En las postrimerías del 2016 a través de las redes sociales se ha gestado con mediano fervor una campaña para promover la posibilidad de que una mujer ocupe por primera vez la presidencia de Colombia, una idea con visos de utopía en un país marcadamente machista y homofóbico, si tomamos en cuenta que la candidata postulada a esa dignidad es la actual senadora Claudia López.

Claudia Nayibe López Hernández, de 46 años, es graduada en Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia, cuenta con una maestría en Administración Pública y Política Urbana en la Universidad de Columbia en Nueva York, ha sido columnista en la Revista Semana, El Tiempo y La Silla Vacía, entre otras distinciones.

Su discurrir en el mundo político la ha perfilado como una enconada y aguerrida mujer que enarbola con convicción y vehemencia la bandera contra la enquistada corrupción en nuestro país y defiende con saña los derechos de las minorías, en pocas palabras Claudia López no tiene pelos en la lengua para decir las cosas y es la piedra en el zapato para muchos colegas que la han catalogado de “loca, payasa”.

El noviazgo que mantiene la actual senadora con la representante a la Cámara Angélica Lozano Correa fue en 2014 la flecha venenosa con la que demandaron su investidura basados en la ley que prohíbe que sean congresistas por un mismo partido político, dos personas que tengan una relación permanente.

“Ni un dedo hace una mano, ni una golondrina verano””, para muchos la senadora por la Alianza Verde lucha inútilmente contra la corriente y más temprano que tarde terminará “enmermelando” sus derroteros de lucha o saldrá como pepa de guama de la política, abrumada por la impotencia de estar inmersa en un medio desahuciado por la metástasis de la corrupción.

Sin embargo, se abre la posibilidad para que la senadora López se convierta en candidata a la Presidencia por la Alianza Verde para las elecciones del 2018 y quien quita nos dé una tremenda sorpresa y alcance el triunfo enfrentada a la poderosa, maquiavélica e inescrupulosa maquinaria política colombiana.

El solo vaticinio, disparatado e inconcebible para muchos, suena como música celestial para todos los compatriotas que estamos hasta la mollera de la campante y por ahora imbatible corrupción, esa que carcome ante nuestra apática mirada todos los estamentos que sostienen milagrosamente este terruño que nos vio nacer y donde tiene más trascendencia un partido de fútbol, las travesuras eróticas de Esperanza Gómez o las babosadas de un youtuber.

En américa latina a lo largo de 40 años, solo diez mujeres han alcanzado la dignidad de ser presidentas, entre las que se cuentan Isabel Martínez de Perón, Lidia Gueiler Tejada, Janet Rosemberg Jagan, Violeta Chamarro, Rosalía Arteaga, Mireya Elisa Moscoso Rodríguez, Laura Chinchilla, Cristina Fernández de Kirchner, Dilma Rousseff y Michelle Bachelet.

Que en Colombia tengamos una presidenta con pantalones de tendencia lesbiana con los suficientes cojones para hacerle frente a la corrupción, es por ahora una utopía, misma que de repente y pese a todos los miles de escollos en contra, si esa apática masa de colombianos quejosos que por X o Y motivos nunca han sufragado o desistieron de hacerlo,  por fin se pellizcan en el  2018 y junto a esa masa de reverberante juventud que cuestiona, reflexiona y se expresa  con vehemente indignación  en redes sociales, al unísono  consensan que ya es hora de darle un radical viraje al rumbo de este país, lo que hoy suena para muchos utópico, descabellado y hasta amoral, puede ser una realidad que edifique un cambio contundente para las generaciones venideras.

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