Así, aunque se pueda identificar lo que les gusta a las personas según la época en que han vivido, a la larga lo único que se puede concluir es que irse de celebración es un ritual tan antiguo como la humanidad misma.

Con los años las formalidades se han ido derrumbando y los protocolos cambiando, a tal punto que aquello que creíamos “normal” es hoy material de archivo. Si el plan y la compañía son los indicados, da igual una que sea una discoteca, un hangar o la casa del vecino. Si bien hay delicias arquitectónicas creadas para que los espacios y la luz inviten a la fiesta, la rumba de nuestras vidas podría ocurrir en cualquier esquina.

Los bares especializados existen y existirán porque hay puristas de la fiesta que solo se pueden animar en las condiciones adecuadas, personajes a los que si les ponen una canción desconocida se bajonean y les da por irse a casa a dormir, lo que manda la parada es mezclar todo, algo que parece anárquico pero que tiene toda la lógica ya que, paradójicamente, mantiene el cauce de la rumba por donde debe ir.

No es extraño entonces ver hoy lugares con diferentes ambientes separados entre pisos, cada uno con su propia música y decoración. Pasarse entre salsa, reggaeton, rock clásico y discos ochenteros, hoy por hoy es posible.

Lugares grandes o pequeños, iluminados u oscuros, en los barrios más concurridos o en la periferia, ya nada importa. La llegada de la pandemia ayudó a cambiar todo lo que creíamos correcto. Tras dos años de encierro hemos vuelto a inundar las calles, pero no esperamos que nada vuelva a ser como antes, de ahí que las reglas se estén reescribiendo. Lo único que queremos, son ambientes abiertos para sentir que podemos respirar tranquilos y tener un poco de nuestro respectivo distanciamiento social.

Otro tema que ya no respeta manuales ni tradiciones es el de las bebidas, adiós a los puristas del gin, a los académicos del vodka, el estilo ahora es mezclar, pero mezclar bien. Y no hablamos de cocteles tímidos y tradicionales como el Cuba Libre o el Margarita, sino de una verdadera revolución en lo que a sumar ingredientes líquidos respecta.

Y es acá donde entra el whisky, uno de los tragos más populares y cuidados del circuito. Los defensores del whisky de siempre son expertos en apegarse a líneas,  hablan de añejamiento,  son cuidadosos al beberlo en las rocas, y cuando se sienten cómodos le asoman unas gotas de agua, porque para ellos cualquier leve variación podría alterar el orden del universo. Y para gustos los colores, pues creemos que es hora de hacer que el whisky deje de ser un trago tan acartonado y que evolucione con los tiempos. Atrás deben quedar los días en que tomar una botella del bar de los abuelos y mezclarlo con gaseosa es un crimen. Hoy en día se mezcla porque sí, hasta con frutas si se antoja.

Compitiendo codo a codo con aquellas marcas tradicionales, que llevan la bandera cuando se piensa en whisky, aparece Monkey Shoulder, un whisky cien por ciento de malta, pero no de una sola, sino de varias y que no te exige una forma de beberlo sino que te invita a explorarlo, a mezclarlo, a jugar con él.

Si algo aprendimos de la pandemia es que la vida cambia en un dos por tres y de la misma forma que reescribimos las reuniones, las convenciones laborales e incluso las compras, los invitamos a borrar los códigos, las etiquetas y todo aspecto que los limite a pasarla bien, en conclusión, los invitamos a reescribir la noche, de la mano de Monkey Shoulder, cien por ciento malta y hecho para mezclar.

El exceso de alcohol es perjudicial para la salud, prohíbase el expendio de bebidas embriagantes a menores de edad.