Ciertos convencionalismos arraigados en la sociedad latina en torno al matrimonio, configurado este, ya sea ante un sacerdote o juez, incluso también aquellas relaciones que se erigen mediante un sencillo pacto entre los involucrados, sin papeles o juramentos sacros de por medio, han cambiado radicalmente con el correr del tiempo, al punto de que algunas de estas parejas estilan hoy estar juntos, pero no revueltos.

El que una pareja determine vivir en casas separadas, pese a estar casados o en unión libre, resulta para la gran mayoría algo inconcebible y hasta descabellado, y catalogan esa determinación como una sinvergüencería sin pies ni cabeza, una especie de adicción al “noviazgo vitalicio”, sin compromisos prevalentes que fortalezcan los cimientos de la familia que se ha constituido.

Sin embargo, para esa minoría, la que quiere conservar su propio espacio, en el que su pareja entrará cuando ambos así lo determinen, el poder gozar de esa privacidad y vivir sin aprensiones de ninguna clase lo tachado como un supuesto “noviazgo vitalicio”, brinda una dinámica peculiar a ese matrimonio, al que rara vez atosigara la monotonía y contrariamente mantendrá vívida la expectativa del venidero reencuentro, oportunidad estratégica para la simbiosis de los dos mundos, sin conatos de una invasión permanente y cuyo escudo protector será la confianza y el amor que prevalezca entre ambos.

Hoy en día muchos esposos que están juntos, pero no revueltos, manifiestan los plácemes de dicha determinación y aunque lleguen los hijos, el esquema continúa tal cual, sin afectaciones de ninguna clase para ellos, contrariamente les resulta fascinante gozar de dos entornos familiares y a medida que los niños crecen, pueden estos determinar en cuál vivir de manera permanente o foránea.

Para los tradicionalistas, pese a todos los entrecejos de la convivencia en pareja, estos nuevos patrones que empiezan a estilarse de manera más abierta, consideran que nunca desplazarán al matrimonio clásico. Se requiere mentalidad abierta y cierto grado de madurez para asumir la determinación de estar juntos, pero no revueltos.

Si alguien me pregunta algunas de las ventajas que se tienen viviendo a parte de tu pareja, podría mencionar algunas, por ejemplo, que no aguantarán tus malos hábitos, ni soportaras los de la otra persona, tu rutina no estará sujeta a los tiempos de tu pareja y consecuentemente la tuya no afectará a la otra parte y algo muy beneficioso es que las desavenencias y peleas se reducen a su máxima expresión y aparte de todo, te librarás de esas visitas a veces tediosas de suegros, cuñados y demás parentela política que suele husmear y entrometerse en la relación.

Podría agregar que los reencuentros son una delicia elevada a la quinta potencia y contrario a lo que muchos podrían suponer, la actividad sexual no se verá menguada por el hecho de no dormir juntos todos los días, creo que hasta es más frecuente que la de los matrimonios convencionales.  Como dice mi madre, “al que le gusta le sabe”

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