Sin embargo, el sangriento espectáculo, un símbolo de la masculinidad y la virilidad, ha vuelto con fuerza como uno de los pasatiempos más populares durante el invierno en Afganistán.

El mayor anfiteatro de Kabul dedicado a este deporte se encuentra a salvo tras las ruinas bombardeadas del histórico Darul Aman Palace.

Afuera, los adictos al opio se acuclillan junto a las paredes; adentro, se puede encontrar una mezcla de propietarios de gallos, entusiastas del deporte y corredores de apuestas anotando atentamente todo lo perdido, lo ganado y lo debido.

“Puede que la gente no tenga para comer, pero vienen aquí para apostar”, afirma Muhamad Humayoon, operador de una compañía de telecomunicaciones.

Una vía de escape

No solo se trata de dinero: un desempleo rampante y un conflicto inacabable contribuyen a aumentar el pesimismo sobre el futuro del país, y en ese contexto, pasatiempos como las peleas de gallos -a pesar de su brutalidad- permiten escapar, aunque sea un rato, a esa realidad.

Combates de gallos y de codornices, pero también de buzkashi (una suerte de polo donde los participantes se disputan el esqueleto de un animal decapitado). La crudeza de las actividades de ocio en Afganistán es un reflejo del caos en el que está sumido el país tras cuatro décadas de conflicto.

Al contrario de lo que sucede con las peleas entre hombres, las de gallos se juegan en igualdad de condiciones: las aves se enfrentan por pares del mismo tamaño y peso, con espuelas de un filo similar atadas a sus patas.

Entre ronda y ronda, los propietarios arropan a sus protegidos en chales de lana y les inyectan bebidas energéticas en el gaznate. Otros limpian delicadamente sus heridas.

A veces hay que practicar un poco de cirugía improvisada, desde pegar un pico partido o coser plumas hasta sacar la sangre que se coagula bajo la piel del cuello. Y, mientras, los vendedores ambulantes se abren camino entre la multitud, repartiendo huevos duros o guisantes secos salados.

Controversias

A veces, a los gallos de pelea son los que mejor tratan en las familia. “Los alimentamos con todo lo que no nos podemos permitir comer nosotros: granadas, carne asada, semillas, almendras, pistachos”, explica un propietario de 29 años.

El entrenamiento empieza a la más tierna edad y se hace de todo para que los emplumados combatientes ganen. El propietario muestra a la AFP cómo hace correr a lo suyos alrededor de la jaula de una gallina para mejorar su rendimiento. Como los hombres, los gallos tienen tendencia a mostrarse más disciplinados delante de las mujeres, bromea.

Pero los gallos de pelea pocas veces superan los tres años. En general, no luchan a muerte, pero pueden quedarse ciegos por las heridas o sucumbir a hemorragias.

Las peleas de gallos son “ilegales en numerosos países”, y Afganistán debería “seguir el mismo camino”, considera Jason Baker, de la asociación de protección de animales Peta:

¿Qué dice de la humanidad que un estadio entero aplauda con entusiasmo la muerte de un animal inocente?”. 

Pero, en Afganistán “esto forma parte de nuestra cultura. Incluso en la época de los talibanes, había peleas secretas”, apunta Karim Langari, un viejo aficionado.

Las peleas degeneran a menudo en tiroteos o enfretamientos con arma blanca si se han dado trampas o hay desacuerdos, para mayor gloria de los espectadores.

Para algunos, las peleas de gallos son también una cuestión de orgullo. “Nada me enfada tanto como que un gallo pierda sin pelear”, dice el propietario de 29 años, cuyo gallo solo ha dado unos cuantos golpes de ala antes de largarse. Jura que acabará en la cazuela. “No es una cuestión de dinero, es una cuestión de orgullo”.

Por Anuj Chopra – AFP

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