Últimamente parece que los colibríes no sólo vienen a mis jardines a beber agua, sino que se aparecen constantemente en mis lecturas. Ya habían aparecido en “Las Vencedoras”, de la francesa Laetitia Colombani, y ahora vuelven a aparecer en “El día en que la muerte se convirtió en colibrí” (@CalixtaEditores, 2020) ópera prima de la talentosa María Fernanda Carvajal, un descubrimiento por el que hay que felicitar a la editorial.

Nos encontramos ante un magnífico y breve libro, que inicialmente, según nos cuenta la autora, estaba pensado para ser novela, pero que terminó siendo un libro de cuentos, que pueden ser cuatro u ocho, como se quiera leer. En él, nos topamos con cuatro grupos de hermanas (Sofia y Mariana, Amelia y Elisa, Sonia y Antonia/o, Paula y Camila), la primera y la última unas dulces voces infantiles que vuelan hacia lo alto, convirtiéndose en colibríes. Colibríes que aparecen en todas las páginas del libro, ilustrados por el gran David Avendaño.

Todos los relatos traen unos epígrafes preciosos, de Cavafis, de Tania Ganitsky, Laia Jufresa, Guadalupe Nettel, Soledad Castresana, Anne Sexton, de la inolvidable Marvel Moreno. Cada uno de ellos es el resumen de cada historia.

Son cuatro parejas de hermanas – el libro incluye al final de cada relato la ilustración de cada una de ellas, a cuál más hermosas, pero más que una belleza física adivinamos una belleza interior – que, según la autora, reflejan historias que llegaron, no que fueron elegidas, historias que no nacen ni escogen ser escritas, sino que vienen de una tradición familiar, historias que “están ahí”. Y que, en un momento preciso de la vida, María Fernanda decide buscar y resucitar de esa memoria perdida, incluyendo la memoria de otras generaciones.

Es una exploración de las raíces. Hay detalles de experiencias y pensamientos propios, pero también experiencias externas conocidas u observadas por ella en el presente y en un pasado lejano y cercano. Todos los cuentos, pues, tienen base en un suceso real, un suceso en el que explora partes de sí misma en lo cotidiano.

Sofía y Mariana nos hablan de la niñez robada, de los secretos familiares, del abuso sexual, de la muerte temprana… “Sofocar significa que ya no queda aire para respirar”. Y de cómo esos eventos marcan la vida adulta de un alma herida que cae en el maltrato de una pareja que logra más que superar y en donde se sorprende al lector con un final que invita a seguir leyendo los siguientes relatos.

Amelia y Elisa nos hablan de la muerte, el abandono y los espacios en blanco que crean, la infidelidad, las rupturas familiares, el cáncer, el perdón tardío, la nostalgia de la partida de una madre… “El olor de mamá, no su perfume, sino el olor de su piel, que me decía que ahí pertenecía, que de ahí venia y a ese lugar podría volver siempre. Ese olor que no se puede embotellar, que es esencia de una persona y es único”. Elisa nos habla también de la maternidad, de ese miedo a no ser buena madre – tan parecido al sentimiento de Tatiana Tibuleac en “El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes”-, de los sinsabores de la condición de madre primeriza, de las pesadillas que nos agobian, de la importancia de las hermanas y esos lazos familiares inacabados pero imprescindibles.

Sonia y Antonia, nos llevan al mundo de lo “prohibido”, del aborto y la transexualidad y de la convivencia y cual oruga, la salida a la luz del verdadero ser, del colibrí; del descubrimiento del amor adolescente a través de ese mejor amigo, de la no aceptación parental, de la necesidad de lanzarse al agua. Y nuevamente, de la incondicionalidad de las relaciones entre hermanas. Siempre las hermanas, porque ellas son absolutamente importantes para la autora: la hermandad es un motor.

Y finalmente, Paula y su prima Camila nos hablan al oído sobre una muerte que nunca sabemos si fue suicidio o algo más, de otras de esas muertes infantiles familiares que desgarran y marcan de por vida, del descubrimiento del sexo, de la depresión. “Camila murió hace dos días, pero llevo llorándola toda la vida. Era mi hermana, no como una hermana debe ser, pero hasta hace dos días guardaba un lugar en mi vida para cuando ella por fin quisiera serlo”, pero jamás pudo porque Camila tenía miedo de sí misma.

Son ocho, o si se quiere cuatro cuentos que poética pero descarnadamente, nos descubren una fuerte carga emocional, social, política, pero, sobre todo, nos revelan a una gran escritora de la que habrá que estar pendientes en los próximos años.

De Maria Fernanda Carvajal Peña podemos decir que es una mujer extraordinaria, profesional en Creación Literaria de la Universidad Central de Bogotá, – para lo cual conto con el apoyo de sus padres, todo un privilegio en esta época de carreras universitarias en donde se cultivaban competencias duras – y cuya tesis meritoria es el libro ante el cual nos encontramos. También tiene una maestría en Edición y Gestión Editorial.

Dar voz a esas mujeres de cuyas historias ya no se habla, o que si suceden, se habla poco, ha sido su misión en este libro. Y deslumbra al hacerlo.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.