Lo que comenzó como una sana y libre manifestación de inconformismo ciudadano poco a poco transitó a la conformación de células urbanas, con el auspicio de fuerzas políticas, y ahora desemboca en bandas de crimen organizado que tienen azotadas las localidades capitalinas, sin importar la hora del día o la noche. Índices de violencia y atracos están desbordados sin la menor reacción de las autoridades que se niegan a recuperar el mando, desidia camuflada de populismo que tiene destruidas las principales capitales colombianas. Preocupante comienza a ser que los focos poblacionales se encuentran en las manos de quienes se identifican como “la primera línea”, aquellos que profanan monumentos, hacen y deshacen a su antojo, y no permiten disfrutar de la ciudad.

 

Calidad de vida de la población cada vez es más precaria en Bogotá, Medellín y Cali, ciudades que apostaron por la ideología de izquierda y paso a paso son conducidas a la miseria y la destrucción sin que se visibilice la menor solución. Sentimiento de impotencia circunda al colectivo social que atónito observa que se está en un entorno en donde los bandidos quedan sueltos, la autoridad está atada sin la mínima posibilidad de actuar y cada vez es mayor la sensación de una justicia inexistente. El poder legislativo parece haber perdido su norte, actuar ligado a los intereses políticos, y estar de lado de los delincuentes; resignificación de los valores éticos y morales ante el silencio de los entes de control que no investigan la omisión de funcionarios obligados a cumplir con la Constitución Política y la Ley.

 

Desidia, miopía y astigmatismo del aparato judicial se hace patente en el desbalance interpretativo de la norma que clama por una reforma a la justicia, magistrados y jueces se han constituido en la principal fuente de delincuencia en Colombia. La inseguridad, en gran parte del país, es secundada por un sistema jurídico precario que permite la liberación de crimínales de forma sistemática y reiterativa. Delincuencia va en aumento por laxitud de las autoridades, el desempleo y el actuar político de quienes como fórmula destilan resentimiento, mienten a la gente, venden oscuridad, y convencen a algunos colombianos, y migrantes, de que pueden tomar, a la fuerza y a costa de la vida, lo que otros han trabajado.

El país es un cumulo de odio y clases: buenos y malos, corruptos y honestos, izquierda y derecha. Se está en uno de los peores momentos de la nación en donde la polarización delinea un peligroso entorno que ubica a los colombianos al borde de un posible gobierno que tendría repercusiones nefastas en la historia Republicana de Colombia. Decadencia absoluta de la clase política mantiene paseando, por todos los partidos, oscuros personajes con oportunismo descarado, sujetos que de frente a los micrófonos posan de hombres rectos y pulcros, pero por detrás orquestan un macabro plan desde el que siembran la zozobra e incrementan el temor que se expande en el colectivo social. Demagogia de izquierda, centro o derecha tienen un factor común, la mitomanía que los acompaña con el propósito de conquistar el poder para satisfacer intereses personales.

 

Quienes posan de decentes paulatinamente van dejando en el ambiente lo cuestionable que es su proceder, indelicadezas en el pago de las deudas denotan la disonancia cognitiva de los militantes del progresismo que se comportan como quienes dicen estar en contra de la corrupción, pero compran contrabando, o quienes violan las normas de tránsito y pagan o reciben coimas para agilizar trámites o evadir las multas. Irrespeto, desprecio, persecución y odio que promueven hacia los ciudadanos, el ejercito y la policía no es más que un cálculo político subsidiado para patrocinar la vagancia y torpedear el trabajo articulado de las autoridades. Permisividad y consideración que se percibe con los terroristas urbanos es consecuente con un discurso de rencor de la izquierda y la indolencia que acompaña a la justicia, esfera pública en la que priman los derechos individuales sobre los colectivos y se favorece a los bandidos sobre la gente de bien.

 

El país está en manos de los criminales, la fuerza pública está limitada en su actuar por el desprestigio que han revertido sobre ella las fuerzas opositoras. Daño social que hacen quienes están auspiciados por promotores politiqueros indica que en las ciudades ya tomaron ventaja las células urbanas de la guerrilla, solo así se comprenden los murales con la bandera del ELN, las tomas nocturnas de sectores zonales cercanos a los portales de Las Américas, Suba y Usme, y el espacio público destrozado, lúgubre y tenebroso. Abandono es el resultado de la ineptitud, la soberbia y la doctrina inútil de mandatarios locales que empatizan con una población que todo lo quieren regalado sin el menor esfuerzo. Permisividad en la llegada indiscriminada de migrantes, y un sistema judicial que no tiene poder frente a ellos, indican la inoperancia de alcaldías, el Ministerio de Justicia y la Fiscalía que cohonestan con el régimen de pánico que se está viviendo en Bogotá, Medellín y Cali por cuenta de la inseguridad disparada, indiscriminada y galopante.

 

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Pánico que ahora existe inició con delitos de menor cuantía que no se consideraron como un peligro para la sociedad, teoría que ha causado daño a Colombia e instaura un desánimo en el que se refuerza el caos desde la impunidad. Individuos que corroen la sociedad son la ventana para que muchos entren a pescar en rio revuelto, los valores perdidos son la mayor calamidad de un colectivo en el que los hipócritas sonríen por delante mientras alistan la puñalada por la espalda. Oportunismo de alternativos y magistrados cínicos que, sin autoridad moral, usan el poder para su propio beneficio e impiden se hagan las reformas urgentes que el país necesita, comenzando por la justicia; personas con intereses individuales que intentan tergiversar acciones y palabras para alabar procesos mamertos.

 

Desespero de poder de los estrategas socialistas no les permite, a los progresistas que dicen tener un pacto histórico por Colombia, generar propuestas de mejoramiento y fortalecimiento social, construcción de campaña está cimentada en ideas que a la larga generan mayor pobreza, pues frenan la iniciativa política y la inversión extranjera. El país debe abrir los ojos, limpiar el karma, y tener la capacidad de no dejarse doblegar por la delincuencia, discurso de proteccionista, de los mandatarios de izquierda en Bogotá, Medellín y Cali, es el que deja que el hampa reine desde la laxitud operativa y el flaco músculo operativo de las autoridades. El delincuente que está atracando y asesinando hoy, ya lo hizo el año pasado, hace seis meses, hace dos meses, hace un mes, hace tres semanas y ayer; bucle mortal en el que el malhechor es atrapado y liberado indefinidamente, círculo vicioso donde los mandatarios locales descargan la responsabilidad en el sistema jurídico que deja libres a 8 de cada 10 capturados.

 

Militarización de las ciudades, que comenzó esta semana en Bogotá, es necesaria y urgente para garantizar una cobertura de vigilancia y control de las capitales; ante la escases de policías y la abundancia de delincuentes la fuerza pública debe aunar esfuerzos en una sola misión, garantizar la seguridad y tranquilidad de los ciudadanos de bien. Agentes del orden están llamados a tomar acciones inmediatas para reducir el foco de bandidos que hay y que tienen en convergencia a colombianos con migrantes desplazados, mano dura contra la delincuencia debe estar acompañada de la justicia, se requieren acciones contundentes para erradicarlos sin miedo y deportar a aquellos malandros que llegaron a desestabilizar el país y han demostrado que solo saben delinquir. Problema grave es no proyectar una política que atienda el trasfondo de la criminalidad que está en la falta de empleo, educación, valores, drogadicción, entre muchos otros factores; foco de atención y acción que requieren de una estrategia inmediata y no esperar a la discusión de unas campañas que ya han comenzado.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.