Desde pequeños vamos desarrollando diferentes tipos de inteligencia. Con el tiempo nos damos cuenta de que hay personas brillantes para las artes y humanidades; otras, para las matemáticas y la física, y otras simplemente tienen un superpoder para desenvolverse con la gente de una manera fluida y crear vínculos especiales con otras personas. 

Hoy, esa inteligencia va ligada a un tema tecnológico. Los niños nacen con un chip que los adultos hoy no tienen y que han tenido que aprender. Una bebé de 6 meses ya sabe cómo coger un celular, un niño de 10 años sabe más de la interfaz del celular que la mamá y el adolescente tiene más almacenamiento en el aparato que su papá.  

A pesar de que los adultos han tenido que adaptarse a este mundo tecnológico que no espera a nadie, se han dado cuenta de que ser ‘Smart’ les facilita la vida y les ahorra tiempo, sobre todo si se tiene 3 hijos, un trabajo, un hobbie, una pareja y uno que otro amigo. 

A continuación, 3 historias reales de personas que nos revelan LO QUE NUNCA NOS DIJERON DE SER ‘SMART’

Los adultos se compran su propio papel higiénico y los implementos de aseo. La buena noticia: puedo comprar la marca de crema de dientes que más me gusta, la mala: TENGO que comprarla yo, y me tengo que acordar; además, debo sacar tiempo para hacerlo.

Gracias, querido dios de la tecnología, por las aplicaciones de domicilios y por no tener que hablar con alguien, ni explicar que no quiero agrandar el combo por no sé cuántos miles de pesos, ni quiero una deliciosa nada. Pero aparte de mi neurótica forma de tener hambre, también puedo saber exacta y precisamente dónde está mi pedido y cuánto falta para que llegue. No aproximadamente, exactamente; y puedo pedir lo que quiera, lo que necesite, como un batido verde o un cerrajero porque olvidé las llaves. Hay un montón de aplicaciones que hacen que no tenga que comprar escáner porque mi celular todo lo puede. Hoy en día, si no tienes lo que necesitas en tu celular, es porque no has buscado suficiente.

Ahora puedo hacer mercado sin hacer las filas que quitan el tiempo preciado para perderlo en la cama haciendo selección de otro mercado, por Tinder. Pienso que hay un problema todavía no resuelto y es poder comprar la marca que uno quiera y escoger puntualmente un producto. Esto solo pasa en el supermercado físico y a veces está agotado. ¿Se imaginan ustedes que haya un superpoder que haga llegar a la casa eso que no está en la 'app' ni en el mercado al que fueron? Aunque sé que es pedir demasiado, podemos soñar conque el otro dios, el de la pereza, conceda esos deseos para no frustrar los antojos que con tanto capricho hemos cuidado.

Acostarse encima del tendido, llegar tarde o temprano, pedir la comida que te gusta y ser lo menos saludable posible hace parte del trabajo de campo de los primeros meses de vivir solo. Pero los kilos empiezan a subir, la energía a bajar y todo pasa tan rápido que terminas comprando ropa cada 8 días porque piensas que la lavadora lo encoge todo.

La tecnología, sin duda, ha facilitado la procrastinación porque ahora lo puedo solucionar todo desde mi casa y solo necesito los datos del celular o el wifi. Hoy en día, el navegador sabe más de mí que mi mejor amiga, sabe lo que quiero, de qué color y, basándose en las compras que hago, me recomienda productos que llevan incluso el mismo día si haces pedido antes de las 12 p.m.

Yo me siento intimidada. La publicidad miedosamente inteligente basada en la experiencia del usuario me sorprende porque al hacer una búsqueda desprevenida, la nueva manera hace que te salga publicidad de lo que buscaste por todos lados, incluso al correo sin suscribirse, como mera sugerencia. 

Si bien es cierto que tengo una vida mucho más fácil gracias a la tecnología y a la innovación en las formas de mercadeo, también quiero un poco de intimidad, que solo me digan lo que quiero oír cuando lo quiero oír. Siempre me han molestado los consejos que no pido, las visitas sorpresa y el puntico rojo al lado de la 'app' anunciando un correo nuevo que no necesito.

Por otro lado, si encontrara una aplicación que cuando voy al supermercado me recuerde que no he comprado el papel higiénico y que justo hoy está en descuento, mi punto de vista cambiaría. No me molesta que me ayuden a ahorrar, o a cuidarme con comida saludable, o que me hagan la vida mucho más fácil para crear dramas, salir a bailar o tal vez tener una cita con un humano que conocí en la vida real.

Vivir solo es sinónimo de hacerte cargo; si no lavas los platos, se acumulan; si no tiendes la cama, se enredan las cobijas; y si no sacas las llaves tienes que pagar cerrajero. Pero también es sinónimo de no levantarte si no se quiere y de estar con los que quieras cuando quieras, que puedas hacer de ti tu mejor parche y disfrutar los domingos a las 6 de la tarde. 

Tener un hogar inteligente facilita un montón vivir solo: tener una plataforma que te deje ver las películas que quieras y no tener que alquilarlas y devolverlas (como antes), verse una serie como si no hubiera mañana, tener antojos y que te los lleven casi hasta la cama sin tener que aguantar una visita que te haga el favor, escuchar la música que te gusta sin comerciales ni comentarios… Aunque todavía no hay manual para no desperdiciar comida, hay que aprender que la comida se come por temporadas porque no venden la medida para una sola persona y tendrás que comer de eso hasta que se acabe porque se daña.

Desde que soy madre asumí un reto que a lo lejos lucía dócil; pero no. Se necesita de verraquera e inteligencia para enfrentarse al cuidado de un hijo, del esposo, limpiar la casa, hacer mercado, cocinar, lavar la ropa y planchar. 

Y es que nadie nace aprendido. Y así existan algunas sugerencias, la vida de mamá no tiene ni diplomados ni maestría. O se tiene el doctorado experiencial o no funciona. 

Muchas fueron las advertencias dadas por mi madre, abuelas, tías, cuñadas y amigas: “Duerma mientras pueda, porque después de ser mamá no alcanzará a pegar las dos pestañas”, “háblele con palabras claras a su hijo”, “no permita que su hijo duerma en la cama de los papás, eso mata la relación”. 

Pero, a ciencia cierta, puedo decir que la lista se quedó corta para lo que significa ser hoy una madre 'Smart'. Si lo hubiera sabido antes, hubieran sido muchas las horas y el dinero ahorrado además de menos canas y arrugas. 

Por ejemplo, recuerdo que mi hija, hoy de 7 años, solo quería dos cosas en su vida de recién nacida: mis pechos y mis brazos. Literal. Yo como un chupo de niño de 3 años. Razón por la cual, mi baño diurno solo se daba a las 7 de la noche, cuando ya los brazos de mi esposo reemplazaban los míos. Pero ay de que me tardara más de 2 minutos. A grito herido levantaba la casa, casi haciendo honor a aquella canción que dice “esta casa es mía, túmbenla”. 

Así que nada de baños de espuma perfumados para noches románticas. Y no solo el baño marcó diferencia. La casa también quedaba con camas destendidas, platos sin lavar y una olla con pollo sudado aún por estar. Yo no daba para más. 

Hasta que encontré una opción inteligente: un cargador para tener a mi hija pegada a mi pecho y, a la vez, mis brazos libres para hacer el resto de tareas como ama de casa. 

Nadie me dijo, tampoco, que aparte de una pañalera, debía comprar otro bolso para guardar los cientos de recibos del supermercado, de la lavada del carro, de los turnos médicos y hasta del café comprado en el 'drive thru' que una como mamá empieza a guardar, por si acaso. Mi pañalera llegó a tener más recibos de papel que pañales. 

Por fortuna, hoy se implementan los recibos al correo electrónico, donde se es posible guardar el necesario y eliminar los que no lo son. Qué kilo de peso me quité de los hombros.

Otra opción 'Smart' que he aprendido con la maternidad es organizar mi menú semanal de comida y las actividades extracurriculares que tendré que cumplir con los hijos, hábito que me ayuda a distribuir el tiempo y las prioridades.  

Además, hacer mi lista de mercado y pedirla completa a domicilio, cargarla a mi cuenta y listo. No cocino los domingos, gran magia de los restaurantes domingueros que proporcionan espacios familiares para almorzar y disfrutar. Es más, la cocina en casa se cierra el sábado. Adiós cucharas de aluminio y platos de vidrio. Bienvenidos los trastes de cartón desechables. Más tiempo de juegos para mis hijos y arrunchis con el esposo, y menos gasto de agua para el planeta.

Nunca me dijeron que debía inventarme cientos de personajes para complacer a mis hijos. Que debía ser un toro como Ferdinand, que me tocaba bailar como Gloria, la de Madagascar; que debía correr como una ambulancia; y que debía hablar como una Barbie. 

Pero me las arreglé y me inventé un personaje: la vieja Carmen, la manicurista que llega a casa, vestida elegantemente, a arreglarle las uñas a la niña de la casa, para complacerla en su tono feminista. Echada de rulo, crispetas con limonada y uñas brillantes para una tarde majestuosa. 

Nunca me dijeron que debía cuidar como un tesoro mi tiempo. Quien conoce de maternidad sabe que este asunto es de quitarse el sombrero. Nosotras hacemos lo que sea para que nos alcancen las 24 horas del día: trabajamos, cuidamos la casa, educamos a nuestros hijos, estudiamos, hacemos ejercicio y sacamos muy buen tiempo para seguir conquistando a ese hombre con quien compartimos la cama. 

Aunque como nada es perfecto, por más organizado que uno sea hay algo que falla en el día y no tendremos tiempo ni para leerles el cuento nocturno a los hijos, razón por la cual compré una grabadora y les grabé unos cuentos infantiles con mi voz, tal cual como Rosita en la película 'Sing'. Un ingenio hecho a pulso, donde hijos contentos, papás supercontentos. 

Y es que uno de mamá aprende a ser recursivo: utilizar robot de limpieza de casa en vez de escoba; bolsas de tela, en vez de plástico; máquina de moler eléctrica, en vez de manual; patineta para ir al trabajo, en vez de carro particular. Eso sí, lo que nunca podré dejar será la botellita de plástico (vacía) en el carro, para cuando los niños deseen orinar. Un recurso súper 'Smart'. 

Para terminar, nunca me dijeron que los padres no solo soñamos con tener hijos sanos y educados, y esposos decentes y emprendedores. No, señores. 

También he soñado con tener a Aladdín cerca, para suplicarle que me desaparezca y que a mi regreso todo esté  perfecto. También he soñado con tener a la asistente virtual Alexa de por vida en mi casa, para que sea ella quien resuelva ágilmente mi futuro. Y hasta he soñado con que resuciten a la hermana Teresa de Calcuta, para que por siempre me entregue esa paz espiritual que en algunos casos caóticamente hermosos de maternidad es tan meritorio, por la salud mental.

Pero como ninguna de las anteriores va a pasar, seguiré buscando más métodos que me hagan tener una vida llena de ventajas Smart. Por ahora, mi teléfono, mi televisor y mis hijos ya lo son.

Hasta que un día memorable, un amigo me dio la solución. Tan sencilla. Tan brillante. Tan prometedora, que decidí ponerla a prueba con alguien que de verdad me gustaba mucho. 

Fue a la hora del café. Salimos de la oficina para ir al Starbucks que quedaba cruzando la calle. Mientras esperábamos a que nos entregaran el pedido, la miré a los ojos con una sonrisa de triunfador y le solté el reto:

- Te apuesto lo que quieras a que no adivinas dónde vamos a comer esta noche.

- ¿Y que me das si adivino?

- Lo que quieras, estoy seguro de que no vas a acertar.

Luego de pensárselo un poco, me dijo el nombre de un lugar al que nunca se me habría ocurrido invitarla. Entonces fingí mi mejor cara de decepción, y le dije:

- Así no se vale, yo quería que fuera una sorpresa.

- Pues claro que es una sorpresa, cómo sabías que es mi restaurante favorito.

En ese momento descubrí que ser inteligente consiste en saber lo que quiere esa persona que te interesa tanto. Lo que le gusta. Lo que la hace sonreír. Desde entonces, me propuse cambiar. Era evidente que había formas distintas de hacer las cosas. Y que me estaba perdiendo sus ventajas.

Ha pasado tiempo desde aquella exitosa primera cita. Dentro de poco vamos a cumplir un año de vivir juntos. Ella quería un apartamento con terraza. En tiempo récord conseguí uno que tiene dos. Le pareció magia, pero todo el trabajo lo hizo una aplicación inmoviliaria. 

Por supuesto, no sé qué regalarle de aniversario. Pero conozco la solución. Mientras desayunamos, le digo:

- La madre que esta vez sí, no adivinas qué te voy a regalar de aniversario.

Poco a poco hemos entendido que no tiene sentido actuar de forma tradicional. Vivimos en una época de opciones nuevas. Mejores. Más inteligentes. Para qué esperar el bus -que de seguro viene lleno- cuando podemos llegar más rápido y sin contaminar en una patineta de las que abundan por las calles. O viajar con dos libros pesados si podemos llevar mil en un Kindle. 

Ser 'Smart' es un nuevo estilo de vida. Y nos encanta. Cuando no sabemos qué ver en Netflix, exploramos sugerencias basadas en lo que nos ha gustado. Ansiamos tener una nevera que nos recuerde cuándo hacer mercado. O una cafetera que podamos activar desde el celular cuando volvemos del trabajo. Por lo pronto, planeamos comprar una aspiradora robot. Que se encargue ella sola de mantener la casa limpia.