones grandilocuentes, a normas y leyes obvias de quienes detentan el poder de los medios, en un país como el nuestro, donde la cultura en toda su extensión es absolutamente diversa; la objetividad no puede ser una, plana y chata.

Está hecha de todos los relieves. Sería una si el país fuera uno. Pero la objetividad en nuestra nación es como la geografía, variable, policlimática, inclusive contradictoria, que se niega y se afirma al vaivén de los acontecimientos. Si no se entiende el contexto cultural de un país en formación, que busca su identidad, se escapa también lo objetivo, o lo múltiple si se quiere, de las tantas veces mentada objetividad.

Es allí, en una concepción moderna dentro de la teoría periodística de la objetividad, donde el periodista debe trabajar para no desdibujar partes o el todo de lo real.

El periodista no solo frente a la política sino frente a la información toda y en ella toda la vida, pasada, presente o futura, debe saber ante todo que con su trabajo comunicado al público, se convierte automáticamente en un legitimador de realidades.

Pero quien legitima realidades, por mera contraposición, por mera oposición dialéctica, puede también ilegitimar procesos, personas, realidades.

El periodista frente a la política debe recoger una realidad política legítima, pero no crear legitimidades antojadizas.

Y como consecuencia de la legitimación o ilegitimacion de los individuos o de los procesos, el periodista se convierte de una en un modelador de la conciencia, individual y social.

Gran responsabilidad está, atada a todo el trasunto anterior. La ética es entonces el patrón riguroso que permite modelar esta escultura que es la conciencia colectiva. Por eso el buen juicio y la honestidad son las herramientas, las manos de este periodista que esculpe.

Toda esta carreta conceptual, la considero a su vez válida para la formación académica en las facultades de comunicación, formación que se convierte para el pichón de periodista en su primera relación política. Allí se debe iniciar el proceso de democratización de la profesión, más cuando en las universidades se manifiesta la intencionalidad ideológica y a veces partidista en la educación.

Quienes hemos trabajado durante lustros en la prensa colombiana, conocemos que la democracia informativa, o más bien, la poca que se puede construir, está sujeta a ciclos de apertura y represión. De acuerdo con el talante de los dueños de los medios o con los momentos históricos, se abre o se cierra la libertad no de prensa, pero si de independencia de criterio.

En todo caso, estamos adportas de construir una verdadera democracia informativa. Sin ella no seremos capaces de derrotar ni la corrupción ni la guerra.

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