Por: Laura Sandoval Bernal

“Me acuerdo cuando vi de reojo un tarro de metal, que ya estaba negro, en medio de la montaña de chatarra, y como uno aprende a reconocer los materiales, me acerqué para verificar qué era y resultó ser una vasija de plata”, cuenta Sneider con una sonrisa en su rostro, recordando esos 200 mil pesos que recibió por ese objeto, mientras que la persona que lo llevó solo obtuvo una moneda de 500 porque lo pasó como chatarra.

Cuando llegué a la Recicladora Las Flores vi montañas de basura. Hacía pocas horas había llovido. Toda esa agua convirtió, en algunas partes, el piso de tierra en lodo. También había pequeños lagos a lo largo de la bodega de reciclaje. Cuando iba entrando no sabía a dónde dirigirme ni con quién hablar. Logré ver a algunos metros, en un octavo de cartulina amarilla, un aviso que decía “oficina” en letras negras.

Mientras me dirigía a la oficina pasó unos de los trabajadores de la bodega al lado mío, iba jugando con una moneda, y en el lanzamiento de esta hacia arriba no logró agarrarla de nuevo y cayó en uno de los charcos. Como si nada, sin pensarlo, se agachó y sumergió su mano, y la sacó feliz por haber recuperado sus 500 pesos.

Hablé con Sneider, el encargado de la bodega. Él llega todos los días, junto con los demás empleados, a las 7:30 a. m., pues hay trabajadores fijos que ayudan a organizar el material que llega. Recorrimos rápidamente el lugar y me contó que cada montaña, las cuales para mí eran de basura, era la forma de darle un orden a este espacio.

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Celsio suele ser el primer reciclador en llegar con material, quien normalmente sale desde las 6:00 a. m. hasta las 2:00 p.m. Su ruta de reciclaje depende del recorrido del camión de la basura. A las 8:43 a. m. llegó a la recicladora con su primer viaje. Dura aproximadamente dos horas recolectando material para después ir y dejarlo en la empresa. Luego vuelve a salir para llenar de nuevo su carro reciclador y regresar a la comercializadora. Este proceso lo realiza las veces que quiera y pueda.

Este hombre, negro y con sus ojos amarillos por una enfermedad renal que arrastra desde hace varios años, llegó en su carro de reciclaje, que consiste en una bicicleta con una canasta adelante y otra atrás, de las cuales sobresalen unas barandas que sostienen el techo.

Las cestas están repletas de cajas de cartón, periódico y algunos cables. De las barandas cuelgan 5 costales rojos llenos de botellas plásticas, sobre todo de gaseosas y jugos. Cuando lo vi, pensé que llevaba demasiado y así mismo sería su pago, pero solo recibió 12,700 pesos.

La llegada de este material a las comercializadoras de reciclaje es tan solo el primer paso de un nuevo proceso, que vuelve nuevamente a la vida útil la basura.

El segundo paso es el pesaje. Celsio tomó todo el cartón que tenía en su carro y lo puso en una báscula que está a unos 15 cm. del suelo. Hizo lo mismo con el plástico y finalizó con unos cables. Sneider es el encargado de anotar el peso, sacar el valor correspondiente y entregar el dinero.

Ángel y Fidel, dos de los 4 trabajadores fijos, están listos para entrar en el tercer paso. Recogen de la báscula el material y, dependiendo, lo llevan a una de las siete áreas que existen. Puede ser cartón, material de archivo, como hojas de cuadernos o revistas; periódico, chatarra, PET, -que son básicamente las botellas plásticas- material fino, que corresponde al cobre, aluminio y plata; o colao, que, a pesar de que Fidel explica varias veces en qué consiste, no es fácil de entender para quienes no están habituados a su lenguaje.

Ángel, con unas botas negras, un jean y una camisa verde militar, se pone en el hombro, con la ayuda de Fidel, un montón de cartones para llevarlos a su lugar. Me voy con él y lo ayudo con unos cartones. Me contó que es venezolano, algo fácil de notar por su acento, y que lleva 3 meses trabajando ahí, pues en ningún otro lugar puede hacerlo por estar indocumentado, pero le va bien, porque recibe 200 mil pesos a la semana.

Y es que Ángel no es la única persona de otro lugar que trabaja en esto. Gran parte de los recicladores son personas que han tenido que huir de sus tierras, ya sea por la violencia o por buscar un mejor estilo de vida, y vieron en el reciclaje una forma de sobrevivir. Hay recicladores de la Guajira, como Celsio; de Montería, como Raúl, e incluso de Barranquilla, como el ‘Niche’, quien llega con un parlante con música tropical ambientando y alegrando el lugar.

Otros recicladores, que dañan la imagen de muchas personas honestas y que ejercen el oficio con dignidad, solo ven esta ocupación como un ingreso apenas suficiente para gastarlo en alcohol o drogas y tal vez en un poco de comida. Y es que esa es la imagen que muchas personas tienen de quienes cumplen con esta labor. ¿O no?

Estaba de pie, al lado de la oficina, cuando llegó un señor de 25 años, aproximadamente, con un casco de moto. Se detuvo en medio de la bodega y preguntó en voz alta si le vendían un porro. Al inicio pensé que era algún material del lugar que yo no conocía, pero después, al ver la reacción de confusión y rabia de todos los que estaban allí, entendí a qué se refería.

Raúl, el monteriano, es una persona que estuvo en el mundo de las drogas. Tuvo que huir de su pueblo por la violencia que allí se vivía. Llegó a Chía a los 17 años, y estando en la soledad, se dejó llevar por la curiosidad y sus nuevas amistades. Permaneció por 10 años en ese infierno, tiempo en el que llegó a vivir en la calle y tener un hijo del que ahora no sabe nada. Pasaba días sin tocar el agua, lo único que le importaba era suplir su ansiedad al consumo.

A este muchacho le dejó de importar su presentación personal y para él era inevitable, a pesar de su estado, no sentir las miradas de desagrado de las personas que pasaban por su lado. Y eso fue lo que lo hizo recapacitar y querer rehabilitarse. En su primer intento, falló. Pero unos meses después volvió a intentarlo y lo logró. Empezó a trabajar como reciclador hace un año, trabajo que lo ayudó en su desarrollo personal, y a pesar de que ahora se preocupa más por su higiene, pues cuenta que siempre está pendiente de lavar su uniforme y mantenerse perfumado, la gente no deja de mirarlo. Aun así, se siente mejor consigo mismo y eso es lo que le importa.

Por otro lado, desde que hace parte de AsoReciclaje, una organización legalmente constituida, recibe $80 pesos por cada kilo de material que lleva, aparte de lo que le dan cada vez que lleva algo a la recicladora. Esto le ha permitido arrendar un aparta-estudio y ayudarle a su madre económicamente.

Si el Estado ya tiene en cuenta y le da importancia a este trabajo, ¿por qué no lo hace la ciudadanía? Es un oficio necesario para que no nos ahoguemos en la basura y que, además, ayuda a disminuir el impacto ambiental de los residuos.

En su rutina cotidiana, el siguiente paso es organizar y arreglar el material cuando ya está en su área específica. Si es cartón, solo debe armar columnas en un cuarto destinado para este elemento compuesto por varias capas de papel. Pero si es periódico el proceso es un poco más largo, se deben armar pacas y amarrarlas con una cabuya, y ahí si ponerlas una encima de la otra, justo al lado del cuarto de cartón; en el mismo cuarto del periódico está el archivo.

Cada vez el proceso se pone más complicado. El plástico llega en costales y lo depositan en el sector determinado. Allí está Flor, que con guantes negros y un bisturí, abre las botellas para sacarles el aire para que no exploten cuando las están aplastando en las empresas a las que se las venden. Flor debe separar las botellas: las que contenían productos de aseo, botellas negras, las verdes y, en otro lado, ubica las que tenían aceite; pues cada tipo de botella tiene, después, un proceso diferente.

Mientras estaba con Flor, sentía mosquitos por todo mi cuerpo y es que no me acordaba que literalmente todo eso venía de la basura. Y eso no lo tuve en cuenta cuando Flor, desde el lugar en el que estaba usando el bisturí, lanzó una botella vacía de champú y cayó fuera del blanco, la cogí como si nada y la deposité en la bolsa blanca grande donde debían ir los frascos que estaban llenas con productos de aseo.

El último paso es esperar a que se cumpla una determinada cantidad de cada producto para cargar el camión que llevará los materiales a las empresas que continuarán con su tratamiento.

Llegó un señor en un carro con un alambre de cobre. Al parecer venía de su casa, puesto que dentro del carro había una niña y una señora, me imagino que era su familia. Por el alambre le dieron $ 15.000. Él obtuvo ese dinero en solo 20 minutos. Eso es lo que gana un reciclador después de haber recorrido el municipio por casi 3 horas recogiendo cartón y botellas de plástico, pero si tienen suerte de encontrar un objeto en cobre puede tener más plata porque este es el material por el que más pagan.

Era un día frío, normal en esta época del año. Según los trabajadores de la comercializadora fue un día malo, pero desde mi inexperiencia sentí que fue un día agotador en el que llegaron varios recicladores con mucho material; estuve solo media jornada y ya no podía del cansancio. Las piernas me pesaban y mi estómago hablaba, me despedí de aquellas personas que me abrieron la puerta de su trabajo y cogí rumbo a mi casa bajo las pequeñas gotas que estaban cayendo de cielo.

Autor: Laura Sandoval Bernal, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de la Sabana. 

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.