Premios “Ciudadanos con Buena Energía” es una iniciativa que busca reconocer a los bogotanos que dejan huella en la vida de otros a través de sus obras sociales.

El Grupo Energía Bogotá realiza su tercera edición de los  Premios “Ciudadanos con Buena Energía”, una iniciativa que busca reconocer a esas personas que a través de acciones desinteresadas y anónimas contribuyen a mejorar la vida de los habitantes de esta ciudad, especialmente de los más vulnerables. 

En la convocatoria se inscribieron más de 100 personas con historias sobre experiencias profundas que han marcado positivamente la vida de miles de ciudadanos.

Luego de una ardua tarea de evaluación, se eligieron 10 finalistas que se destacan por su aporte social; a continuación usted podrá conocer las historias de estos personajes.

El próximo 3 de diciembre, estas 10 historias inspiradoras participarán por tres galardones en la Tercera Edición de Los Premios Ciudadanos con Buena Energía del Grupo Energía Bogotá. Todos ellos, demuestran que en Bogotá existen muchos ciudadanos que brindan energía a otros seres que necesitan un poquito de amor.

Desde hace 10 años, Rodrigo Meléndez asumió el rol de ser el doctor de los habitantes del Bronx. “Todo comenzó porque tenía mi consultorio en el centro de Bogotá y por este sector hay muy pocos médicos. Muchas veces al salir de trabajar a las 7 de la noche, me encontraba en el parqueadero con alguna persona que estaba esperándome porque tenía un dolor”, cuenta Rodrigo.

Quienes llegaban hasta allí en busca de su ayuda, no tenían cómo pagarle, ya que en su mayoría era gente muy pobre. Pero para él no era inconveniente.

“Un día, una de estas personas me dijo que me pasara por ‘El Bronx’, ya que en este lugar había mucha gente que necesitaba ayudar. Estando allá me encontré con muchas necesidades y pobreza, por lo que empecé a ir cada domingo para atenderlos”, continúa Rodrigo.

Hace unos años le propusieron que estuviera al frente de un CAMAD (Centro de Atención Médica a Drogodependientes) y aceptó. Sin embargo, esto no les gustó a las bandas criminales que controlan el sector, por lo que al cabo de un tiempo de operación, incendiaron el lugar.

Así que continuó su labor, pero en una unidad móvil, en la que se desplazaban por ‘El Bronx’ y por la periferia. Cuando comenzó la alcaldía de Enrique Peñalosa, lo vincularon al Idipron (Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud), donde trabaja atendiendo a los habitantes de calle menores de 29 años, para que puedan acceder a una mejor opción de vida. 

Rodrigo  concluye diciendo que con este trabajo desinteresado entendió que ser médico va más allá de conseguir recursos económicos y por eso invita a sus colegas a usar su profesión para trabajar por otros.

Él es Juan de la Mar y es estudiante de cine. Hace dos años y medio fue diagnosticado VIH Positivo, noticia que cambió completamente su vida. “Sentí que todo se había acabado. Fue difícil tratar el tema con mi familia; además encontré un alto nivel de prejuicio, desinformación y ausencia de lugares para hablar del tema”, cuenta Juan.

Pero contrario a lo que creyó, ese diagnóstico se convirtió en un nuevo comienzo. “Gracias a un proceso de educación pude salir de la depresión y transformarla en ganas de ayudar a otros y generar espacios para personas diagnosticadas con VIH en Bogotá”, dice el joven bogotano.

Hace un año, Juan de la Mar hizo un cortometraje documental autobiográfico sobre su relación con el VIH llamado ‘De Gris a POSITHIVO’, en el que cuenta lo que ha significado para él y para su familia este proceso.

Y relata que a partir de ese documental comenzó a recibir mensajes en redes sociales de personas que le consultaban los pasos a seguir cuando los diagnostican con VIH y de ahí nació la necesidad de crear ‘Clínica del Alma’, un grupo de apoyo entre pares para personas con diagnósticos crónicos, sus cuidadores y personal de la salud.

Es así como desde su experiencia Juan de la Mar le ha enseñado a otros a asumir una nueva VIHda.

En 1978 llegó a la comunidad de lo que en ese momento eran los Chircales, en el sur de Bogotá, un grupo de jóvenes con el propósito de dedicar su vida en favor de los más necesitados. Cada sábado subían la loma e iban acompañados de un médico o un odontólogo amigo para que les ayudara con alguna necesidad de estas personas. 

“Estando allí descubrieron que los niños comenzaban a trabajar desde que empezaban a caminar: les colocaban en la espalda desde uno hasta ocho o diez ladrillos, según la edad”, cuenta Amparo Uribe, quien desde hace 37 años forma parte del proyecto, y agrega que “también encontraron que todos los adultos eran analfabetas”. Cabe recordar que los Chircales era una de las zonas más deprimidas de la capital, una zona de canteras donde las personas se dedicaban a fabricar ladrillos.

Al ver este panorama, las ganas de trabajar por esta comunidad aumentaron y con las donaciones de muchas personas comenzó a construir y dotar, poco a poco, el Centro Social Unidad.

En el Centro Social se capacitan a las señoras en belleza y armonía de la casa para que puedan desempeñarse como empleadas del servicio doméstico. A los señores los capacitan en construcción y albañilería. También tienen cursos de culinaria, de sistemas, de electricidad, de manicure, de alfabetización de adultos, de tejidos y escuela de deportes. 

Amparo explica que una de sus prioridades es la niñez, por lo que “en la actualidad, 160 niños asisten voluntariamente de martes a viernes después de la escuela para hacer las tareas y participar en diferentes actividades de la ‘Escuela del Arte de Amar’, donde también tienen a su disposición un programa de refuerzo escolar los sábados”.

Los maestros son personas de la misma comunidad, sin un grado académico, pero que se han venido formando durante estos años con ayuda del Centro Social Unidad.

“Han sido casi 40 años de trabajo que, con mucho esfuerzo, han ido dando frutos, pues la lista de personas beneficiadas es larga”, concluye Amparo.

A sus 13 años, Alejandro vivía en un conjunto en el barrio Castilla, aledaño al Humedal el Burro, en Bogotá, y ahí fue donde inició su defensa por los humedales.

“Uno de mis pasatiempos favoritos era ir al humedal a avistar aves y, al cabo de un tiempo, decidí  invitar a otros niños para que compartieran este pasatiempo conmigo”, relata Alejandro.

Cuando esos niños crecieron y ya tenían 16 años, empezaron a realizar jornadas de aseo, siembra de árboles y retiro de cambuches de habitantes de calle.

Su labor se fue expandiendo y lograron convencer al párroco de una iglesia del barrio Pío XII para que realizará misas campales en el Humedal. Así fue como más personas empezaron a asistir al humedal y se apropiaron de dicho espacio.

Según Alejandro, esto llevó a que en 1998 le llegaran muchas solicitudes en las que las personas le pedían que  realizará actividades de educación ambiental en el aula y caminatas ecológicas al Humedal el Burro, con el fin de desarrollar proyectos que reivindicarán la importancia de estos ecosistemas.

Al día de hoy ya suman más de 30 planteles educativos, entre públicos y privados, vinculados a través de los PRAE (Proyectos Ambientales Escolares). 

Y gracias a 26 años de trabajo incansable por la de defensa de los humedales de la ciudad, Alejandro se ha convertido en un referente del tema y busca inspirar con su labor a los más pequeños para que disfruten de estos espacios y entiendan la importancia de cuidarlos.

Entre 1980 y 1994 William Fortich se desempeñó como tallerista de arte del ICBF y dice que gracias al trabajo que hizo durante esa época surgió en él una sensibilidad especial por ayudar a poblaciones vulnerables, especialmente a niños y jóvenes.

Esa sensibilidad lo llevó a fundar en 1994 la Escuela de Formación Talentos Artísticos en las áreas de Artes plásticas,  teatro, música y danza, como parte del proyecto ‘Consultar Juvenil’ de la localidad de Kennedy en Bogotá.

En 1995 la escuela recibió el apoyo de la Red de Solidaridad Social de Presidencia de la Republica hasta 1999. “De ahí en adelante hemos hecho gestión con medio mundo para conseguir los recursos para poder continuar. Pero si no los conseguimos de todas formas avanzamos con los chicos y chicas que estén en los talleres”, cuenta William.

En 2004, incluyeron el otro componente que son los talleres de literatura ‘Palabra en Juego’, de donde han salido dos publicaciones; uno de los resultados más importantes fue la ‘Mesa de Literatura’, que funcionó hasta 2017.

“De la escuela han surgido grupos como Tiririri Teatro;  Diafragma Teatro (grupo de mujeres en alianza con la Corporación Colombiana de Teatro); el grupo de música costeña Rumba y Son, que durante 5 años hizo las delicias de los festivales. También surgió el Festival Muéstrate Joven que en 2017 llegó a su versión 15, el cual se creó con la finalidad de mostrar los resultados de los proceso de formación”, explica William.

Hasta la fecha, más de 1.800 niños y jóvenes han salido de este proceso; muchos de ellos siguieron la carrera artística, y otros ya son profesionales universitarios.

En 2013 Marco conoció a las personas con las que se sumergiría en una aventura que cambiaría su vida y la de las personas que se cruzaran en su camino. “Todos teníamos en común la pasión por la música e, individualmente, cada uno llevaba en su interior un sentir por transmitir un mensaje de amor y consuelo a personas solitarias o que estuvieran pasando por difíciles pruebas de salud”, dice Marcos.

Así que se unieron y conformaron ‘Mensajeros del amor’, un grupo que visita a las personas más necesitadas para que por un momento puedan olvidarse de sus dolores por medio de la música.

Marco explica que es una actividad sin ánimo de lucro y todo sale de sus bolsillos, pues su única intención es estar al servicio de aquellos que sufren por algún motivo.

A la fecha han cantado en varios hospitales, clínicas, fundaciones de jóvenes en procesos de rehabilitación, hogares geriátricos, casas de familia, funerales, entre otros.

Y concluye diciendo que “la ‘música medicina tiene un efecto importante en los procesos espirituales, psicológicos y físicos de las personas que la reciben”; razón que hace relevante para ellos esta labor.

La construcción de una sociedad más justa y ayudar a cerrar la brecha de la inequidad fueron las razones que motivaron a Yesenia Mosquera hace 6 años para fundar el canal afro, un canal de televisión ‘streaming’ que tiene como objetivo visibilizar y fortalecer los procesos de personas de la comunidad afrodescendiente que reside en Bogotá.

“Una de las líneas en las que trabajamos tiene que ver con el fortalecimiento y concientización frente a la discriminación étnica y social”, explica Yesenia. Otra está relacionada con la visibilización y capacitación de las políticas públicas de inclusión de poblaciones vulnerables. 

Aunque eso no es lo único. También enfocan sus esfuerzos en el fortalecimiento de los proyectos de emprendimiento económico mediante divulgación, publicidad y prensa.

Lo que más disfruta Yesenia de su trabajo es la capacidad que tiene con él para impactar de manera positiva la vida de personas de su etnia. Como anécdota, ella recuerda que “en un taller de formación en comunicación comunitaria y alternativa, una participante, conmovida por el tema que estaban tocando, relató que uno de sus hijos formaba parte de una empresa delincuencial en Buenaventura y ella se sentía cómplice de esa situación por guardar silencio. Así que para ayudarlos lo que hicimos fue traerlo a él a vivir con ella a Bogotá e incluirlo en un proyecto de emprendimiento económico”.

De modo que el trabajo de Yesenia y de su equipo no se centra solo en un componente audiovisual, sino que se extiende hacia todos aquellos campos en los que ve la necesidad de hacerlo.

Andrés es desarrollador de software, y desde hace tres años dedica sus ratos libres a un proyecto social que montó con sus amigos. Se trata de un programa de liderazgo que, inicialmente buscaba ayudar a diferentes fundaciones en varios aspectos.

“Con el paso del tiempo la idea nos empezó a sonar con mayor fuerza y decidimos dedicarle más tiempo y esfuerzo al proyecto”, comenta Andrés.

Es así como desde hace 2 meses concentraron sus esfuerzos en dos fundaciones: una en el barrio 20 de julio y otra en Rionegro (Suba). “La fundación del 20 de Julio es de abuelitos y lo que hacemos es ir a acompañarlos, regalarles alegría y reunir fondos para lo que necesiten”, dice este joven.

De hecho, hace un mes organizaron un bazar para recolectar fondos, los cuales utilizaron para adecuar dicha fundación, específicamente con cosas de enfermería.

En cuanto a la fundación que atiende niños, lo que hace es ir a visitarlos constantemente y les preparan diferentes actividades.

“Lo que estamos haciendo tiene un gran impacto en nosotros porque nos enseña que podemos brindar amor hacia otras personas sin necesidad de recibir una remuneración económica a cambio”, concluye Andrés.

Ya pasaron más de 10 años desde que Pablo Reyes evidenció una problemática en su comunidad, exactamente en el barrio Bachué, al noroccidente de la ciudad. “Siempre que salía a la calle veía a muchos jóvenes en los parques, sin nada que hacer, y deambulando por las calles”, recuerda Pablo.

Esto se prestaba para que estos jóvenes fueran blanco fácil de los vicios y la delincuencia. Por esta razón Pablo sintió la necesidad de hacer algo por ayudarlos y cambiar esa situación.

“Me acerqué a ellos por medio del fútbol porque un joven menos en la calle es un futuro delincuente menos”, agrega Pablo.

Primero lo hizo a través de algunos profesores de fútbol de la zona y, al cabo de un tiempo, decidió que lo que quería era abrir su propia escuela de fútbol, donde pudiera darle una oportunidad a todos aquellos niños y jóvenes que no contaban con los recursos económicos para pagar.

Así fue como abrió “Futuras Estrellas”, una escuela que a lo largo de su trayectoria ha alejado a cientos de niños de las drogas, a otros lo ha rescatado; mientras que a muchos tantos más les ha brindado un propósito de vida.

Esta escuela ha sido tan importante para la comunidad que, incluso, es común escuchar a los jóvenes decir que “quien no pasó por la escuela de Futuras Estrellas, no tuvo juventud”.

La pasión con la que habla es tan solo una muestra de cuánto disfruta Nelson Pinto su labor como gestor social de la Policía, un cargo que le ha permitido dirigir el Voluntariado Líderes Sociales Acción y Concientización Social, una organización sin ánimo de lucro liderada por la Policía Nacional.

La organización nació hace 37 años en la estación de Policía de Kennedy y al día de hoy cuenta con más de cinco mil líderes sociales, entre los que destacan niños, jóvenes, adultos, adultos mayores y madres cabeza de familia. 

“Tenemos muchas líneas de acción, pero en sí, todas tienen algo en común: concientizar  a la comunidad de su responsabilidad y compromiso en la búsqueda de una mejor manera de vivir a través del trabajo social”, explica Nelson.

Este hombre también cuenta que es sobreviviente de cáncer de garganta, pero esto no lo detuvo con su misión de construir sociedad, sino que todo lo contrario, ya que se convirtió en una motivación para llevarles a otros su testimonio.

Nelson concluye recordando brevemente una de las anécdotas más bonitas que ha vivido gracias al voluntario: “hace poco llevamos a unos abuelitos a la isla de San Andrés a conocer el mar y ver sus caras de felicidad es lo que hace que todo el arduo trabajo cobre sentido”.