“Que tus decisiones reflejen tus esperanzas, no tus miedos”: Mandela

Hay todo un universo por descubrir detrás de las consecuencias de los acuerdos logrados entre el Gobierno y las Farc, los cuales develan varios mundos posibles detrás de esas letras, y en cualquier caso, dependiendo de la dinámica, los resultados podrán ser positivos, o en el peor de los escenarios, nefastos.

Ni los del “no” pueden garantizar que esto será una hecatombe, ni los del “sí” pueden prometer el paraíso a la vuelta de la esquina.

El tema central, por el que se han suscitado cualquier cantidad de encuentros y desencuentros, gravita alrededor de si realmente se va a lograr una paz “estable y duradera” mediante estos acuerdos, entre otras cosas porque la desconfianza que genera el papel es gigante, y porque los solos acuerdos no garantizan la paz.

El punto neurálgico, más allá del texto, es la implementación del mismo, la puesta en escena de los seis puntos acordados que, al menos desde las buenas intenciones, buscará saldar la gran deuda del Estado con el agro, causa y consecuencia de muchos episodios del conflicto en el país; hacerle frente al problema del cultivo y la comercialización de drogas ilícitas; la reparación de las víctimas y la promesa de no repetición; el cese al fuego y la dejación de las armas; así como la garantía de un espacio político para las Farc y los mecanismos de verificación, implementación y refrendación de todo lo acordado.

Y eso, que se recoge en poco menos de 300 páginas, es lo que los colombianos estamos llamados a defender, no solo en las urnas, sino también en la práctica, en el marco de los años que se aproximan, que serán los que podrán juzgar con sensatez nuestra elección. Es cierto que hay concesiones incómodas, que para ser simplemente unos “criminales”, como muchos los ven, son excesivamente irritantes, como las garantías en materia política, o las condiciones especiales bajo las cuales serán enjuiciados.

Sin embargo, si nos detenemos por un momento a mirar hacia atrás, descubriremos que experiencias como el exterminio de la UP, o la persecución de los desmovilizados del M-19, no son la mejor carta de presentación de un Estado que, también, ha generado y reproducido la violencia. Además, si somos capaces de comprender que desarmar a las Farc como organización guerrillera representa, en el fondo, una derrota simbólica a quienes en más de 50 años no pudieron llegar al poder por las armas, teniendo que admitir que, efectivamente, esa no era la vía, también somos capaces de entender este proceso en clave de las bases del país que estamos llamados a construir, y no solo en la lógica de la inmensa deuda que llevan a cuestas las Farc.

Son necesarias, por incómodas que sean son necesarias ciertas concesiones a estas alturas del partido, sobre todo si somos capaces de entender que no podemos pretender desarmar a un montón de “peludos” y abandonarlos en el camino de regreso a la vida civil, y más cuando la inmensa mayoría lo único que sabe hacer es empuñar un fusil. Y si vamos a ser sinceros, aunque nunca van a dejar de ser reprochables muchos actos de las Farc, es importante admitir también que, muchos de esos que hoy hacen parte de las filas de esta organización guerrillera han sido víctimas de los círculos de miseria, falta de oportunidades e injusticias de nuestro país también.

Y a pesar de todo, con los aciertos y desaciertos, en aras de ser optimista frente a lo que viene, acompaño con profunda esperanza los acuerdos logrados entre el Gobierno y las Farc, no porque crea que el 3 de octubre nos vayamos a despertar en “Utopía”, el país ideal de Tomás Moro, sino porque los veo como una oportunidad para avanzar en temas que históricamente ha sido imposible ponernos de acuerdo. Generar paz va más allá de un “sí”, la paz se alcanza cuando logremos hacerle frente a la desigualdad, la pobreza, la falta de oportunidades, las injusticias, y todas esas circunstancias que han gestado la guerra en Colombia.

El gran reto, con todo y sus costos, es si somos capaces de construir la paz al ritmo de un proceso que dure años, probablemente décadas, entendiendo la lenta dinámica de las transformaciones sociales. Por eso, y a pesar de los que ya no están, el mundo de los que hoy son vulnerables a las dinámicas de la violencia no puede sucumbir al impredecible universo de un fracaso más, se hace necesario dimensionar el papel de las víctimas.

Si para algunos es insólito que “se le entregue el país a las Farc” en 297 páginas, para otros es insólito imaginar que en 297 páginas caben, de cierta forma, esas diferencias “irreconciliables” que causaron tanta sangre y dolor por más de 50 años.

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