La obra de este pintor barroco, congestionada por un aire tenebroso  y por un exceso de realidad, que hace parecer que esos hombres que el ha pintado pueden empezar a caminar en cualquier instante, lo convirtieron en una  en referencia artística incontestable; pero es  poco lo que se habla de la personalidad de Caravaggio, de quien puede decirse que cultivó una existencia rayana en lo inverosímil.

La vida de Caravaggio fue extraordinaria y muy corta. Provenía de una familia humilde, su padre trabajaba para el marqués de Caravaggio, y esto fascinaba al pintor, hasta tal punto que decidió cambiar su nombre y atildarse de un aire más aristocrático que pudiera beneficiar su carrera como artista.

Pero aparte de su constante deseo por demostrar un linaje que jamás tuvo, fue su violencia y el pésimo manejo de su rabia los que convirtieron a Michelangelo Merisi, alias Caravaggio, en asesino.

Vivía de niño en la comodidad de la mansión de los Sforza en Milán, aunque esta tranquilidad se vio interrumpida a sus seis años por la peste, que en el mismo día se llevó por delante a su padre, a su tío y a su abuelo.

Caravaggio fue aprendiz de pintor antes de caer en la pobreza extrema de Roma. Su estilo lo alejó de los pintores de taller y modelos, pues él prefirió abastecer su arte de hombres y mujeres que pasearan por las calles de Italia; de rostros que conocieran el dolor, el hambre y las pasiones.

De la indigencia exprimió el valor para pintar, de los prostíbulos y de las calles extrajo la luz para acompañar sus cuadros, escenas taberneras donde situó a Cristo, congeló de drama la cara de san Mateo y salpimentó la religión de olorosa realidad. Lo cierto es que, aunque era un tipo peligroso y amenazante,  que cargaba consigo un largo estoque que le estaba prohibido a los plebeyos, cultivó amigos y cautivó mecenas que cometieron auténticas locuras por salvarlo de sus embrollos.

Cuando empezó a saborear el éxito como pintor, se enfrascó en una tremenda pelea. Sus biógrafos creen que pudo deberse a una infidelidad,  que se saldó con el asesinato de Ranuccio Tomamasoni, un conocido maleante. Sus amigos lo sacaron de la ciudad, pero no consiguieron levantar su condena a la pena de muerte.

El pintor huyó a Nápoles por ser tierra ajena al Papa. Lo curioso es que la sociedad napolitana pasó por alto que fuese un fugitivo, y recibió al prófugo Caravaggio como si de un célebre pintor se tratara.

El artista, del que se dice que ya convivía con un remordimiento constante, decidió embarcarse hacia la isla de Malta, con la idea de convertirse en caballero de una orden religiosa de auténticos valientes; aunque para eso tuviera que volverse casto.

En 1608 prestó juramento en la Orden de los caballeros de Malta, en un altar en el que él mismo pintó La decapitación de san Juan Bautista, su obra de mayor formato, dotada de un bestial dramatismo.

Menos de un año aguantó Caravaggio antes de cometer su siguiente imprudencia violenta, en la que hirió a otro caballero de la orden. Por esta falta fue encarcelado en un hoyo cavado en la piedra. No se sabe quién le ayudó, pero Caravaggio consiguió escapar de la celda conocida como “jaula de pájaros” y que alguien muy poderoso le ayudó a huir de Malta. Los ofendidos caballeros lo expulsaron de la orden y lo definieron como “loco y miembro corrompido”.

Su siguiente paso fue convertirse en el protegido de la marquesa de Caravaggio, quien ya le había ayudado en otra ocasión, pero en lugar de mantenerse aislado de los problemas, y también de las tabernas, el pintor volvió a beber, y fue en un bar donde lo apuñalaron hasta darlo por muerto.

No murió, la marquesa lo cuidó y fue la primera en ver su nueva cara, desfigurada por los cuchillazos. Después de este episodio pintó David con la cabeza de Goliat, obra en la que ambos personajes son autorretratos del artista; uno joven más luminoso; y otro mayor, con las huellas de haber sufrido lo indecible.

Al recibir la noticia de que Roma estaba discutiendo su perdón, Caravaggio se embarcó en una nave pequeña que saltó a la mar en un día de tormenta. Al desembarcar por la fuerza en el puerto de Palo, fue arrestado porque un capitán lo confundió con un bandido. Después de un soborno, quedó en libertad, pero todas sus pinturas desaparecieron con la nave. Desesperado por alcanzarlas, el artista empezó una travesía en medio de un calor asfixiante. La fiebre llegó con una malaria de la que no pudo recuperarse y con treinta y ocho años murió sin conocer si había sido indultado, privado de dinero, de su arte, aguardando el éxito y el perdón.

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