Cada ciclo de vida nos lleva a vivir momentos diferentes: en la niñez aprendemos a caminar y a hablar, en la adolescencia hacemos todo lo que esté a nuestro alcance por encajar en un grupo, en la adultez aprendemos a cuidarnos solos y a cuidar a aquellos que ya dependen de nosotros; en la vejez, volvemos de cierto modo a la primera etapa de vida. Sin embargo, hay cosas que ni internet, ni nuestra madre, ni nuestros amigos nos dijeron o enseñaron sobre cada momento.

A continuación, 4 historias reales de personas que nos revelan LO QUE NUNCA NOS DIJERON sobre cada ciclo de vida.

Ser papá primerizo en esta época implica asumir roles que supuestamente eran exclusivos de la mamá. Sin saberlo, los padres de ahora asumimos este nuevo ciclo emocionados y con siete horas promedio de sueño. Ahora, vivimos un sinnúmero de experiencias que al principio son difíciles de sobrellevar, pero que después pueden ser bastante anecdóticas y enriquecedoras.

Han pasado 50 días desde que mi hijo llegó a este mundo y no se imaginan todo lo bueno que he vivido. Algunos dicen que no se duerme, otros que eso es muy duro y yo simplemente estoy esperando a que hierva el agua del tetero para ponerla en el termo. Mientras termina de hervir el agua, puedo escribirles algunos otros detalles de lo que usted no sabe de ser un papá primerizo: 

Hoy no lo voy a desilusionar contándole mi verdad. Al final del artículo usted, seguro, quedará antojado de tener ese tesoro tan sagrado: la familia.

Tener una familia es como ganarse el baloto rebosado, ser el dueño de todas las propiedades del Monopolio o ser el gobernador del Reino en Game of Thrones.

Es hermoso tener con quien compartir los sueños en pareja: construir no la casa de los sueños, sino la que dé el bolsillo. Lo delicioso que es tener siempre la cama calientita por ambos lados del colchón. Compartir la cena. Ayudarnos en las nuevas tareas.

No le han dicho que la familia es el mejor trofeo de la vida. La mejor red social. El más rico postre de Salted Caramel. Que sin duda es la joya más vendida de las ferias de libros, porque incluye todos los géneros: drama, comedia, acción, suspenso y hasta terror.

También tener una familia es olvidarse de su soltería. Hay un nuevo ciclo de vida. Usted, como individuo, deja de ser su prioridad. Así de sencillo. En la mía ahora lo son mi esposo Carlos y mis hijos Guadalupe, de 6 años, y Salomón, de 2.

Varias historias por contar. Por ejemplo, esas largas horas de baño que me daba, dejando correr la regadera y calentándome a punta de agua ya no fueron más.

Si no es Guadalupe preguntándome dónde está el bolso rosado con pepitas rojas y flores azules de la muñeca pelirroja de vestido violeta y amarillo que le regaló la hermana de su bisabuela, es Salomón gritando a todo pulmón que es el gatito malo de Madagascar que se convierte velozmente en un carro de bomberos con luces de policía y tras arte de magia es un carro de basura con ambulancia incorporada pero que prefiere que lo llamen Ryder como el líder de Paw Patrol.

Finalmente salgo de la ducha, seguro, con cara y alma de felicidad. Y justo cuando me dispongo a ponerme la prenda predilecta de mi esposo, me doy cuenta de que me quedó una axila sin afeitar. Y así se queda.

Debo dejar a los niños en el colegio: correr a bañarlos, darles el desayuno, lavarles los dientes, perfumarlos, dejar camas tendidas y encender la lavadora con una de las lavadas de la semana.

Anhelaba rápidamente mi nueva lavadora.

Como ven, tener una familia es tener una montaña rusa real. Días que enfurecen pero noches que reconfortan. Es dejar de darse esos lujos de bolsos a la moda o gadgets de última honda para comprar muñecas y carros. Es ver la nevera con yogures, alpinitos y quesitos pera, pero que ya no son para usted sino para sus hijos. Es donar un pedacito de su closet. Es ver a la esposa con rulos, mascarilla de banano y miel y, aún así, consentirla.

Tener una familia es como el funcionamiento de una lavadora, teniendo presente que la ropa se sucia se lava en casa. Es jugar a los carritos, pero ya teniendo llantas. Es creer que eres una Barbie, sin serlo, obviamente. Es saltar cuerda. Es encender la tostadora a las 10 de la noche para alcahuetear a tu hijo con un pancake. Es enseñarle a tus hijos, desde temprana edad, que cada quien lleva la ropa usada a la lavadora.

No le han contado que tener una familia es reconocer que la monotonía llega. Que algunas veces deseas salir corriendo de casa hasta alcanzar la maratón de Boston. Que muchas veces crees que es más fácil ganar un Tour de Francia que las batallas con tus hijos y que las dificultades correrán velozmente como una Fórmula Uno.

Pero abres los ojos de nuevo, tan rápido como una estrella fugaz, y te das cuenta de que el amor nunca se congela, que tu mente y cuerpo tienen baterías solares, de gas, de leña, de luz y hasta virtuales con extensión de garantía y reparaciones de por vida, con la adición de que siguen funcionando como si fueran nuevos. 

Con una familia vienen los besos sin razón, los abrazos sin preguntas, las miradas sin condición. Un corazón completo destinado para luchar por la felicidad matutina.

No le han contado que con mi familia volví a ser niña, pero con responsabilidad. Que me propuse a aprender lo que por terquedad no deseé. Que logré ver ese ser que se escondía en mí: el paciente, el que todo lo puede, el que todo lo encuentra, el que todo lo pierde pero que, con un juego de cosquillas, guerra de almohadas, el baile del chuchuwa y 3 besos al despertar, me siento el ser más amado, premiado y privilegiado. Ojalá pudieran tener mi familia

Y descubrí que en muchos aspectos es verdad. Dormir abrazando a la persona que amas no se compara con abrazar una almohada. Sentarse en una sala es más confortable que en los cojines del rincón. Abrir la nevera y encontrar leche y huevos es un milagro indescriptible.

Pocas cosas hay mejores que tener con quien hablar al terminar el día, sentir deseos de llegar a la casa que no va a estar vacía y solitaria, ceder a la tentación de no salir en todo el fin de semana. O salir de viaje y regresar a la casa sin sentir que la cama es demasiado ancha.

Me gusta este nuevo ciclo de la vida. Lo que nadie nos dijo es que tanta dicha tiene un precio. Y si no se manejan bien las cuentas, lo más probable es que sobre mes al final del sueldo.

Después de una semana de desayunar y cenar sánduches (de jamón y queso, de queso solo, de atún con mayonesa, de huevos revueltos), llegamos a la conclusión de que debíamos revisar nuestros gastos. Yo me sentía tranquilo: me encantan los sánduches y ella es un genio para organizar las cuentas.

Pero la herencia genética de mis ancestros me llevó a rebelión cuando expuso el remedio a nuestras penas: debíamos hacernos cargo de nuestra ropa. No más servicio de lavado por libras, no más domicilios de prendas limpias, dobladas y planchadas. Lavandería para las camisas de cuello duro, algunos pantalones y las chaquetas elegantes. Todo lo demás, lo lavaríamos en casa.

La noche que tuvimos esa conversación me paré en la raya… y pude comprobar la importancia de haber invertido en un buen sofá. El siguiente fin de semana fuimos por una lavadora. El asesor supo que había hecho una venta cuando nos mostró la que tiene una puerta adicional para meter las prendas que se quedaron por fuera. Fue amor a primera vista.

Con tiempo y algunos tropiezos aprendimos la importancia de separar la ropa blanca y la de color, descubrimos las diferencias entre lavar ropa de hombre y ropa de mujer. Confieso, sin embargo, que todavía hoy prefiero doblar dos docenas de bóxeres que su ropa interior.

No les cuento más porque la máquina ya paró y si cuelgo todo apenas termina de exprimir, me puedo ahorrar horas de plancha.

Tengo 23 años y vivo con mis papás (algo común en personas de mi edad), aunque les confieso que espero volar del nido pronto. No niego que en mi casa la paso de lujo: no tengo que pensar en pagar servicios, estar pendiente de que pite la secadora para sacar ropa o doblarla porque antes de que lo piense mis papás ya lo tienen solucionado.

Pero todo eso no es gratis, pues a la final los papás tienen el control sobre uno y siempre sacan a relucir la famosa frase: “Mientras usted viva bajo este techo…” y ni para qué la termino porque ustedes se la deben saber de memoria.

Así que no veo la hora en que llegue ese día en el que pueda llegar a la casa en la madrugada (o no llegar) sin tener que aguantarme la cantaleta de mis papás, dejar la cama sin tender y que al rato no me estén llamando a regañarme o evitarme peleas con mi hermano porque no me deja sola en mi habitación. 

De ese momento también me ilusiona la idea de tener un apartamento para decorarlo a mi antojo, comprar mis cosas e invitar a mis amigos a cualquier hora sin que importe el ruido que hagamos.

Aunque también soy realista y tengo claro que ese cambio de ciclo no va a ser fácil, pues con la independencia vienen otros problemas, tal como confiesan mis amigos, quienes no la pasaron tan bien los primeros meses…

Después de todo, los contras no son tantos, por lo que no me parece tan grave el hecho de irme a vivir sola. Seguro será difícil los primeros días, los primeros meses, pero tarde o temprano terminaré por acostumbrarme. Por el momento me he dado un plazo de un año para irme de mi casa, así que mientras llega ese día iré ahorrando dinero para que los gastos que trae ese nuevo ciclo no me tomen desprevenida.