Las propuestas con las que Donald Trump ganó las elecciones presidenciales en EE. UU. el pasado 8 de noviembre, para algunos analistas pueden estar desfasadas en más de 40 años, pues a la mayoría blanca trabajadora industrial que fue la que apoyo al candidato  republicano se le debía haber tenido en cuenta desde esa época, que fue cuando las grandes transnacionales norteamericanas en contubernio con la camarilla del partido comunista chino trasladaron las factorías para el país asiático, superexplotando a los trabajadores, repartiéndose la plusvalía y creando una aberrante flexibilización laboral que se extendió a nivel universal afectando a muchos países, con lo cual se fortaleció el modelo neoliberal.

La élite china sabía hace 4 décadas que el socialismo basado en el marxismo-leninismo era un rotundo fracaso, por ello para conservar el poder político, en lo económico implementaron el libre mercado con un sistema de capitalismo salvaje.

En Latinoamérica por su atraso ideológico, los alucinados izquierdistas especialmente los marxistas de distintos pelambres, se desgañitan denunciando el neoliberalismo, pero desconociendo su origen e ignorando que sus correligionarios chinos son responsables del surgimiento de ese modelo. También, por mala fe, pasan por alto que la región desde hace muchos años dejó de ser vital para el “imperio” y por eso el llamado “patio trasero” que tanto mencionan, no existe, porque simplemente observando a los candidatos norteamericanos en la pasada campaña electoral, nos damos cuenta que poco hicieron mención a la región, y únicamente la tuvo en cuenta  Trump para proponer la construcción de un muro en la frontera con México para frenar el paso de ilegales.

Hay que recordar que a principios de la década de los 70 del siglo pasado, las principales factorías estadounidenses buscaron que los países de Latinoamérica se convirtieran en grandes fábricas con mano de obra calificada y barata para sustituir los costos laborales que habían en EE. UU.,  lo que se denominaba el “plan básico” pero por las condiciones difíciles de varias naciones eso no se pudo llevar a cabo, y las corporaciones apoyadas por el capital financiero optaron por la China, con las consecuencias que hoy conocemos para la masa trabajadora en EE. UU. y el mundo.

El electo presidente Donald Trump durante su administración tendría que recomponer todo ese engranaje industrial y financiero de tantos años, que ha perjudicado al trabajo, y por ello su rechazo a los tratados de libre comercio, a los ilegales y a la inversión en otros países, por lo cual Latinoamérica caería aún más en el olvido, a no ser por temas como los del narcotráfico y la seguridad nacional.

Para el caso de Colombia la lucha contra las drogas habría que replantearla ya que si en el país del norte se exacerba el chovinismo, las naciones cuyos delincuentes producen y trafican la droga podrían pasarla muy mal, de la misma manera el fortalecimiento de la lucha en contra del terrorismo tendría en calzas prietas los acuerdos de La Habana entre el gobierno y las Farc, por ello se buscaría acelerar la firma de los mismos.

Si en la presidencia de Donald Trump se anula el TLC de América del Norte (Nafta) conformado por EE. UU., Canadá y México, eso se convertiría en un descalabro para la economía del país azteca. Pero si además se retira del Acuerdo Transpacifico de Cooperación Económica, conformado por 12 países de la cuenca del Pacífico perjudicaría en Latinoamérica a Chile México y Perú, y si a eso se le agrega que el gobierno de Trump le da por derogar los tratados comerciales firmados con diferentes países, hay que pensar en una nueva recesión mundial de enormes padecimientos para la humanidad.

Dos países que estarían en el ojo de huracán en la próxima administración estadounidense son Cuba y Venezuela, cuyos regímenes comunistas han sido hostiles hacia EE. UU., a pesar de  que  la administración saliente de Obama restableció las relaciones diplomáticas con la dictadura de los Castro, que se aferra tercamente al marxismo cuyos fracasos políticos, económicos, sociales, antropológicos e históricos en el mundo son patéticos.

En cuanto a Venezuela, no sería raro que en la administración de Trump se les prohíba a las compañías petroleras gringas comprarle a Venezuela los cerca de 800 mil barriles de petróleo diarios, lo que provocaría una catástrofe de consecuencias impredecibles para el país hermano.

A raíz del triunfo de Donald Trump, se habla de un populismo de derecha, diferente al populismo de la llamada izquierda en Latinoamérica. En la primera potencia del mundo el populismo se podría tomar como algo pintoresco e histriónico por motivos electorales, pero el populismo izquierdista marxista en casos como el de Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, lo primero que se pone en peligro es la comida de la población, porque el comunismo constituye una verdadera tragedia para nuestros pueblos, así se ponga cualquier máscara.

En caso de que el futuro gobierno del país del norte se cierre al exterior, América Latina debe de repensar su rol en la política mundial, y por ello no sería un despropósito impulsar una autentica integración entendida por objetivos pragmáticos, eso sí rechazando toda esa bazofia del comunismo totalitario  respecto a la manipuladora “unidad” con la que ha pretendido crear la Unión Soviética Latinoamericana como lo intentó el desadaptado de Hugo Chávez, que por ser un nostálgico de la guerra fría se quería convertir en esta región en el redentor del marxismo leninismo, defenestrado en Europa con la caída del muro de Berlín, buscando recuperar  del basurero de la historia los desechos abominados en el viejo continente.

Para que Latinoamérica logre de una manera seria una integración económica y posiblemente política, en primer lugar hay que repudiar el engendro marxista leninista con todos sus disfraces, ya que este ha sido un enemigo de la humanidad, que le ha traído a la tierra grandes desgracias y sufrimientos, entonces cualquiera que sea la actitud del gobierno de Trump hacia la región hay que estar preparados, teniendo siempre presente la autodeterminación de los pueblos y la independencia nacional, fortaleciendo la buena vecindad.

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