En uno de esos arrebatos que he tenido en los últimos días, arrebatos en los que he intentado volver a lo esencial, una de las prioridades para mi ávido espíritu literario – que aún tiene muchas letras por descubrir -, ha sido volver a los clásicos. A los libros clásicos. Y más que volver, a veces, es simplemente entrar en ellos.

Y así fue como llegué a “El rojo y el negro” (originalmente Le Rouge et le Noir: chronique du XIX.e siècle y más tarde Le Rouge et le Noir: chronique de 1830), o, “Rojo y negro” como ya viene en ediciones modernas, del francés George Stendhal – realmente llamado Henri Beyle (Grenoble, sur de Francia, 1783 – París, 1842), considerado el padre de la novela moderna, uno de los primeros escritores del realismo y uno de los grandes “sicólogos literarios” de Europa.

La novela nos cuenta la historia de Julián Sorel, el hijo del aserrador del pueblo de Verrières, un joven que, según los criterios de su padre es un “bueno para nada” por carecer de habilidades físicas, pero cuya inteligencia es descubierta por Chelán, el abate del pueblo, quien lo recomienda al alcalde, Monsieur de Rênal, que lo contrata como preceptor de sus hijos.

Julien, atractivo, talentoso, audaz, empieza su ascenso en la escala social haciendo un trabajo impecable con los hijos del alcalde… Pero enamora a Luisa, la esposa del gobernante, rechazando de paso el amor de Elisa, una de las criadas. Con la protección del clero, y al ser descubierta la relación por el alcalde – por venganza de la criada rechazada -, Julien logra ser trasladado el seminario mayor de Besançon en donde el abate Pirard, percibiendo los talentos de Julien lo recomienda como secretario privado del influyente marqués de La Mole en París, quien termina delegándole a Julián la administración de su vida y bienes.

En París, Julien conoce a Mathilde, hija del marqués, una hermosa e inteligente aristócrata que, a pesar de sus innumerables pretendientes, termina enamorada de Julien, sin importar su origen. Mathilde termina embarazada de Julien, y a pesar de la no aceptación de la relación por parte del marqués, éste último otorga a Julien un cargo de teniente de húsares en Estrasburgo y es nombrado caballero: Julien de Vernaye.

Y hasta acá les puedo contar porque el final es francamente increíble…

Con una mezcla, entre lo realista de la sociedad que describe y lo romántico, asombran las detalladas descripciones de las costumbres, ritos y prejuicios reinantes, así como el clima moral y cultural de la época – algunos rezagos aun nos quedan -. Vemos como reflexiona sobre la importancia de la desigualdad: la desigualdad como pilar fundamental para los intereses de las cúspides sociales.

Los perfiles psicológicos de cada personaje – el análisis de sus pasiones, emociones y reflexiones -, sus comportamientos sociales, y su relación con el entorno, han dado lugar a un relato filosófico en donde cada uno de ellos vive “a la caza de la felicidad”, lo que se ha llamado “egotismo” propio de todos los personajes de Sthendal (El término egotismo viene del latín “ego” que significa “yo” y de “ismo” que hace alusión a la “práctica de“), esto es, la excesiva importancia concedida por los personajes a sí mismos y a sus propias experiencias vitales.

Su romanticismo externo mezclado con un elevado sentido crítico de la sociedad en que vivió, la cual observó y desmenuzó de una manera extrañamente realista para la época, hicieron que esa misma sociedad lo apartara cortésmente en su tiempo, excepción hecha de Honoré de Balzac.

El relato de Stendhal es capaz de llevarnos al detalle de la realidad económica, religiosa y social, no solo de su tiempo, sino a nivel micro – del pueblo de Derriéres, y más adelante, a nivel macro – de la gran ciudad. La fascinación del ser humano por pertenecer a la alta sociedad siempre ha sido un motivador, no siempre ético, de muchos comportamientos sociales, que se ven desnudados en esta novela que termina siendo atemporal.

Siempre es maravilloso regresar a los clásicos, esos libros que nos hacen entender que nada ha cambiado cuando todo ha cambiado.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.