Siento que no voy a poder, que mis débiles músculos no van a aguantar las repeticiones, que mejor invierto ese tiempo en cosas más productivas, como comer sin parar o ver videos de caídas en YouTube. Porque si para algo soy juicioso, disciplinado, metódico, intenso y constante es para tragar y perder el tiempo.

Peleo con la aplicación en la que configuro las rutinas. Me indica que vamos a hacer 30 segundos de flexiones de pecho y de una vez me pongo a la defensiva: “¡Nahhh! Suave que apenas estamos arrancando… Después pregunta que por qué no he vuelto a hacer ejercicio. Ahí, mandándome notificaciones pendejas… Ni piris. Sigui idilinti. Vimis a intrinir itri viz… Boba”. Me ordena hacer una plancha de 40 segundos y tengo claro que, como mucho, soportaré 27 segundos: “Las hará su abuela”, le digo mientras me pongo en mala posición, molesto, porque no me es posible hacer la postura correcta. “24, 25, 26… vaya y cómase un tarrado de…”, suelto mientras caigo al piso, exhausto. Apenas voy en el segundo ejercicio.

Respiro como si estuviera subiendo el Everest. Sudo como si estuviera haciendo una media maratón en el Sahara. Me fastidio como cuando me cortan el pelo y no me hacen champú. Me pican la cabeza, el cuello y los hombros. Me dan ganas de rendirme, abrazar la gula y simplemente acostumbrarme a salir barrigón  en las fotos, comiendo lechona y jetigrasoso. ¿Yo para qué quiero el abdomen marcado? ¿Para jugar triqui? ¡Nah! ¿Para que sirva de molde y pueda hacer cubetas de hielo? ¡Bah! ¿Para engolosinar mujeres con mi tableta, haciéndoles creer, falsamente, que conmigo están protegidas porque soy fuerte? ¡Meh! Mi esposa no lo permitiría.

Me calmo y recuerdo que lo hago por salud. Inhalo y exhalo largamente. Continúo. La “app” me pide hacer “burpees” y a mí me provoca ahorcarla… son 45 segundos de saltar, aplaudir en el aire, caer, llevar todo el cuerpo al piso, bocabajo, y volver a saltar. Al segundo 25 estallo: “¡Naaah! ¡Que se me obstruyan las arterias! ¡Me importa un bledo! ¡Y que se me disparen los triglicéridos… y los tetraglicéridos y los pentaglicéridos! ¡Lo que sea! ¡Que me dé hiperglicemia, superglicemia, megaglicemia, gigaglicemia y teraglicemia! ¡Me da absolutamente igual!… ¡Y que se me bajen los niveles de oxígeno! ¡Y, si quieren, los de hidrógeno y los de nitrógeno y, si encuentran, los de estrógeno!”. Todo eso lo pienso. No lo digo, porque… ¿con qué aire, si estoy ahogado?

Vuelvo a entrar en razón. Aspiro una profunda bocanada de aire y reflexiono: “La verdad es que esto también lo hago por vanidad. Se me está acumulando grasa en el pechito y la colita se me está desapareciendo”. Y entonces la “app”, la muy maldita, me dice que me ponga en cuatro y que lance pataditas hacia atrás, como de burro “fitness”, que eso es buenísimo para glúteos e isquiotibiales. ¿Y uno para qué quiere fortalecer los tales isquiotibiales? No sabía ni cómo se escribían. Nunca he oído a nadie decir: “Cosita deliciosa… Tremendos isquiotibiales… Si así son los isquiotibiales, cómo serán los isquiocalientales… Con esos isquiotibiales, para qué fémur”. Tampoco nunca nadie ha dicho: “En lo que más me fijo de una persona es en la sonrisa y en los isquiotibiales. Me fascinan”.

Vuelvo a perder la compostura cuando me toca hacer, otra vez, los horrendos “burpees”. “¡Aghhh! ¡Que se me caiga la cola!”, pienso, sin gritar ni nada, porque con qué aire… “¡Que me salgan tetas! ¡Sí! Tantas mujeres queriendo ser voluptuosas y yo negándome esa oportunidad. ¡Más pendejo yo! ¡Que me salgan y de una vez me pongo a modelar brasieres en Instagram!”.

Termino extenuado. Física y mentalmente. Son apenas las 8 de la mañana, he hecho 20 minutos de ejercicio y no quiero hacer más, nunca. Me siento deshidratado, magullado, humillado. Aún no tengo tan claro dónde quedan los isquiotibiales, pero me duelen. La cola no se ve más parada. El pecho sigue siendo como 34 B. En algún momento me va a empezar a doler la cabeza (sigo sin entender por qué) y estaré con sueño toda la tarde. Me dice la “app” que es fundamental descansar del ejercicio para la recuperación de los músculos. Cómo no hacerle caso. Descansaré. Volveré a hacer ejercicio en 215 días.

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